Desperté con el olor a canela que desprendía el cabello de Luna, uno de mis momentos favoritos del día. La chica se movió en la cama y enroscó su pierna sobre mi cintura, dándome un ligero apretón con la misma. Sonreí, reconociendo su señal especial. Significaba "necesito atención o pasaré el día entero maldiciéndote". Acerqué mi cara al centro de su cabeza y la besé con suavidad en los rizos rojos. En más ocasiones de las que debería tenía esos ataques horribles de ternura. Pero no les permitía dominarme. A fin de cuentas, tenía una reputación de ángel caído —alias demonio— que mantener.
—¡Oh, Dios mío! —gimió Luna y agarró mis cabellos, apretando mi cabeza contra su entrepierna, la cual me había dedicado a saborear.
—Luna, mi amor —protesté, sentándome sobre el colchón sin dejar de mirarla—. Hemos hablado de esto. Que menciones a mi padre en estos momentos no es nada alentador.
—Lo siento, cariño —se rio—. Es solo una expresión, disculpa.
No estaba molesto, había perdido la capacidad de enojarme con ella. La mujer me había lanzado un hechizo más poderoso que el que nos había hecho encontrarnos en primer lugar. Amor, le llamaban. Yo prefería considerarlo mi segundo castigo. Uno que sin duda estaba disfrutando.
—Igual ya teníamos que levantarnos —comentó dirigiéndose al baño—. El restaurante no va a administrarse solo.
—¡Te toca el especial! —gritamos los dos al mismo tiempo.
—No, te toca hoy. Lo prometiste.
Un suspiro de resignación abandonó mis labios al tiempo que me quitaba la ropa interior para tomar una ducha juntos. En algún momento del año pasado, Luna se había apiadado de los pecados capitales. Lejos de querer hacernos daño, los engendros se mostraban arrepentidos por su participación en las artimañas de Ramuel y nos visitaban a menudo para ver cómo estábamos. Debido a que con frecuencia aparecían en el restaurante de Luna, la chica terminó por abrirles una sección privada solo para ellos. La llamábamos "el especial", y nos turnábamos para tomar los pedidos. Sobraba decir que hacían grandes desastres allí, pero al menos todos tenían un cariño especial por Luna, llegando a ponerse en mi contra si era necesario para apoyarla. En especial Lujuria, quien aún no desistía de su absurdo empeño de seducir a mi humana.
—Yo solo digo que después de tres años trabajando contigo en el restaurante —comenté mientras me subía al asiento del conductor del auto que compartíamos— ya va siendo hora de que me liberes de mis deberes de camarero.
—No puedo, Zazy —dijo ella, con el mayor descaro—. ¿No ves que la mayoría de mis clientas nuevas llegan atraídas por ti? Por alguna razón ignoran tu mal carácter y se concentran en tu perfecta apariencia. ¿Quién lo diría?
—Bueno, ¿qué esperabas? Soy irresistible.
Luna soltó una carcajada suave justo en el momento en el que encendí el motor del vehículo. Durante el tiempo que llevaba con ella había aprendido muchas cosas sobre los humanos. Ya sabía usar un teléfono e incluso tenía uno propio. Dominaba el uso de la computadora y el internet no era un concepto ajeno a mi conocimiento. De hecho, lo usaba bastante. También había aprendido a conducir un auto y estaba familiarizado con todo lo que constituía el mundo culinario de Luna. Había logrado establecer una relación de mutua tolerancia con su hermano Lucas sin querer matarlo con mucha frecuencia. Quería creer que ya me apreciaba. Sus sobrinos endemoniados me consideraban parte de la familia y casi los soportaba por más de dos horas. Casi.
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Un ángel en problemas [II]
Humor¿Qué es peor que una humana loca y un ángel caído, juntos? Esperen, no contesten eso. Ya me hago una idea. *** Si tres años atrás me hubiesen dicho que estaría viviendo con una humana y feliz con ello, me hubiera re...