Capítulo 37

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La agresividad dentro de ella todavía no se desvanecía mientras conducía por las transitadas calles de Halifax, los ecos de la discusión seguían dando vueltas dentro de ella, las emociones se clavaban en su carne y ella no sabía como detener eso. No había un interruptor de apagado para lo que se arremolinaba en su interior.

Y el hombre junto a ella no le facilitaba las cosas.

Gala no entendía el comportamiento de Alexander, su enojo silencioso era una espina molesta en el costado. Sentado en el asiento de copiloto de la camioneta negra, tenía su atención en el camino. Quieto, silencioso, como si realmente no estuviera ahí.

Pero lo que estaba transmitiendo, de forma consciente o inconsciente, gritaba todo lo contrario.

Su presencia era un zumbido de poder que hacía que el cuerpo de Gala reaccionara de una manera irresistible, con la implacable necesidad de calmarlo con su contacto como tantas veces él lo hizo con ella. Mordiéndose el labio inferior hasta el borde del dolor, ella trató de soportar este ambiente tenso, refugiándose en el hecho de que era algo sin importancia, solo una rabieta sin sentido. Pero el vínculo dolía y era real, crudo y sin tapujos. La oscuridad, enjaulada por los zarcillos de luz dorada que era la vida del león, se hallaba tan malditamente quieta que la confundía. Ella debería haber reaccionado más fuerte cuando el idiota le recriminó su accionar, pero se contuvo apenas, cuando sintió sus emociones.

No era una cuestión de ego y orgullo, Gala había tocado algo primordial y frágil que para él era importante, pero ahora mismo no podía saber lo que era.

Y esta tensión estaba fastidiando el humor de su osa al punto de que quería salir para desgarrar algo

—Dime lo que te pasa —ordenó.

Silencio...

—Alex.

Nada.

—Alexander.

Él giró hacia la ventanilla. Gala bufó.

—Si no hablas no podemos arreglar esto. Apenas llevamos un día vinculados y ya estamos peleando. Dime, habla, ¿qué sucede?

Él siguió sin decir nada, huyendo del contacto visual, y ella luchaba contra la necesidad que construía un nudo caliente en su interior, ella podría poner freno al coche y arrastrarse hasta el regazo del obstinado león solo para sacarle la verdad a besos. Tal vez sería una buena idea, tanto como aplicarle la ley del hielo. Pero eso resultaría nefasto para ella, porque le gustara o no, se había acostumbrado a él, a todo lo que se relacionara con Alexander.

—Gala —dijo de pronto, con una voz baja, profunda y peligrosa que raspaba contra la piel—. Tanto tiempo viviendo con leones..., ya deberías saber como nos comportamos.

Ella frunció el ceño.

—Uh, no lo creo.

Los leones no cambiaban de forma tan repentina, eran temperamentales, pero consistentes en sus conductas y Alexander era el más tranquilo de toda la coalición, por esa razón su enfrentamiento rayaba en lo absurdo.

Ella solo había seguido sus instintos, ¿no era eso lo que él quería? Cuando lo encontró en la costa enfrentando a un cambiante oso polar de dos metros su alma casi se derrumbó. Tanto fue su enojo con él por haberse puesto en esa situación como la violenta necesidad que la tomó como una enorme ola. Y ella remontó esa ola con furia asesina.

De no haber sido por la descarga de cálidas emociones que él transmitió por el vínculo... Las cosas serían diferentes. Sus manos estarían manchadas de sangre, otra vez.

Beso de Hielo (Serie Gold Pride 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora