Después de atender a su madre, Karma corrió a su lugar favorito. Un escondite que había encontrado mientras caminaba por la costa del río Paraguay. En esa zona, la maleza era muy alta, por lo que el lugar estaba totalmente oculto. Pero lo había descubierto una tarde mientras perseguía a un conejo.
Su refugio era una pequeña extensión de arena blanca que llegaba al río, totalmente rodeada de hierbas de un extremo al otro. Estaba dividida en el centro por un arroyo que se originaba en el monte y terminaba en la costa del río. Cuando sus pensamientos la abrumaban o cuando quería un momento de paz, iba hasta ese lugar para contemplar los atardeceres que cambiaban de color con el pasar de las horas. El refugio le recordaba mucho a su padre, quien era amante del mar y se pasaba todo el tiempo navegando con sus socios comerciantes.
Cuando su madre amanecía con el pie izquierdo, Karma miraba de soslayo a su padre y con eso bastaba para que ambos se escabulleran de la casa. La mayoría de las veces, corrían a pescar o simplemente caminaban por la costa. Karma se asemejaba más a su padre, quien era tranquilo como las aguas de un pozo, a quien nada ni nadie lo perturbaba y siempre se tomaba las cosas con calma.
Esta actitud relajada lo ponía en un conflicto constante con su esposa, quien no podía quedarse quieta un momento. Siempre encontraba algo que hacer. A veces, Karma le sugería a su madre que fuera a sentarse con ella al patio, lo que casi siempre era tomado de mala manera.
Así era su madre, un campo minado por donde tenías que andar con cuidado. Aun así, la amaba con todo su ser y ver como aquella figura tan activa iba perdiendo gradualmente la salud, era muy duro de asimilar.
Al llegar a su escondite, se tiró sobre la arena para observar el movimiento de las nubes mientras se iba adormeciendo y dejaba que la calma la llenase por completo.
Cuando abrió de nuevo los ojos, el sol estaba a punto de ocultarse. Se puso en marcha rumbo a casa para evitar ser regañada, pero unas calles antes se topó con una fiesta que comenzaba a tomar forma en el centro de la ciudad. Jóvenes y adultos transportaban comida y bebidas, mientras los músicos ajustaban las cuerdas de sus guitarras y arpas.
Había algo en el ambiente que la atrapó y decidió quedarse por unos minutos. Aunque ella no tenía tratos con estas personas, todos la conocían. Quedó un poco sorprendida al recibir sonrisas cálidas de extraños mientras llenaban sus manos con comidas típicas del lugar. De seguro se debía a que Joaquín hablaba maravillas de ella a todo el que visitaba su tienda.
El tiempo pasó volando y parecía haber escuchado que tocaban más de tres veces la misma canción cuando su vecina Celsa, se acercó a ella de nuevo. Esa mujer entrometida se empeñaba en perturbar su paz mental. Sin embargo, la actitud con la que le habló fue completamente opuesta a su encuentro en la mañana.
—Karma, necesito que vayas conmigo a tu casa —le ordenó con voz firme.
Estuvo a punto de negarse, pero la expresión tan seria en el rostro de Celsa le indicó que algo andaba mal y se apresuró a seguirla. Al entrar en la habitación, se encontró con su madre tendida en la cama con los ojos cerrados. Su piel estaba más blanca de lo normal, se veía... sin vida. No necesitó acercarse más para darse cuenta de lo que había ocurrido.
Karma era consciente de que su madre no se encontraba en buenas condiciones. Sabía que su salud era muy frágil y cabía la posibilidad de que la abandonara en cualquier momento. Aun así, le pareció demasiado pronto. Ni siquiera se había recuperado tras la muerte de su padre, por lo que la posibilidad de perder a su madre era algo que había bloqueado por completo de su mente. Pero en ese momento la realidad le estaba pegando duro en la cara.
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Lágrimas de Cristal
PertualanganDespués de la muerte de sus padres, Karma es reclutada para una misión con el fin de salvar a un planeta agonizante. A la edad de 18 años, es dotada de inmortalidad por parte de un ser desconocido. Tendrá que enfrentarse a diversos enemigos a través...