CAPÍTULO 14

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Anya, aún con el vestido puesto, guardaba sus pocas pertenencias en su maleta. Había dejado colgados del armario todos los preciosos vestidos que Sophie le había comprado; no pensaba llevárselos al lugar al que iba, no tenía sentido y solo serían una carga más.

Por mucho que se empeñara en calmarse, su mente le devolvía una y otra vez al momento en el que entendió lo que Dimitri había hecho y, cada vez que lo hacía, su corazón se resquebrajaba un poco más. Le hizo creer especial, que de verdad podía ser la duquesa, que su historia tenía un final feliz. Sí, su historia tendría el final de ella volviendo a Rusia, a la fábrica de pescado, y se olvidaría de esos aires de grandeza y realeza que el bastardo de Dimitri le había metido en la cabeza. Qué estúpida había sido. Lo peor de todo es que en realidad lo caló en el mismo momento en el que lo conoció. Sabía desde el principio que era un aprovechado, que siempre jugaría las cartas a su favor para ganar él, aunque tuviera que hacer trampas. Y, como una niña tonta, había caído en esas sonrisas, había creído que para ella eran diferentes, en sus palabras, la preocupación que destilaban. Sí, más bien hacía el dinero que ganaría gracias a ella.

Se encontró la rosa que Sophie le había regalado esa misma tarde, como la que le había colocado a Dimitri en la solapa. En ese momento parecía que las cosas estaban saliendo bien, que ella iba a encontrar su lugar en el mundo. Ahora solo sentía un vacío en el pecho que le costaría volver a llenar.

Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Apretó los dientes en un intento por guardar su rabia. Se imaginaba quién podía ser.

—Márchate, Dimitri —dijo con la voz más cansada que enfadada.

Por lo visto, su petición no le importaba mucho, porque abrió igual la puerta. Eso sí que reavivó su enfado. ¿Quién se creía que era para invadir así su intimidad? Se giró para poder decírselo a la cara y echarlo de allí, pero se calló en el último instante. Ante ella no estaba Dimitri, sino la Emperatriz viuda, con su porte altivo, mirándola con esos intensos ojos azules que parecían traspasarla y verlo todo de ella.

—Lo siento. Creí que era...

—Sé muy bien quién creías que era.

Su voz... Ese tono tan frío le dolió más de lo que creía. Una parte de ella supo que ese no era el tono indicado con el que esa mujer se debía dirigir a ella, que no era la costumbre.

—¿Quién eres tú exactamente? —le preguntó la emperatriz mientras se acercaba hasta su posición.

—Esperaba que usted me lo dijera.

—Querida, soy vieja y estoy harta de ser engañada y traicionada.

La rodeó hasta colocarse ante las puertas del balcón, no sin antes echarle una mirada de arriba abajo, evaluándola.

—Yo no quiero engañarla.

—Y supongo que tampoco te interesa el dinero, ¿cierto?

Le lanzó otra mirada, esta vez despectiva, y Anya tuvo que coger toda su fuerza de voluntad para no encogerse ante ella. La emperatriz volvió a darle la espalda.

—Solo quiero saber quién soy. Si es cierto o no que pertenezco a una familia. A su familia.

Se acercó hasta la emperatriz y vio lo que ella ya le había dicho, su cara cansada, las arrugas remarcadas no solo por el paso de los años, sino también por el dolor y el sufrimiento. Entendía por qué esa mujer ya no podía seguir con la búsqueda de su nieta.

—Eres muy buena actriz —le dijo con una mirada resignada—. La mejor hasta ahora, pero ya me he hartado.

Por un instante, Anya solo vio a una mujer triste y dolida, aunque su expresión se recuperó enseguida y sus ojos mostraron decisión y autoridad. Pasó por su lado y se dirigió hacia la puerta. Fue entonces cuando su olor la envolvió, cuando despertó en ella un recuerdo que no terminaba de alcanzar, pero que estaba ahí, en las puertas de su mente, listo para ser liberado.

Disney New Adult: AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora