XXIV. Ventaja

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No puedo ver la felicidad que refleja Esmeralda en su voz, pero me basta con escuchar lo emocionada y feliz que se encuentra por poder ir a su hogar y visitar a sus seres queridos.

Partimos al aeropuerto y los nervios no se hicieron esperar. Nunca he viajado antes a un lugar diferente que no sea Wilmington y menos en avión, y ese hecho me tiene bastante ansioso, pero muy feliz porque voy de la mano de mi meloncito. No necesito ningún otro calmante para apaciguar los nervios que me han invadido mientras abordamos el avión. Solamente ella con tomarme y guiarme de la mano mi ser se relaja.

-Esto parece un sueño - recostó la cabeza en mi hombro, y no tardé en acariciar su mejilla-. Una vez más gracias por lo que estás haciendo por mí.

-Bueno, lo hago por los dos. Sé que vamos a disfrutar mucho de estas semanas solos tú y yo.

-Te quiero mucho, Yulek - dejó un delicado y tímido beso en mi mejilla, pero fueron sus palabras las que provocaron una taquicardia terrible.

-Y-yo también te quiero, meloncito.

Tras escuchar las indicaciones de la azafata, hicimos silencio y la seguimos al pie de la letra. Poco después, el avión se alzó en los aires con un movimiento brusco que aceleró aún más los latidos de mi corazón, pero no fue el pánico lo que me invadió, fueron miles de cosquillas atravesar por mi cuerpo y centrarse en mi estómago. Sentía un vacío muy grande y las manos me sudaban, pero no sentía la necesidad de bajarme; todo lo contrario, se sentía libre y relajante estar cerca del cielo.

-Dime lo que ves, princesa.

Ella me dijo exactamente como se veían las nubes, como se iba minimizando la ciudad ante la altura que iba cobrando el avión. Aseguró que el cielo sin duda alguna era su lugar, y aún no entendía el por qué. Siempre compara mis ojos con el cielo y dice que son tan puros como este, pero no sé cómo luce el cielo y tampoco sé cuáles son las tonalidades que conforman el color azul de mis ojos. En mis apreciaciones solo veo negrura, pero trato de imaginar todo en mi cabeza y hacerme una idea.

Llegamos a Bogotá, Colombia unas once horas después del viaje. Una amiga de Esmeralda fue quien nos recogió y nos dejó quedar en su casa, pues aún queda viaje hasta llegar a su pueblo natal. El aire se sentía muy diferente y el bullicio de la ciudad era algo a lo que no podría acostumbrarme quizás nunca. Me sentía desorientado, perdido, como cuando recién exploraba todo a mi alrededor y temía a dar un paso erróneo y caer, pero Esmeralda se encargó de hacerme sentir protegido en sus cálidas manos.

Escucharla hablar en español fue mucho más sorprendente. Su voz suena incluso más bonita que cuando habla en inglés. Las palabras salen con mayor fluidez y seguridad, pero no me agrada en lo absoluto no poder entender lo que hablaba con su amiga Estela. 

—Estela me comenta que solo hay una habitación para tú y yo — soltó una risita—. Dice que espera que no te incomode. 

—Sabes que no, princesa. Jamás me incomodaría al tener un suave meloncito siendo mi almohada cada noche — solté el comentario, sonriendo con inocencia 

—Ven, vamos a la habitación — reí por lo bajo, siendo guiada por esa mujer que tan feliz me hace. 

Tan pronto Estela se marchó, atraje a Esmeralda a mi cuerpo por su cintura y ella no tardo en rodear mi cuello con sus brazos. Necesitaba desde hace mucho estar a solas con ella y darle un beso. Probé sus labios con suavidad, rozando intencionadamente mi lengua con la suya y profundizando aún más el beso. Las reacciones de mi cuerpo no las puedo controlar cada que me pierdo en su boca. Cada día es más difícil mantenme firme cerca de ella y no poder llegar un poco más por el temor a que me rechace, pero no puedo seguir ocultando esos deseos tan grandes que se han ido apoderando de mí con mayor intensidad. 

—¿Te gustaría tomar una ducha antes de dormir? — me preguntó, cortando el beso y respirando acelerado. 

—¿Me lo estás proponiendo? — mordí mi labio, trayendo a mi cochina mente pensamientos muy sucios—. En vista de que este lugar es nuevo para mí, tendrás que ayudarme en todo. 

—¿En todo? 

—En todo — le aseguré, mostrando mi mejor cara de consternación—. Creo que no te gustaría que me cayera o me golpeara con algo, ¿o sí? 

—No, claro que no — me encanta lo tierna que puede llegar a ser—. Deja saco todas las cosas que necesitamos para tomar la ducha y te llevo al baño. 

—De paso lleva las tuyas, cariño, con ello te refrescas tú también. 

—S-sí, claro... — tartamudeó. 

La esperé ansioso y con una pizca de maldad en el pensamiento, para qué negarlo. Solo Dios sabe cuánto me he contenido para no dar ese siguiente paso que me tiene apuntando con gran constancia su divino cuerpo.

—Ya tengo todo listo — avisó. 

—Entonces, no perdamos más tiempo. 

Me tomó de la mano y me llevó hasta que llegamos al baño. Sé que este no es el lugar adecuado en donde debamos consumar nuestro amor, pero necesito y muero por trazar cada centímetro de su piel con mis labios. Quiero leerla, estudiarla a profundidad y dejarme someter por esos deseos que solo ella ha podido despertar en mí con el simple roce de su aliento corporal.  

—Desvístete — me ordenó, con la voz temblorosa. 

—No pienso entrar solo, no tengo mucha confianza a este espacio — y no mentía, me siento fuera de mi zona de confort—. Desvístete tú también y ayúdame, por favor —le supliqué, quitándome lentamente el abrigo.

—¿No te parece que será un poco incomodo y extraño? 

—Tranquilízate, mi amor. Además, eres tú la única que tiene mayor ventaja sobre mí — sonreí, dejando caer la ropa de mi cuerpo poco a poco hasta quedar en bóxer—. Quédate en ropa interior, yo me quedaré así. Y, por favor, ignora esa parte de mi cuerpo. 

Escuché su risita, más no se atrevió a decir nada. Es vergonzoso estar tan sensible con solo tener en mente la idea de que estaremos casi desnudos en un espacio reducido, pero no puedo decirle a mi cuerpo que aparte la emoción que este suceso le provoca, pues deseo con todas mis fuerzas unirme de por vida a la mujer que tanto amo con mi alma. 

Una oportunidad para amar[✓]EN FÍSICO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora