I

143 16 13
                                    

Mikasa era una joven habitante de una empobrecida aldea maldecida. Los pocos aldeanos que aún conviven en el lugar son los últimos sobrevivientes de la Masacre del Fuego, una tragedia ocurrida hace veinte años provocada por brujas que atacaron cruelmente todo a su alrededor. Con exactitud nadie conoce la principal razón de la masacre pero todos terminaron condenados por Lucifer.

La terrible maldición dictaminó que los niños nacidos en los tiempos de la masacre serían los últimos de su descendencia, pero por alguna extraña razón los sacerdotes de la iglesia, además de inculpar a Lucifer, también sentenciaron a la familia de Mikasa a ser esclavos de la comunidad. Ella jamás se opuso al trabajo de caridad, aún así aborrecía que solo su familia debía trabajar sin descanso mientras que otras no hacían absolutamente nada.

Cuando escuchaba a los ancianos mencionar las desgracias que Lucifer provocó en la aldea, Mikasa prefería guardar silencio sin comprender por qué el rey de los infiernos era tan despreciado ¿Acaso Lucifer es malvado o las personas eran las verdaderas responsables de su maldad? La dolorosa realidad era que las cosechas eran afectadas por la sequía, había escasez de agua potable y las pestes durante el invierno afectaron a gran parte de los aldeanos, especialmente a los ancianos.

Conseguir agua era imposible y la única manera de hacerlo consistía en entrar al bosque, el mismo que la iglesia prohibió por ser territorio de Lucifer. Todos aquellos que se atrevían a cruzar los límites eran acusados de brujería, y como consecuencia, quemados en la hoguera.

Mikasa siempre ignoró aquellas advertencias. Cuando el sol bajaba en el horizonte, escapaba tranquilamente a las tierras peligrosas. Su objetivo era simple, conseguir agua potable pero el bosque era tan traicionero que ante la más mínima distracción corrías el riesgo de perderte. Por esa razón, la admirable inteligencia de Mikasa siempre la ayudó a regresar. Cada madrugada ataba una lana roja alrededor de un árbol y extendía el hilo durante todo su trayecto para ir y volver las veces que lo deseara.

Desafortunadamente, su travesura no perduró por mucho tiempo. Un día el hilo rojo fue cortado y se perdió, obligándola a caminar en busca de una salida hasta encontrarse con un lago desconocido. Al principio, no se percató de que la temperatura había empezado a descender pero un búho, después de provocarle un terrible susto, la ayudó a darse cuenta que era momento de seguir su trayecto.

Para su mala suerte, todo cambió cuando al querer retomar su caminata la voz de un hombre la hizo detenerse.

— ¿Te perdiste?

Una silueta humana apenas se podía divisar al lado de un árbol. 

—¿Quién eres?

Preguntó desconfiada del extraño.

—Una curiosa aldeana que camina en la madrugada en un bosque donde habita el mal…

— Ya conozco ese cuento —interrumpió—. Ahora dime quien eres y qué haces persiguiéndome  —vociferó con molestia—. No te acerques o te haré daño.

Vació una de las cubetas de agua que transportaba, pensaba defenderse con cualquier elemento. 

—Yo solo deambulo en mi territorio —contestó el sujeto—. Tú eres la inquilina.

Ante su respuesta Mikasa vació la siguiente cubeta.

—Eso no responde mi pregunta ¿Quien eres? 

Insistió a la defensiva, odiaba tanto suspenso.

— Bien —el sujeto suspiró saliendo de la oscuridad, dejando que la misma luna se encargue de iluminar su rostro—. Me conocen con muchos nombres.

La cara del extraño era desconocida pero atractiva. Mikasa no tardó en adivinar que el chico rondaba los veintiséis años de edad, puesto que sus facciones eran tan perfectas que aquel rostro parecía ser una mezcla de un niño y un adulto. Incluso los ojos color azules, los mechones cortos color negro que le caían sobre la frente y la vestimenta que este portaba la hizo sospechar que posiblemente era un joven aristócrata. 

—¿Por qué dices que son tus territorios? —suspiró con la esperanza de poder recibir ayuda—. Si es verdad ¿puedes ayudarme a regresar a casa? Tengo dinero para ofrecerte, son pocos ahorros pero puedes quedarte con todo.

—Es mi territorio porque aquí vivo —declaró—. Tus ahorros no me importan pero me resulta extraño que una joven como tú no tenga miedo de hablar con extraños en este lugar.

—Hablas mucho ¿me ayudarás o no?

Su abrupta actitud hizo que su contrario perdiera la paciencia y expresara su enojo.

—¡¡¿Por qué no me tienes miedo?!!! ¡¡Si tan solo supieras a quién tienes frente a tus ojos saldrías corriendo o rogarías por tú vida, Mikasa!!

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién te lo dijo?

—Conozco el nombre de todos los inmundos aldeanos de este territorio. Si estuviera en tu lugar me prepararía para huir ¿sabes por qué? —avanzó dos pasos hacia ella—. ¡¡Porque soy Lucifer!!

Tan pronto como el sujeto mencionó su identidad, Mikasa presenció lo peor. Él joven aristócrata cambió sus ojos a un color rojo y expuso su verdadera apariencia demoniaca. Mikasa en lugar de quedarse paralizada corrió despavorida. Sus intenciones no eran morir esa madrugada pero la bestia fue tan rápida que en menos de un suspiro apareció frente a ella y la tomó  fuertemente del brazo. 

—¡¡¿Por qué te empeñas en ayudar a tu aldea?!!! —indagó la bestia—. ¡¡Están condenados por mi maldición!!!

Mikasa trató de defenderse con ambas cubetas pero Lucifer abrió sus alas y con el fuego que emanaba desintegró cada una.

—¡¡¡Suélteme!!! —gritó desesperada—. ¡¡¿Acaso quiere mi alma?!!

—¿Por qué querría tu alma? Ya tengo muchas —Lucifer la miró fijamente—. ¿Por qué no respondes mi pregunta?

Las alas del demonio aumentaron el fuego y Mikasa cerró los ojos pensando que moriría, pero esa muerte jamás sucedió. Todo pasó tan rápido que al abrir lentamente sus párpados ya no se encontraba en el centro del bosque sino en los límites.

—¿Ese es tu hogar?

Lucifer apuntó con su dedo una determinada casa y la confusión de Mikasa la hizo tartamudear una débil respuesta. 

—S-si...

De forma súbita su brazo fue liberado y no hizo otra cosa que regresar desesperada. Probablemente la adrenalina hizo que sus pies y manos adquirieran una gran habilidad al trepar la pared, pero apenas ingresó por la ventana a su habitación, aseguró la misma para que nadie más le hiciera compañía. Por otro lado, la incertidumbre aún la perturbó ¿Por qué Lucifer  tuvo piedad de su alma si tan solo era una miserable humana? Esa madrugada no hubo respuestas. Cuando se recostó en su cama sintió una extraña energía envolver su cuerpo y al cerrar sus ojos logró escuchar una voz que repetía una extraña frase que decía "No te perderé de nuevo".

Quizás su inocencia no le permitió detenerse a pensar en muchos detalles o llegarse a preguntar cómo el demonio sabía sus movimientos. Aún así, la vida de Mikasa tenía un propósito y a partir de ahora el peligro comenzaría a tocar a su puerta.

NO ME AMES MIKASA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora