Capítulo 7

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Sam estaba seguro de que la herida en el brazo de Mignar era causada por energía celestial

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Sam estaba seguro de que la herida en el brazo de Mignar era causada por energía celestial. No le quedaba ninguna duda. Pero Luna no era un ángel. No tenía porqué tener esa clase de habilidad. A menos que, de algún modo nuestros hijos le estuviesen echando una mano. Uno de los capítulos del libro que le compré a la anciana me reafirmó esa teoría. Aprendí que, durante el embarazo, la sangre del bebé se mezclaba con la de la madre. No tenía idea de lo que era una célula, pero los expertos afirmaban que esas cosas podían permanecer en el cuerpo de la madre, dejando una huella permanente. Era la única explicación válida para lo que había sucedido. No podía asegurarlo, dado que iba a ser padre por primera vez, y no conocía a ningún otro ángel que hubiese pasado por lo mismo.

Necesitaba más información. Nada me aseguraba que ese intercambio energético no fuese a la larga perjudicial para ella. Pero Sam había virado al revés la biblioteca del buen Lucifer intentando encontrar algo ese fin de semana. No había descubierto más que yo. Sospechaba que lo que buscábamos estaba descrito en los archivos del paraíso, pero ahí no podíamos soñar con entrar. Pensando en ello cerré el libro y terminé de desayunar. Luna había insistido en ir a trabajar a pesar de todas mis amenazas de lo que haría si cruzaba por la puerta. Debía estar perdiendo mi toque autoritario, si alguna vez lo tuve con ella. Esperaba que cuando los pequeños comenzaran a notarse y ella se cansara demasiado, entonces decidiera escucharme.

El libro resultaba de lo más interesante entre más lo leía. Me daba cuenta de que los padres debían tener una participación activa en todo lo referente al embarazo. Por suerte no había sido lo suficientemente idiota como para no acompañarla a sus citas al doctor. Diablos, yo vivía pegado a esa mujer y no solo por la necesidad de protegerla de mi especie. Tenía que agradecerle por toda la emoción que había traído a mi monótona vida de inmortal. Con ella cada día era una aventura. No siempre una divertida, pero una aventura después de todo. También noté que mis hijos aún no recibían ningún regalo. Ninguna de esas prendas de vestir o calzar en miniatura que volvía locas a las madres. Tenía que remediarlo. Y nadie podía hacerlo antes que yo. Así que ya tenía el plan para sorprenderla. Solo tenía que escabullirme a alguna tienda de bebés durante el descanso para que ella no se percatara.

Luna entró en el "Nueve círculos" con paso ligero, alegre ante la perspectiva de un día de trabajo. Quien la viera antes de ser la dueña y chef del prestigioso local, no la reconocería en el presente. La chica se vistió y comenzó a dar orientaciones a sus ayudantes. Me preparé para atender las mesas en cuanto abrieran las puertas. No mucho después el día comenzó a transcurrir con la normalidad con que siempre lo hacía. Hasta que uno de los empleados del mini bar corrió hacia la cocina con el rostro pálido y una revista en las manos. Reconocí el ejemplar como la misma que cada tres meses evaluaba el desempeño de los negocios gastronómicos locales. Luna llevaba un año siendo calificada como restaurante de primera calidad. Si aquel joven corría hacia ella con aquella expresión de muerto viviente, nada bueno podía estar sucediendo. Los primeros clientes hicieron sonar la campana de la puerta. Por suerte no tomaron asiento en mi sección, sino en la del otro mesero. Porque cuando escuché el grito de Luna, solo pude tirar mi libreta de pedidos y correr en su dirección.

Un ángel en problemas [II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora