CAPÍTULO 16

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—Anastasia...

La voz fue como un puño contra su estómago. Algo se contrajo dentro de ella y un miedo intenso la invadió. Conocía esa voz, la había escuchado antes. Se obligó a correr con Pooka en brazos. Tenía que huir, huir de allí, de la voz, de su dueño. Espinas y gruesas ramificaciones salieron de entre los setos. Gritó mientras corría más, pero esos tacones le limitaban sus movimientos y, antes de llegar a la conclusión de que debía quitárselos, se tropezó y cayó. Intentó torcer el cuerpo para proteger a Pooka, que ladró ansioso.

Se levantó confundida al ver donde se encontraba. Estaba en uno de los puentes que cruzaba el río Sena. Eso no tenía ningún sentido, la mansión de su abuela estaba a kilómetros y su jardín no era tan grande.

Se recolocó el vestido y enderezó su corona.

—Anastasia...

Se le heló la sangre al escuchar la voz justo frente a ella. Pooka, a su lado, gruñó con agresividad a la figura que tenían enfrente. La niebla apenas dejaba entrever la forma de un hombre vestido con una túnica demasiado grande para su cuerpo escuálido, con algo de chepa y retorcido sobre sí mismo.

—Su Imperial Alteza.

Un escalofrío la recorrió al percatarse de su tono, que sonó más irónico y rabioso que formal.

—Mira que nos han hecho estos diez años. Tú eres una hermosa y joven flor. En cambio yo, un cadáver corrupto.

Mientras hablaba, el hombre se acercó hasta ella. Al verlo más nítido, solo pudo suscribir sus palabras. Su aspecto, su voz, incluso su olor, era putrefacto, una extraña sensación de tierra removida y humedad.

—Esa cara... —murmuró al verlo mejor.

Las mejillas hundidas, las encías a la vista sobre unos dientes amarillentos, y la barba y el pelo grasientos que caían sobre su cuerpo. Y esos ojos... inyectados en sangre, amarillos y llenos de ambición y muerte.

—Un recuerdo de la última fiesta igual a esta.

—Un conjuro —dijo Anastasia.

Recordaba algo, tenía retazos de lo que ese hombre le decía.

—Seguida de una trágica noche en el hielo. ¿Recuerdas?

Junto a su última palabra, alzó un extraño objeto que vibraba entre sus manos, un vial con una serpiente enroscada a su alrededor y rematada con un tapón en forma de calavera. Una extraña explosión la lanzó hacia atrás y, por un momento, fue como estar en otro puente diferente, en un país a cientos de kilómetros de allí, sobre sus aguas congeladas, mientras huía para salvar su vida, por la maldición que quería acabar con ella, la última Romanov. La promesa de...

—Rasputín —escupió Anastasia al recordarlo todo.

—"Rasputín" —se burló él—. Destruido por tu despreciable familia. Pero la vida da vueltas, y vueltas, y vueltas.

Mientras pronunciaba esas palabras, agitó el vial y de él comenzó a salir una bruma verde que se convirtió en una colonia de murciélagos que comenzaron a arañarla y a morderla, a rasgar su ropa y tirar su corona al suelo.

—¡No! ¡Basta! ¡Déjame en paz! Yo no te tengo miedo.

En el momento en el que pronunció esas palabras, los murciélagos dejaron de atacarla, simplemente desaparecieron.

—Eso puedo arreglarlo. ¿Quieres darte un bañito bajo el hielo?

La pregunta fue retórica. Antes de que pudiese contestar, Rasputín volvió a alzar el vial y un golpe frío y seco rasgó el puente como si fuese simple papel, justo donde ella estaba. El suelo comenzó a tambalearse, listo para caer sobre el río.

Disney New Adult: AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora