magia.

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El sol comenzaba a iluminar cada rincón de Hogwarts, los cálidos rayos dorados auguraban que sería un muy bello domingo de primavera. El castillo se encontraba metido casi en un silencio absoluto, salvo por unos pequeños pasos que retumbaban en las paredes.

Una melena pelirroja se movía libremente por todo el recinto, saltando y trotando con una singular alegría. Minnie adoraba pasear cada mañana por los pasillos de Hogwarts; asombrándose siempre al hacer un nuevo descubrimiento.

A pesar de tener sólo cinco años de edad, la niña conocía las mazmorras como la palma de su mano. Su mayor ilusión era, algún día, explorar cada centímetro del castillo y vivir cientos de aventuras en él. Mientras tanto, se conformaba con acompañar a su padre cuando daba su clase de pociones y pasar el fin de semana jugando en los jardines con su familia.

Y aquella mañana no sería la excepción. Tras dar su recorrido habitual, Minnie regresó al cuarto con sus padres. Desde que Lily y Severus se casaron, Dumbledore les asignó una habitación cerca de la sala común de Slytherin. Y cuando Minerva nació, ampliaron ésta para que todos pudieran estar cómodos.

—¡Mami! ¡Papi! —corrió a los brazos de Severus.

—Hola mi niña—él la cargó y le dió un beso en la mejilla.

—Espero que no te hayas alejado mucho esta vez mi cielo, recuerda que el castillo es muy grande. Cuando quieras recorrerlo con un poco más de profundidad, avísanos para que tú papá o yo podamos acompañarte —Lily acarició la cabeza de su hija.

—Sí mami, te prometo que así será.

—Bien mi pequeña aventurera, vamos, tienes que desayunar algo —Severus la volvió a colocar en el suelo y tomó su mano.

—Y después, si te comes todo en tu plato, haremos la actividad que tú quieras —Lily le sonrió mientras realizaba la misma acción que su esposo.

La familia salió de las mazmorras con rumbo al Gran Comedor. En su camino se encontraron con algunos estudiantes que recién se despertaban. Minnie había hecho amistad con algunos de ellos, por lo que se ponía muy contenta cuando los veía.

Al llegar a su destino, los tres tomaron asiento en la mesa de profesores. Unos cuantos minutos pasaron cuando por fin pudieron degustar un delicioso desayuno.

Mientras comía, la pequeña niña paseaba sus negros ojos por toda la habitación. Poniendo especial énfasis en las mesas con estudiantes de las distintas casas, le emocionaba mucho imaginar en cuál de las cuatro podría sentarse algún día.

Severus, al percatarse, no dudó ni un segundo en unirse a su hija.

—No puedo esperar a que mi princesa esté sentada con los demás Slytherin —al decir esto, le guiñó un ojo.

—¿Disculpa? Si Minnie lo tiene todo para ser una Gryffindor como su madre —Lily fingió estar ofendida.

La aludida no pudo evitar soltar una pequeña risita, le divertía mucho cuando sus padres especulaban sobre qué casa la alojaría en el futuro. Inevitablemente, ella también se lo preguntaba muy seguido.

Cuando el desayuno terminó, la familia Snape salió a los jardines. El día era perfecto; el pasto se miraba de un verde intenso y el cielo era de un azul brillante, adornado por unas cuantas nubes. Los tres caminaron hasta llegar a un punto cercano al lago negro.

Lily, Severus y Minnie se recostaron mirando al cielo. Pasaron un buen rato observando las nubes y descubriendo figuras entre éstas. Después, los adultos comenzaron a hacer un poco de magia; creciendo bellas flores y elevándolas en una especie de desfile por los aires.

Minerva los observaba embobada. ¡Cuánto desearía poder hacer lo mismo! Hasta ese momento ella sólo había mostrado un par de signos de magia: el primero de ellos, siendo sólo una bebé, fue tirar todos los juguetes de una repisa tras una pataleta.

Después de un rato volvieron al interior del castillo, dirigiéndose a su habitación. La niña iba tomada de la mano de sus padres, dando algunos brinquitos a lo largo del trayecto. En su mente únicamente rondaba una cosa: magia.

Una vez estuvo en su cuarto, Minnie se sentó sobre su cama y pasó su vista por todos los peluches que descansaban en ella. Tomó un respiro profundo y cerró los ojos.

—Vamos... por favor... muévanse... por favor —ella dijo muy concentrada, con la nariz y ceño fruncidos.

Transcurrió un minuto de esta manera; nada. Sin embargo, no se quería dar por vencida. Volvió a intentarlo; dos, tres, cuatro minutos pasaron y siempre con el mismo resultado. De repente, al quinto minuto, uno de los peluches salió disparado por la habitación.

No podía creerlo, lo había logrado, ¡por fin! Sus ojos estaban abiertos como platos y su corazón latía con tal intensidad que le retumbaba en los oídos. Sin pensarlo dos veces fue en busca de Lily y Severus.

—¡Mami! ¡Papi! ¡Puedo hacer magia! ¡Moví uno de los peluches de mi cama! —la pelirroja corrió muy emocionada.

After all this time?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora