Capítulo 11

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Mari sollozaba profusamente, incapaz de hacer la confesión que le estaban obligando a pronunciar. Había creído que su secreto estaba bien oculto en lo profundo de su mente. Pero no había sido tan cuidadosa, al menos lo suficiente y Meridiana se había dado cuenta.

Sabía que Karma estaba en peligro, pero no creía tener el valor de decirlo en voz alta. Si confesaba, se volvería más real y arruinaría todo el esfuerzo que había hecho para enterrar esa parte de ella que tanto odiaba.

—Te doy diez segundos para que tomes una decisión, no pienso darte más tiempo.

—Por favor, no me hagas decirlo. Haré todo lo que quieras, menos eso. ¡Te lo ruego!

Pero a Meridiana no le importaban sus sentimientos. Comenzó la cuenta regresiva mientras la chica seguía suplicándole que parara. Por otro lado, al ver a su amiga tan afectada por la petición del demonio, Karma luchó como un animal salvaje para librarse de aquellas garras que la aprisionaban.

Todavía no habían llegado al tiempo límite, pero el demonio se impacientó intentando contenerla y le rebanó el cuello. Karma cayó al piso, ahogándose en su propia sangre. Fue perdiendo la conciencia a medida que el líquido vital se extendía por el suelo. Mariángeles seguía inmovilizada en el suelo, obligada a ver como su amiga se desangraba frente a ella. Gritó por auxilio hasta que la sangre llegó hasta sus rodillas, empapando sus vestiduras rasgadas.

La visión de Karma se nubló con el torrente sanguinolento que emanaba de su cuello y quedó sumida en una densa niebla. Los sonidos se iban reduciendo, hasta convertirse en un leve susurro en la distancia. Pero el llanto de Mari seguía oyéndose fuerte y claro. Aquellas palabras que tanto le había costado pronunciar, comenzaron a fluir con desespero. La confesión que le habían arrancado de la garganta, sonaba claro y fuerte frente a su amiga asesinada. Repetía las palabras, como si fueran un hechizo para devolverla a la vida. Porque aunque la conoció por muy poco tiempo, Mariángeles nunca había amado antes con tanta intensidad.

—Te amo, Karma... Y lo siento muchísimo. Esto nunca debió haber pasado. Este es mi castigo divino.

Como si despertara de un sueño profundo, Karma empezó a recuperar la conciencia de forma gradual y respiró de nuevo. Sentía cómo el profundo corte que le habían infligido en el cuello se cerraba por completo. Apenas percibía un leve dolor en la zona, lo que no tenía ningún sentido. ¿Acaso se había vuelto igual a Meridiana?

Después de recibir aquella herida, no había forma de que siguiera con vida. La única que podría haber influenciado en algo así era Genesys, quien se especializaba en sucesos imposibles. No encontraba otra explicación.

Quería abrir los ojos, pero al escuchar esa confesión de amor, se detuvo. No se imaginaba lo que le habría costado a Mari decir aquellas palabras. El peso que cargaba debió de ser muy duro para ella, quien había aprendido que sus sentimientos eran incorrectos y si no los reprimía, terminaría en el infierno. O al menos eso era lo que había oído Karma al respecto.

Después de que su familia materna había descubierto a su tío manteniendo una relación amorosa con otro hombre, le dieron la espalda y nunca más volvieron a hablarle. La madre de Karma fue la única que se puso de su parte, pero el resto de la familia permaneció inflexible. No dejaban de escupirle en la cara que Dios lo despreciaba por su conducta.

Desde aquel suceso, sus padres dejaron de ir a la iglesia y poco después, se mudaron a Asunción del Paraguay. Ahora se enfrentaba a una situación similar. Pero en esta ocasión, se trataba de una chica que estaba mostrando interés en ella. Si era sincera consigo misma, no estaba segura sobre cómo se sentía al respecto. La única emoción que percibía con claridad en ese momento era una ira desmedida hacia Meridiana.

Esta vez, el demonio no tuvo tiempo para detener su ataque. Karma aprovechó el factor sorpresa y se lanzó sobre ella. Tanto Meridiana como Mariángeles estaban igual de sorprendidas al ver a Karma regresar de la muerte.

Sujetó al demonio del cuello, estrangulándola con toda la fuerza que le quedaba. Pero a diferencia del enfrentamiento anterior, en esta ocasión Meridiana no se pudo librar de ella. Gritaba y empujaba, presa del agarre de la chica resucitada.

Karma se sentía con las fuerzas renovadas. Una luz estaba abriéndose paso desde su interior y se extendía hasta la punta de sus dedos. Cuando esa energía hizo contacto con Meridiana, se produjo un estruendo en todo el convento. Las monjas comenzaron a despertar de su sueño una por una y buscaron refugio ante el temblor.

Mari intentó acercarse a ella, pero fue arrastrada hacia un lugar seguro por las monjas. Las tejas caían a su alrededor y el polvo les nublaba la vista. Pero no soltó el cuello del demonio, quien aullaba de dolor mientras una corriente de energía se desbordaba desde Karma.

Cuando comenzó a perder el control, pensó que moriría una vez más. Después de acabar con Meridiana, se drenaría de energía y caerían juntas. Pero cuando el demonio se consumió por completo, ella seguía derrochando aquella luz que amenazaba con destruirla.

Gritó por ayuda, sintiendo que su cuerpo se quemaba desde el interior. Y cuando creyó que ya no podría soportarlo, un susurro proveniente de lo más profundo de su ser le prometió que todo estaría bien. De a poco, su energía empezó a cesar y cuando todo hubo acabado, su cuerpo por fin colapsó.

Lágrimas de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora