After all this time?

sorpresa.

9 de enero, 1978.

La casa de la Hilandera se encontraba algo sombría y silenciosa, como era lo habitual. A pesar de que Tobías Snape llevaba unos años de haber fallecido, las cosas no habían cambiado lo suficiente; lamentablemente su recuerdo seguía presente.

Sin embargo, aquella ocasión era diferente. Era el cumpleaños de Severus y Eileen, su madre, iba a hacer todo lo posible por regalarle un día especial. Ella se levantó muy temprano, dispuesta a prepararle el desayuno y tratar de consentirlo lo más posible.

A unas cuantas calles de distancia, Lily Evans descansaba en su habitación. Estaba recostada en su cama, pensando en cómo celebrar el cumpleaños de su novio. Se le ocurría organizarle una pequeña sorpresa, llevarlo al lago donde solían jugar cuando eran niños y dar un paseo por el lugar.

Después de desayunar, la pelirroja tomó un baño y comenzó a preparar todo lo necesario. Por la época del año el frío era bastante fuerte afuera, así que optó por hacer un chocolate caliente y lo guardó en un termo para compartirlo con Severus más tarde.

De vuelta en la casa de los Snape, Eileen ya había arreglado la mesa y servido el desayuno, ahora dirigiendo sus pasos para despertar a su hijo.

—Severus, hijo, despierta —lo sacudió ligeramente —El desayuno se enfría.

—Mamá... —respondió somnoliento —Buenos días.

—Feliz cumpleaños mi cielo —sonrió y depositó un beso en su frente —Te amo.

—Gracias mamá, yo también te amo.

Los dos se dieron un cálido abrazo y bajaron a probar la comida que Eileen se había esmerado tanto en preparar. Al terminar sus alimentos, madre e hijo recogieron todo lo que se hallaba en la mesa y lavaron y secaron los platos y cubiertos.

Aproximadamente al mediodía, el timbre de la vivienda sonó. Severus se acercó a abrir la puerta y justo frente a él se encontraba una inesperada pero muy grata visita.

—Lily... hola, que gusto verte —sonrió ampliamente.

—¡Feliz cumpleaños mi amor! —se acercó a él y lo besó con ternura.

—Gracias bonita —correspondió al beso.

—Oh, Lily, querida, que alegría que estés aquí —Eileen apareció junto a su hijo —Por favor, pasa.

Lily sonrió y entró a la casa. Los tres tomaron asiento en la sala y bebieron del chocolate caliente que ella traía consigo. Tras una amena charla con Eileen y Severus, la madre de éste decidió retirarse a su habitación para dejarles un momento a solas.

Los chicos permanecieron en el sofá, acurrucados y con las manos entrelazadas. Su plática continuó, abordando toda clase de temas. Hasta que en un momento dado, Lily le sugirió a Severus que salieran a caminar.

Pasearon por la solitaria calle, llegaron al lago donde habían pasado tantos momentos felices y se detuvieron allí un rato. Jugaron como solían hacerlo años atrás; construyendo un muñeco y desatando una guerra de bolas de nieve. Severus no era muy afín a todo aquello, pero tenía que admitir que Lily volvía todo más divertido con su vitalidad y alegría.

El resto de la tarde se pasó volando, cada que se encontraban juntos parecía que los minutos y horas dejaban de existir. Ya para la hora de la merienda, regresaron a la casa. Ahí, Eileen los esperaba con un delicioso pastel de chocolate, decorado con betún y dieciocho velas encendidas.

Las dos mujeres más importantes de su vida le cantaron muy alegremente el "feliz cumpleaños" mientras llevaban el pastel a la mesa. Al ver todo eso; a su mamá, a Lily y un ambiente de paz que finalmente podía respirarse en el sitio, Severus se sintió muy conmovido.

—Gracias, en verdad, muchas gracias a las dos.

—No hay nada que agradecer, mi cielo.

—Tu mamá tiene razón, esto y más te mereces Sev.

—Ahora, pide un deseo —Eileen lo animó.

Severus cerró los ojos y muy concentrado pidió por más días así. "Por que mi mamá nunca más vuelva a perder su sonrisa y que con Lily, el tiempo que la vida nos permita estar juntos, seamos inmensamente dichosos".

De un solo soplido apagó las velas. Se sentía feliz, como nunca antes. Sin duda alguna este había sido el mejor cumpleaños de su vida.