CAPÍTULO 2

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Cuando decidió no ir a la fábrica de pescado y probar suerte en San Petersburgo, no esperaba que la ciudad la recibiera con un bofetón de realidad. Anya siempre se había considerado una chica práctica, pero su indecisión, su invocación de una señal y la llegada repentina de Pooka (así había llamado al perro) le habían llenado la cabeza de falsas ilusiones.

—Uno hasta París, por favor —pidió en la ventanilla de venta de billetes de tren.

—El visado de salida —se limitó a contestarle el señor en el mostrador, claramente aburrido de repetir lo mismo día tras día.

—¿Qué visado? —preguntó indignada.

¿Acaso no podía salir del país cuando le diera la gana?

—¡No habrá billete, sin visado de salida! —le gritó el señor.

¡Pero bueno! ¿A santo de qué venían esos gritos? De pronto, decidió que la venta de billetes se había terminado y cerró la ventanilla con un golpe fuerte. Anya la miró sin entender qué acababa de ocurrir.

Un toque en su hombro la obligó a girarse. Se encontró cara a cara con una señora mayor, varios huecos entre los dientes y un pañuelo que cubría su pelo y lo protegía del viento frío.

—Recurre a Dimitri, él te puede ayudar —le murmuró.

—¿Dónde le encontraré? —preguntó a su vez, también un tono de voz más bajo y un paso más cerca de la mujer, que desprendía un fuerte olor a vodka.

—En el antiguo palacio. Pero no te has enterado por mí.

Anya se apresuró a negar con la cabeza, y se preguntó cómo iba a descubrirla si ni siquiera sabía su nombre.

—Ve, anda, anda —le insistió.

"Dimitri" dijo para sus adentros para no olvidarse del nombre.

—Bien... Sí... Excelente... —murmuraba Dimitri desde su escritorio.

Intentó que la chica que tenía enfrente, la supuesta actriz, le prestara atención a él y no a Vlad, sentado a su lado con una mano sobre la cabeza, cargado de agotamiento y de vergüenza ajena.

—Y tengo aspecto de princesa —continuó su enumeración la chica.

—De acuerdo —consiguió colar Dimitri entre frase y frase.

—Y bailo como una pluma.

—Eh, gracias, gracias —la despachó mientras tachaba su nombre de la lista.

Miró esa lista de reojo un momento. Cuando la escribió, un par de días atrás, la vio demasiado larga y pensó que, entre todas las chicas que había ahí apuntadas, una de ellas sería la duquesa que necesitaba, la que los llevaría a Vlad y a él a París. Dos tazas de café después y, ahora, una de vodka, y seguían igual: encerrados en San Petersburgo.

Soltó un suspiro por lo bajo y volvió a colocar una de sus encantadoras sonrisas, más para sí mismo que para la próxima actriz.

—Siguiente, por favor —gritó hacia un lado del escenario.

Habían alquilado ese teatro para las audiciones, en busca de su gran duquesa. Por supuesto, no publicaron la oferta, sino que habían hecho correr el rumor y, como siempre, este había funcionado, porque en cuestión de días se apuntaron decenas de chicas.

De un lado del escenario apareció una mujer demasiado alta y demasiado ancha de espalda para lo que buscaban. Llevaba un grueso abrigo de pelo que dejó caer con cierto dramatismo. Su vestido corto escandalizó hasta a Dimitri, su maquillaje era excesivo y les llegó el olor rancio a tabaco que desprendía su cigarro.

Disney New Adult: AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora