Corria el año de 1840.
Hallábase en Oruro el famoso batallón “Legión”, uno de los mejores del ejército boliviano.
Entre los sargentos de ese cuerpo había dos que gozaban de fama por su valor, y que ejercían marcado ascendiente sobre la tropa : eran Pecho y Melgarejo.
Un día de tantos, ocurrióseles a estos célebres sargentos sublevarse con el batallón, y, sin preámbulos, sublevaronlo contra el gobierno y las autoridades constituidas, encabezaron un formidable motín de cuartel. Desde luego Melgarejo era el primer líder de la conspiración y Pecho su segundo.
Varios días gimió la ciudad de Oruro bajo el poder absoluto de la soldadesca rebelde; más, como la revolución no hallara eco en ninguna parte de la República, y se movilizarán otros cuerpos del ejército para sofocarla, vino la reacción y los cabecillas del descabellado motín tuvieron que ponerse a salvo y tomar el camino de la proscripción.
Melgarejo emprendió el camino hacia el Perú saliendo de Oruro a pie y sin llevar consigo más que unos pocos pesos y su fusil.
Dos días había andado; fuerzas enemigas le perseguían; hallábase fatigado y rendido, cuando vio venir, jinete en rica mula, un sacerdote. Era el párroco de un curato inmediato; que regresaba de una confesión.
Acercándose Melgarejo en aquel sítio desierto del camino, y, preparando su fusil y apuntando al pecho del cura, le gritó :
— ¡Bájese, padre cura! ¡La mula o la vida!
Excusado es decir, que el sacerdote, más muerto que vivo del susto, ante aquel encuentro inesperado, echó pie a tierra.
— No me tome por un bandido, señor cura —continuó Melgarejo—, soy un hombre honrado; soy el sargento Mariano Melgarejo, vengo huido y necesito una montura para salvar la vida. Perdone usted, y esté seguro que algún día corresponderé a ese favor. ¿Como se llama usted señor?
Y sacando del bolsillo un lápiz y un papel apuntó el nombre del sacerdote y montando en la mula se alejó rápidamente, mientras el cura, triste, asustado y cariacontecido, siguió a pie el camino de su parroquia, donde refirió a todos el percance que le había acontecido.
El cura daba su rica mula por perdida, cuando después de algún tiempo de este suceso, un día se presentó en su casa un arriero y le entregó su mula, con su mismo ensillado y una carta de Melgarejo; se la devolvía desde Tacna y le manifestaba su agradecimiento.
Veinticinco años más tarde, y siendo ya Melgarejo presidente de la República, la primera vez que pasó por Oruro, averiguó con mucho interés el paradero de aquel cura, cuyo nombre no recordamos, y como le dijeran que había muerto hacia mucho tiempo y que sólo vivía su madre y muy pobre, Melgarejo exclamó en su arranque de gratitud y de nobleza :
— Pues no puedo pagarle a ese hombre un favor que le debía, he de pagárselo a su madre. E inmediatamente compró una casa que regaló a la anciana señora, obsequiándola además, con una buena suma de dinero, en recuerdo del servicio que le debía a su hijo.
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El general Melgarejo
Non-FictionEl general Melgarejo : Dichos y hechos de este célebre hombre. Fue publicado por primera vez en el año de 1913 por el tarijeño Tomás O' Connor D'arlach.