Keira Gray tenía una vida bastante normal, al parecer. Vivía en el condado de Arizona, en Phoenix, con su madre. Iba a clases de Ballet desde los cuatro años, en donde conoció a la que se volvería su mejor amiga, Bella Swan, quien fue su compañera d...
EL DOCTOR CULLEN MIRÓ A KEIRA CON ATENCIÓN. Estaba intentando averiguar, por su apariencia, cuánto tiempo llevaba con el veneno.
Fue allí cuando miró a Jasper fijamente a aquellos ojos color dorado, asintiendo.
—Sucederá. Su cuerpo ha estado mucho tiempo expuesto al veneno, no podemos evitar que cambie —contestó el doctor.
Jasper se puso de cuclillas, pegando a Keira contra su pecho, acariciando su cabello.
—No tenía que suceder así —susurró él contra ella, luego mirando a Carlisle—. Ve con Edward.
Carlisle entendió de inmediato por qué. Edward no podía detenerse y la iba a matar.
Mientras, Jasper no dejaba de sentirse culpable. Si tan sólo hubiese llegado más rápido, o si hubiera sido más cuidadoso, nada de eso habría sucedido. Si él no se hubiera acercado a Keira, ella estaría bien.
—Solo son eso, Jasper. "Hubiera's". No puedes cambiar el pasado, mejor pregúntate cómo puedes arreglar el futuro —comentó Edward, que tenía los labios rojos gracias a la sangre de Bella y, asimismo, la cargaba en brazos.
La castaña estaba inconsciente y, al igual que Jasper, Edward se culpaba.
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La transición fue dolorosa. Nadie jamás podría soportar algo igual a eso. Todo el cuerpo me ardía, era como si cada fibra, cada célula y cada molécula se estuviesen encendiendo en llamas. Un incendio que se abría pasó a través de cada órgano, de cada tejido.
El dolor era tan fuerte, indescriptible e inimaginable, que lo único que deseaba, era que se detuviera. Quería dejar de sentir, quería simplemente sumirme aunque sea en un sueño efímero.
Pero ni siquiera eso podía, porque sólo estaba ahí. No podía quedar inconsciente, no podían dormirme, sólo estaba en un bucle eterno de mucho ardor.
Mi cabeza se sentía como si quisiera explotar de lo caliente que se sentía.
Quería que me dejasen morir, porque cualquier cosa que pudiera detener esta agonía era la mejor opción.
No supe cuánto tiempo había pasado, podía sentir como me movían de un lado a otro, escuchaba voces. La sensación de quemazón aumentó, se intensificó, alcanzó el tope y volvió a incrementarse otra vez hasta que sobrepasó cuanto había sentido alguna vez en mi vida.
