CAPITULO 3: Cómo curar la resaca

99 10 12
                                    


21 de marzo de 2020.

Cuando volví a casa después de su funeral, sentí que la opresión en el pecho podría matarme. Ya ni siquiera luchaba por contener las lágrimas, solo dejaba que cayeran por mis mejillas, permitiendo que empaparan la almohada de nuestra cama. Nadie en el departamento podía oírme llorar, puesto que ahora Emma no estaba conmigo (y nunca lo estaría de nuevo), así que lloré con todas mis fuerzas. Sentí como la garganta se me desgarraba con los gritos de dolor y tuve la certeza de que al día siguiente recibiría quejas de mis vecinos por el ruido, pero no me importó.

Tal vez muchos asistieron a su velorio y derramaron un par de lágrimas, mencionaron lo mucho que la extrañarían y cuánto la habían querido, pero sus vidas seguirían y con los meses la olvidarían. ¿Pero cómo haría yo para olvidarla? Si cada logro que obtenía era con ella con quién deseaba compartirlo, si era Emma quien alejaba las tristezas que me atormentaban, si con cada canción de amor era su rostro el que venía a mi cabeza y cada vestido de novia lo diseñaba imaginándome cómo se vería Emma con él puesto, porque ese era el mecanismo que había encontrado para tolerar mi trabajo.

Nunca, ninguna novia se vería tan hermosa como ella en mi imaginación, aunque por supuesto que en realidad ella usaría un traje blanco a medida, como ya lo habíamos acordado. También dejaría su cabello suelto, libre y alocado, justo como su forma de ser, mientras que yo recogería el mío en un moño alto y me pondría un vestido blanco super pomposo.

Cada segundo de nuestra boda había sido planificado. Sabíamos que música queríamos que sonara, teníamos en mente que entretenimiento contratar, decidimos que de postre todos comerían helado de limón, y si, todos se quejarían (incluyéndome), pero Emma lo hubiese disfrutado tanto, porque si había algo que ella amara más que el helado de limón, era que yo me quejara del helado de limón.

22 de mayo 2021.

El sonido insufrible del portero eléctrico suena por tercera vez y decido que es tiempo de dejar de ignorarlo, así que después de al menos diez minutos de soportarlo, intento ponerme de pie. Y digo intento, porque al hacerlo, siento que todo da vueltas a mi alrededor y vuelvo a tomar asiento en mi cama.

El maldito portero vuelve a sonar, haciéndome perder los estribos.

—¡Iré en un segundo, mierda! — grito como si la persona que está abajo pudiera escucharme. Mala idea, eso solo logra hacer que note el dolor de cabeza que tengo.

Tonto tequila.

Tonto Emilio.

Y tonta, tonta, tonta Ivy, por pretender que podría enfrentarme cara a cara con alguien como él.

La quinta vez que suena el timbre, luchando contra todas las señales del alcohol que ingerí anoche y en contra de mi voluntad, camino hacia el portero. Suspiro y descuelgo el teléfono.

—¿Hola?

—Buenos días— responde la inconfundible voz de Demian del otro lado.

—Buenos días serían si no hubiese tomado tu tequila— mascullo ganándome una risa de su parte— ¿Qué haces aquí? — pregunto confundida.

—Tengo algo para ti— me hace saber—. Y sé que vas a amarlo.

Río de forma irónica porque Demian, quien apenas conozco, se encuentra en la puerta de mi edificio con algo para mí y que asegura que amaré.

—¿Qué te hace creer eso?

—¿Vas a bajar o no? — evade mi pregunta.

—Preferiría no hacerlo— digo con honestidad. Me siento fatal y con solo imaginarme el movimiento del ascensor, puedo sentir las náuseas creciendo en mi interior —. Mejor sube. Departamento 3A— propongo y, sin esperar respuesta de su parte, presiono el botón que destraba la puerta principal del edificio, por el intercomunicador logro escuchar el sonido que hace al ser abierta.

Nuestro cielo de colores (Lara Galeano) PRONTO EN FÍSICO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora