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Ella sabía con exactitud qué sus planes no iban a resultar si aún tenía a esas personas.
Ella haría todo por su cuenta, no necesitaba amor, no necesitaba amigos, no necesitaba una relación.
Era sobresaliente desde pequeña y eso se lo recalcaban, se desmoronaria si en algún punto llegase a fracasar.
Así que tomó la decisión más concreta; manipular a todos hasta que consiguiera lo que quisiera.
Ya no era la misma de antes, y no le harían daño, Nunca Más.
—_________, eres una estúpida, ¿por qué querrías hacer eso?, ¿acaso el pasado no fue gentil contigo?
Antes de que siguiera con sus comentarios, el ser se calló al ver que la chica tenía un sellado en sus manos, por instinto, Guruguru se asustó al punto de pedirle de nuevo disculpas.
—¡Yo solo trato de decirte las cosas como son!, ¡Yo soy la razón por la que sigues aquí!
La chica detuvo sus acciones.
—Te equivocas. Todos siempre han estado comiendo de mi mano como perros desamparados, todos siempre han sido los estúpidos que me sirven; tú solo sigues vivo por mi, y eso lo deberías tener claro.
Destruyó el sellado presionándolo con su puño, frunció el sueño y se tiro al futon.
Su abdomen bien trabajado se marcaba con su blusa negra sin mangas. Ella odiaba su cuerpo, y no podía negar que había una inseguridad más allá de su caparazón.
Dentro de esa capa gruesa de corrupción estaba una pequeña niña que sólo quería que alguien la abrazara, y ese alguien era ell misma, que había creado una voz para que la acompañará, y nunca más le dieran la espalda.
Sin embargo, sus ataques de ira no ayudaban.
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—¿¡CÓMO MIERDA SE ATRAVE ESE HIJO DE PUTA A TRAICIONARME!?
Guruguru aguantaba sus ataques de ira cada que algo le disgustaba a la mujer. Siempre rompía cualquier cosa que estaba frente a ella, no se tomaba la molestia de recogerlas, pues terminaría golpeando hasta la pared si era posible.
