Capítulo 40

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Las horas pasaban extremadamente lentas para los dos hombres que se habían quedado en el departamento esperando, el silencio era dueño del lugar, quizás por la preocupación o el miedo, pero ninguno podía pronunciar palabra sin que un nudo en la garganta se les forme, así que la mañana fue pasando entre miradas preocupadas y recorridos nerviosos por toda el lugar.
La hora del almuerzo llegó y aunque el castaño había preparado comida para ambos ninguno pudo probar bocado, después de unos minutos de silencio en la mesa ambos entendieron que no podrían comer y todo fue devuelto a su lugar de origen.
El joven volvió a sentarse en los sillones de la sala esperando noticias, mirando el reloj cada segundo, rogando porque todo este bien, mientras que el castaño en la cocina revisaba cada segundo también el teléfono en su bolsillo, en el cual ninguna notificación era recibída.
De pronto aquel aparato comenzó a emitir sonido, un sonido que aceleró su corazón por un momento, hasta que lo que vio en la pantalla hizo que una sonrisa escape de sus labios.

Tus píldoras, tomalas idiota —aquel era el nombre de la alarma que leyó en la pantalla del teléfono—. ¡Muy sutil amigo mío! —exclamó sabiendo que la persona que lo había hecho era el azabache.

Llevo una de sus manos al bolsillo oculto de su chaqueta y de allí sacó el frasco que contenía las píldoras mencionadas en esa alarma, para luego servirse un vaso de agua.

Escuche el teléfono —dijo entonces New entrando a la cocina deprisa—. ¿Noticias?

No joven lo siento, era sola una alarma —respondío el castaño mirándolo.

Oh... esta bien —afirmó el joven  notando aquel frasco en la mano del castaño. Son...

¿Son? —continuó el castaño cuando este se detuvo.

No, nada—respondío y salió del lugar.

Las horas siguieron pasando, haciendo que el atardecer llegue pronto, pero aún sin recibir noticias.

Al menos tome un café joven —dijo el guardaespaldas acercándose con dos tazas a el.

¡Gracias! —exclamó este tomando una.

Ambos se acomodaron en los sillones y permanecieron en silencio unos minutos, sólo bebiendo el líquido de aquellas tazas.

¿Por qué tardarán tanto? —se cuestionó en voz baja el joven mirando el exterior por los ventanales del departamento, notando ya como el cielo se empezaba a oscurecer.

No debe preocuparse —respondió el castaño sorprendiendolo—. Si algo malo paso ya lo sabriamos.

Mm, tienes razón.

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