Al Perú por sábanas

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Hacia tres o cuatro días que ninguna de las personas que buscaban al general Melgarejo, en su palacio, podían verle.

Se decía que Su Excelencia se había indispuesto a consecuencia de una herida que el mismo se había ocasionado en un pie, jugando con su espada; más, no era verdad, sino que el presidente estaba entregado a un néctar sostenido, que no le permitía mostrarse en público.

En uno de aquellos días, el general Campero a quien Melgarejo amaba y respetaba, se dirigía a palacio a informarse del estado de salud del presidente, pues él también creyó en lo de la herida del pie, cuando encontró en la calle a un edecán que le dijo :

— Iba a ver a usted, mi general, porque Su Excelencia le llama.

Llegando el general Campero a palacio, el edecán le introdujo en el dormitorio del presidente, que se encontraba en cama, y que la había hecho colocar en el suelo; estaba afirmado contra las almohadas; cubría su espalda un abrigo y su cabeza un birrete de terciopelo lacre bordado en oro.

Melgarejo estaba, como siempre, imponente. Saludó con cariño al general Campero, y como éste le preguntara como se sentía de la herida, contestóle Su Excelencia :

— No tengo nada en el pie; he dicho eso nada más porque no vengan a molestarme tantos pretendientes y majaderos que ya me tienen fastidiado.

Departia alegremente Campero con el general, con aquel encanto que tenía en su conversación familiar, con el que, como dice aquél, sabía infundir cariño y hacerse perdonar sus faltas.

La conversación se iba animando cada vez más, al calor de las copas de cerveza que se sucedían sin interrupción, y estaba aquella en lo mejor, cuando el edecán de guardia anunció al presidente que habían venido los ministros de Estado.

Entraron éstos, y el señor Bustamante, desdoblando unos papeles que llevaba, dijo al presidente que traía una magnífica propuesta enviada desde París por el general Santa Cruz, sobre las huaneras de Mejillones a lo que Melgarejo respondió :

— Déjese usted de huaneras, que por ahora tenemos que tratar de un asunto de grande importancia.

Y haciendo tomar asiento a los ministros les manifestó el plan que tenía de invadir inmediatamente el Perú, bajo el pretexto de combatir la revolución de Prado y sostener el gobierno de Pezet.

¡Cómo comprendía el derecho internacional el presidente!

Bien dice Subieta, que este hombre, que era capaz de incendiar el villorio donde nació, soñaba con la conquista del continente.

Absortos quedaron los ministros con la ocurrencia del presidente; y como los señores Muñoz y Bustamante le hicieran algunas juiciosas reflexiones y le manifestarán su desaprobación. Melgarejo, poniéndose colérico y exaltado, se quita el birrete bordado, y tirándolo al suelo exclama :

— ¡He aquí para lo que sirven los ministros, para hacerle a uno observaciones y ponerle a uno dificultades! ¡Maldita la hora en que formé ministerio! Sin él, ya habría dado mi orden general, y mañana mismo estaría con mi ejército en marcha al Desaguadero!

Trataron los ministros de calmar la excitación del presidente, y entonces, mudando éste de tono continuó :

— ¡Sí! Es de necesidad que nos pongamos en campaña, porque no tenemos otro modo de salir de apuros. Vean ustedes los trabajos en que ahora mismo estamos para pagar al ejército. ¿Qué será de nosotros en dos meses? Y cuando mis soldados me pidan socorro y yo no tenga ni un pan para darles ¿qué será de nosotros? Que nos fusilarán y enseguida saquearan las poblaciones. Para evitar todo esto, es necesario pues, que cuanto antes, demos entretenimiento al ejército. Diré que voy a apoyar a Pezet porque es un gobierno legítimo; pero esto lo diré por decirlo, será mi pretexto, porque a nosotros ¿qué nos importa en realidad, ni Pezet, ni Prado, ni que mande quien mande en el Perú? Lo que me importa es buscar una ocasión para hacernos de plata. ¿De dónde vamos a sacar recursos en Bolivia que está tan pobre y cuando todos estamos lo mismo? Vean ustedes —decía (desenvolviendo los cobertores de su cama) —vean ustedes que presidente ¡ni sábanas tengo!... ¡Voy, pues, señores, a traerme sábanas del Perú!

Y a esa hora (era ya entrada la noche) obligó el presidente al ministro de la guerra a redactar y hacer comunicar al ejército la orden general de marcha para la madrugada del día siguiente.

El general Melgarejo hallaba un casus belli con el Perú, en la necesidad que tenía de dinero para pagar a su ejército, como lo hubiera hallado Atila, o lo halló más de un guerrero de la Edad Media, para invadir un estado vecino.

Además, Melgarejo no comprendía otra forma de gobierno que la dictadura militar, y a la política y a la diplomacia misma, queria hacerlas obrar como él, militarmente.

Gran trabajo costó esa noche a los ministros, y muy en especial a los señores Muñoz, Bustamante y Oblitas, disuadir al presidente de su temerario y absurdo proyecto.

Por fin el sueño calmó la excitación producida por el licor en el cerebro del capitán general y al despertar en la mañana siguiente, aceptó las reflexiones de sus ministros y no pensó ya más en irse al Perú por sábanas.

El general MelgarejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora