Capítulo XXIX: Malentendido.

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Temía por Raell, sé que no ha estado bien últimamente y de verdad me aterra que vuelva a la bebida. Ese día cuando se desplomó a mis pies sentí que me desgarraban por dentro, verlo tan indefenso y frágil cuando siempre ha sido fuerte y sereno para todo, me pilló desprevenida.

Y puedo entenderlo, pasó de tener todo bajo a control a perderlo completamente.

Raiden.

Su nombre me produce mucha cólera. ¿Cómo puede ser tan malvado con su hermano? Raell no merece su maltrato. Lo más descarado del cuento es que sigue viviendo aquí, se pavonea por toda la casa sin disculparse siquiera.

Un día de estos me agarrara molesta y la sartén aterrizará en su cabeza dura.

Han sido días difíciles, he tratado todo lo posible de animar y ayudar a Raell en su maqueta y aunque todavía falta un montón, seguimos adelante a pesar de las adversidades.

Rendirse es la última opción en nuestras vidas. Es más; ni siquiera debería existir esa opción. Todo aquel que tiene un sueño o una meta debe agotar todos los recursos hasta lograrlo.

Yo pensé que era el fin del mundo cuando Aaron me dejó en la calle desamparada, sin dinero, sin hogar e incluso sin dinero necesario para la carrera universitaria. Pero heme aquí ahora, de pie, luchando por mis sueños y con una hermosa persona que me apoya en todo.

Raell ha sido mi luz entre tanta oscuridad y no me cansaré de decirlo, porque gracias a él pude seguir avanzando y asimismo haré con él, seré su pilar en estos momentos difíciles. Para eso están los amigos y aunque en este momento queremos ser algo más, e incluso si nos casamos; más que su esposa seré una amiga incondicional.

Ese es el verdadero amor, el que todo lo puede, todo lo espera, todo lo sufre, todo lo espera, todo lo soporta, no es egoísta ni jactancioso.

Miré a Raell junto a mí y sonreí.

No, mi chico hermoso no es egoísta ni jactancioso. Es todo lo que siempre soñé tener en un hombre.

Estábamos en su habitación trabajando en la maqueta, era domingo y como no hay tiempo que perder. Nos dedicaremos todo el día a trabajar. Raell ni fue a la iglesia, cosa que me sorprendió porque es muy puntual con eso.

Quise tocar el tema pero se veía tan estresado que mejor no lo hice.

—¿Andrew ya terminó los diseños del exterior? —preguntó sin dejar de medir algo en su plano.

—Si, falta imprimirlos y hacerlos pegatina —lo puse al tanto.

—Princesa necesito eso para el martes ¿si? —me miró en súplica—, que los imprima mañana y los mande a personalizar con la pega.

—Entendido jefe —bromee un poco y funcionó, me miró divertido.

—Se oye muy bien eso de jefe, es muy sexi cuando lo dices tú —pillé como miró mis labios.

¡Pero que digo! ni siquiera disimuló que los veía.

—Este es un caso curioso, porque me enamoré de mi jefe y vivo con él ¿no te parece algo inaceptable? —seguí con mi pizca de bufona.

—No lo creo, además yo no soy tu jefe. Tu jefe es Andrew —dejó el lápiz encima del plano y se acercó a mí.

—Pero eres el jefe de mi jefe y eso te vuelve mi jefe mayor —susurre.

Lo tenía a centímetros de mí boca, estaba sentada en una silla giratoria al otro lado de su mesa de diseño. Él se apoyó a los brazos de la silla, dejándome cautiva. Sus brazos estaban tensos, mostrando sus trabajados músculos.

Arriésgate Liz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora