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Hola mis amores cómo están? Les dejo una pequeña actu antes de ir a mimir que descansen ya me dicen que opinan de esta historia

Eban observó a través de la puertas al viento frío que amenazaba con escarchar las copas de los árboles. No era la primera vez en la que Fiodor dejara la cerradura abierta, a veces lo olvidaba, a veces Eban corría hasta el porche para recibirlo luego de largas horas de soledad pero está vez se sentía diferente.

El miedo de ser buscado y arrastrado de vuelta lo había mantenido atado a la cabaña de Fiodor. Miró a los lados, pronto nevaría, si no se iba pronto, en unos días se congelaría en el bosque antes de llegar a la carretera. Si se iba, si aceptaba el regalo de libertad que su oso polar le estaba ofreciendo…

Su oso polar... Tenía que dejarlo.

Y si lo hacía... entonces debía hacerlo ahora cuando el clima aún era lo suficientemente soportable. Cuando su corazón aún era lo suficientemente fuerte para soportarlo.

Miró de nuevo a los bosques, al inmenso claro donde se alzaba la cabaña a la que se había acostumbrado, la que había sido su cárcel y su hogar en última instancia, se había acostumbrado a ella. Lo había hecho.  Jesus, había llegado a quererla. No era tan malo, de hecho llevaba tiempo en que las cosas no eran tan malas en aquella burbuja de madera  en la que había vivido los últimos meses.

Aspiró, el aire frío que quemó su nariz y pulmones, olor a bosque a tierra a Fiodor, el aire allí parecía estar impregnado de su oso polar, desde el hacha tirada en la mesa de trabajo al costado de la casa, hasta la rusticidad de los tacones. Fiodor era bosque, era tierra y frío,  era algo puro como el hielo, algo que el hombre por mucho que quisiera no había terminado de corromper.  Algo que  Eban había conseguido vislumbrar en sus miradas, en sus gestos, en la manera en la que fingia que no le importaba Eban cuando se preocupaba por traerle cosas que le gustaban, cuando lo abrazaba e intentaba callarlo cuando lloraba, o se preocupaba por no hacerle daño. Había más, más que ruso bruto, era fuerte, tosco, sí, pero con una sensibilidad intrinseca que sospechaba que ni el propio Fiodor conocía. Eban si la conocía. La había experimentado. La entendía. La quería.

Afuera en la ciudad, lo esperaba lo desconocido, una brisa de aire golpeó su cuerpo y tembló. Miró de nuevo la casa, su interior cálido y acogedor, lo llamaba. Sería estúpido escuchar esa llamada cuando por años había intentado salir de allí, estúpido, tan estúpido, solo un niño estúpido y enamorado se quedaría, forzó de nuevo su mirada sobre el horizonte, lo que había más allá de su vista.

Libertad. Casi podía sentirla en su piel electrificante, en sus dedos.

Por años Eban no había sabido lo que era eso y de pronto no tenía idea de que hacer con ella. Si quería, si realmente lo deseaba…

Fiodor…

Eban miró una vez más el interior de la cabaña, el cálido sillón dónde habían compartido malas películas debajo de una manta, allí en el interior estaba la cama que compartían, la tetera dónde preparaba su té por las tardes, su ropa en el cajón de la derecha. Su cepillo de dientes a la izquierda del de su oso polar.  Jabón de ducha con olor a caramelo que Fiodor había traído para él después de que atrapara a Eban en la cocina poniéndose gotas de esencia de vainilla como si fuera perfume.

Esa no era una prisión, no sé senetía como una,  hacía tiempo que Fiodor había dejado de tratarlo como su carcelero.

Pero lo era no?

Eban podía engañarse todo lo que quisiera con la mundanidad del día a día, la rutina hogareña que habían creado fingiendo que no era un huésped involuntario. Era tan fácil olvidarse cuando Fiodor lo miraba como si le importara, cuando le pedía que hablara solo para escucharlo. A veces… a veces se sentía como si realmente estuviera allí por voluntad propia otras veces Fiodor le recordaba cuál era su lugar  cuando  lo olvidaba después de haber creado una convivencia tranquila alrededor del otro.

Marica (Pedikom)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora