Capítulo 30

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El camino a buscar aquella tablet fue largo, y silencioso, ninguno de los hombres pronunció palabra hasta que llegaron a ese estacionamiento.

Espereme aquí —dijo el azabache cuando detuvo el auto—. Traeré su maldita tabletafirmó ignorando la expresión de su jefe.

Bajo del vehículo y caminó lentamente hacia el otro auto, observando todo a su alrededor.
Cuando llego a el, y saco la mochila para verificar que la tablet estuviera allí, el sonido de un arma detrás de el lo detuvo.

Quietoordenó la voz de un hombre, pero lo que este no sabía era que el azabache tenía desde el principio su arma apuntando hacia atras.

¡Aaah hijo de perra! —gritó de dolor, luego de recibir un disparo y caer al piso.

De verdad creyeron que no me esperaría esto —dijo pateando lejos la pistola que este había soltado al caer—. ¿A quién sirves?cuestionó ahora poniéndose de cuclillas frente a el.

¿Por qué piensas que te lo diré imbécil? —cuestionó aquel hombre cubriendo con su mano la herida en su pierna.

Por estorespondió el azabache disparándole en la otra pierna.

¡Aaaah maldito hijo de perra! —gritó otra vez el hombre gimiendo de dolor.

¿Hablaras o no? —cuestionó el guardaespaldas mirándolo a los ojos, pero este permaneció en silencio—. Okpronunció y volvió a apuntarle.

—¡Esta bien!¡Esta bien! —gritó nuevamente ese hombre intentándo detenerlo—. Te diré lo que quieras.

¿A quién sirves?repitió.

No... no lo sé...

Okel azabache volvió a apuntarle ante su respuesta.

Estoy diciendo la verdad, estoy diciendo la verdad —repetía el hombre desesperado—. Por favor... por favor —suplicaba.

¿Qué es lo que sabes? Dilo... ya—exigió el guardaespaldas.

Me ordenaron vigilar el auto y retener a cualquiera que venga por el, sin importar quién sea.

¿Quién te lo ordenó?

Nuestro jefe de unidad.

¿Policía?cuestionó entonces el azabache y este le mostró su placa—. ¡Maldición! pronunció negando con la cabeza—. ¿Ya le informaste a alguien que me viste?cuestionó, pero el hombre no respondió—. ¿Lo informaste? —gritó apuntándole nuevamente.

Si... si... si —gritó desesperado el hombre—. De... deben estar en camino ahora.

¡Maldito imbécil! —exclamó el azabache y lo dejó inconsciente con un golpe, tomó la mochila y volvió al auto rápidamente.

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