El 27 de marzo de 1865, a las cuatro de la mañana, levantó el general Melgarejo con su ejército, su campamento de Maso Cruz, y emprendió la marcha sobre la ilustre y heroica ciudad de La Paz.
El día se presentaba lluvioso y una densa niebla envolvía cuál blanco sudario, a la altiva ciudad del Illimani.
Al llegar Melgarejo a El Alto, empezó a disiparse la neblina, y el sol se mostró espléndido en el horizonte y rodeado por el arcoiris, que ostentaba los colores de la bandera nacional.
¡Feliz presagio para Melgarejo! ¡Fatal para Belzu y para la constitución!
A las once de la mañana empezó a descender el ejército, y al mediodía se hallaba ya formado en la planicie inmediata al panteón, donde Melgarejo mismo dispuso el plan de ataque para tomar la plaza que se hallaba resguardada por ocho barricadas.
Hecha la distribución de las fuerzas se emprendió la marcha a la ciudad, donde pocos momentos después principió el combate, bajo un vivo y nutrido fuego por ambas partes.
Al caer de la tarde y pronunciada ya la derrota en las filas del ejército de Melgarejo, los pocos soldados que le quedaban se pasaron todos a Belzu, incluso algunos jefes y oficiales.
Con el general Melgarejo no quedaban sino unos pocos cocaceros del escuadrón Bolívar, que le permanecían fieles.
Desesperado Melgarejo, viose del todo perdido, parece que intentó suicidarse, habiendo sido contenido por el general Campero que se hallaba a su lado y que era el jefe más valiente, más sereno y más previsor en aquella memorable y fatal jornada.
Melgarejo, en la desesperación de la derrota, tomó una resolución suprema, inconcebible, que solo él hubiera podido adoptar y que en ese momento nadie podía imaginársela.
Las consecuencias de esta resolución audaz y temeraria, le han valido al general Melgarejo el calificativo de valiente entre los valientes, y la admiración de escritores nacionales y extranjeros, entre los cuales citaremos al doctor Eduardo Wilde, ministro de estado en la República Argentina, quien en una correspondencia que desde el campo histórico de Waterloo, dirige al diario “La Prensa” de Buenos Aires, en septiembre de 1889, dice estas textuales palabras con cuyo sentido no estamos conformes del todo.
“No creo que Napoleón ha sido el capitán más valiente, ni el general más táctico. Antes que él, para mí está en la Historia la colosal figura de Aníbal y como representante del valor temerario un soldado oscuro y vulgar, que llevó a cabo en un rincón de la América, en la ciudad de La Paz, en Bolivia, un acto que revela el mayor grado de audacia, de sangre fría y de valor, que consignan las crónicas de la guerra. Me refiero a la toma de la ciudad de La Paz por Melgarejo, hecho extraordinario que, al leer su relato, uno duda si Melgarejo era un hombre o una máquina inconsciente”.
Dejando constar nuestra disconformidad con el juicio, porque ni en valor ni en talento hallamos a ningún guerrero superior a Napoleón, que es para nosotros la última expresión de la grandeza humana, continuaremos nuestra narración.
Desmontando Melgarejo de su caballo y seguido de los pocos cocaceros que le quedaban fieles, va a poner en práctica su pensamiento : su último recurso en medio de su derrota.
Se coloca en medio de los pocos soldados que le restan, a guisa de prisionero y se dirige al palacio presidencial, donde el general belzu se hallaba rodeado de numeroso pueblo que celebraba la victoria.
Al llegar a palacio, el general vencido distingue en uno de los balcones al vencedor, y le hace un saludo militar con la espada. Belzu le contesta cortésmente y persuadido de que lo traían prisionero, se compadece del vencido y resuelve salir del salón y recibirle con un abrazo.
“Melgarejo —dice Sotomayor Valdez— atravesó el patio del palacio, por medio de una armada, en la cuál se encontraban muchos soldados de su propio ejército, causando en todos una profunda sorpresa; cuando subía la escalera, un antiguo enemigo suyo, edecán de Belzu a la sazón, tuvo la ocurrencia de interceptarle el paso, amenazándole con su rifle. Melgarejo desvía con una mano el arma de su agresor, y le dispara con la otra un tiro mortal de pistola. Deja tendido a un lado el cadáver de esa víctima y precipita sus pasos hacia el salón en que se encuentra el general Belzu (1). La gente armada del patio queda sobrecogida con el incidente sangriento que acaba de presenciar y presiente aterrorizada, algo más terrible todavía. Belzu, que ha sentido la detonación de un tiro de pistola en la escalera, se alarma y se perturba.
“Al ver a Melgarejo que se presentaba en el umbral de la puerta, pálido, con la mirada chispeante y siniestra, se paraliza y tiembla, y apenas pronuncia la palabra garantías —¿las pedía o las daba?— cae herido de muerte por una bala que le asesta Melgarejo (2).
Dejó tendido, envuelto en su propia sangre, el cadáver del ídolo del pueblo, del ilustre general Belzu, y saliendo a uno de los balcones, se presenta a la muchedumbre y exclama :
— ¡Belzu ha muerto! ¿Quién vive ahora?
Y algunas voces contestaron : ¡Viva Melgarejo..!
¡Y este hombre quedó dueño absoluto de la ciudad y del gobierno de la República, a la que convirtió en una Roma de la época de los Césares!
(1) No fue Melgarejo, sino un cocacero de los que en ese momento le acompañaba, el que mató en la grada al edecán de Belzu, comandante Machicado, cuando este quizo interceptarle el paso.
(2) Cierto misterio rodea hasta ahora este episodio trágico de nuestra historia. Muchas personas de La Paz, han afirmado como lo afirma el escritor chileno, que fue Melgarejo quien personalmente mató a Belzu, mientras que el señor general Campero lo niega rotundamente y asegura que no fue Melgarejo sino un riflero.
Hacemos esta declaración, en homenaje a la severa imparcialidad con que escribimos estos apuntes. Últimamente hemos recogido datos muy importantes y serios, que nos persuaden de que no fue Melgarejo quién asesinó a Belzu.
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El general Melgarejo
Non-FictionEl general Melgarejo : Dichos y hechos de este célebre hombre. Fue publicado por primera vez en el año de 1913 por el tarijeño Tomás O' Connor D'arlach.