La casa, en medio de la ciudad, tenía su propia presencia y se imponía ante las demás, a pesar de ser la más baja de la zona. Su jardín vallado y su esencia de casita de campo hacía que cualquiera que paseara por delante se parara a contemplarla. Por supuesto, un sitio así solo podía pertenecer a alguien como la Emperatriz viuda.
La casa había sido tranquila hasta hacía unos meses, cuando anunció que recompensaría a cualquiera que trajera a su querida nieta Anastasia. Tras una guerra mundial y una revolución en Rusia, pensaba que las personas tendrían un poco más de empatía, algo de humanidad. Pero nada más lejos de la verdad. El dinero era lo único que les interesaba, y se demostraba en cada chica que entraba en su oficina y afirmaba ser Anastasia. Como si fuera así de fácil engañarla. Era vieja, no imbécil, y sabía que, en cuanto la viera, la reconocería incluso aunque vistiera harapos, y no disfrazada como la chica que tenía ahora ante ella.
—Ah, sí, lo recuerdo muy bien. El tío Yashin venía de Moscú. El tío Boris procedía de Odessa. Y cada primavera...
—Solíamos ir junto al mar cada día a merendar —sentenció la Emperatriz—. ¿No tiene nada mejor que hacer?
Apoyó la palma en su bastón y se levantó tan rápido como sus doloridas rodillas le permitieron mientras le indicaba que se retirara. Suficiente educación le había mostrado.
—Vaya, ahora tendrá que marcharse, ¿sí? ¡Adiós! —intervino Sophie con esa voz estridente que tenía.
Su querida prima Sophie era encantadora, y un gran apoyo durante esos últimos diez años. Se reencontraron en París y se mudaron a la pequeña casa donde estaban ahora y, en cuanto todo se asentó y se calmó, la Emperatriz decidió que era el momento de buscar a la única nieta que le quedaba.
Sabía que el resto de la familia había muerto bajo la influencia de Rasputín, pero ella se encargó de que Anastasia huyera antes y, aunque la abandonó en aquella estación de tren (un hecho que nunca se perdonaría), sus entrañas le decían que estaba viva. Era un presentimiento al que se aferraba más fuerte que a su propio bastón.
—Ni una más. Ni una más —murmuró para sí en cuanto se quedó sola en el estudio.
Mantenía la esperanza, seguía convencida de que Anastasia estaba en alguna parte, pero esos últimos meses, mientras veía a todas esas chicas tan parecidas a ella físicamente, tan convencidas de las palabras que se habían aprendido, terminaron de romper lo que quedaba de su viejo y remendado corazón. Estaba mayor para seguir aguantando la crueldad humana.
—De veras que lo siento. Creí que esa tenía que ser la verdadera.
La Emperatriz puso los ojos en blanco ante el comentario de Sophie, que entraba de nuevo al estudio con una bandeja de té caliente. Ella apenas recordaba a Anastasia. Cuando ocurrió la revolución, acababa de salir de la adolescencia y era una jovencita en busca de un buen marido. A lo último a lo que prestaba atención en esa época era a la hija menor del zar.
—Bueno, era de verdad. Me refiero a que era humana, claro, pero no nuestra verdadera —continuó su parloteo—. Pero la próxima vez no nos engañarán, no. Voy a pensar preguntas que sean realmente difíciles.
La Emperatriz se llevó la mano a la sien, incapaz de soportar el dolor de cabeza que se le ponía tras pasar por una aspirante a Anastasia y, después, tener que escuchar la voz de pito constante de Sophie. La quería muchísimo, pero había días que era inaguantable.
—No —sentenció—. Mi corazón ya no aguanta más. No veré a más chicas que afirmen ser Anastasia.
Dejó boca abajo el marco donde estaba la única foto que tenía de su nieta, incapaz de soportar esa mirada dulce a la que estaba traicionando. Había decidido dejar de luchar por ella, se acababa de rendir, pero ese hecho era la última fractura en su corazón. Soportaría la culpa, pero no podía cargar más con la esperanza.
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Disney New Adult: Anastasia
FanficConocemos la historia de Anastasia y cómo nos la contó Disney, pero, ¿qué pensamientos tuvieron Anya y Dimitri? ¿Cómo fue su viaje? ¿En qué momento se enamoraron? Yo os contaré esa parte de la historia. Fanfic basado en: Anastasia Completa Los per...