No había palabras para expresar el terror que estaba sintiendo. Se camuflaba de vez en cuando con una rabia ciega y unas ganas de desplumar a cierto ángel, que no me permitía pensar con claridad. No me importaban los rangos del cielo ni los poderes que Miguel pudiese haber desarrollado en mi ausencia. Si confirmaba que él tenía que ver con el secuestro de Luna, iba a darle una paliza memorable hasta que gritara llamando por su padre.
Había recorrido toda la ciudad más de tres veces buscándola. Aun así, ni una sola de esas ocasiones pude percibir la esencia de los bebés. Me estaba volviendo loco. Sam era mi testigo. Lo había arrastrado en mi búsqueda y se veía casi tan preocupado como yo. Casi. Porque era la mujer de mi vida la que había desaparecido. Ella y nuestros pequeños en su vientre.
—Miguel me las va a pagar —farfullé, aterrizando sobre un tejado esa mañana—. ¿Nada?
—No —contestó Sam, aunque ya lo había supuesto ante su silencio.
—Debe estar bajo los efectos de la Ambrosía. Los niños están adormecidos con esa porquería y por eso no puedo sentirlos...
—Calma, Azazyel —Sam me puso una mano en el hombro intentando consolarme.—. Los encontraremos.
Sabía que lo haríamos, pero quería lograrlo ya. No me hacía ninguna gracia que Luna estuviese a merced de esos desgraciados. Pensar en eso me hizo recordar a Ramuel. Aquella rata celestial también había secuestrado a Luna en el pasado. Y entonces, mientras recordaba cómo le había arrancado las alas, la respuesta a mi problema llegó a mi mente. Para encontrar a Luna aquella vez, había usado los sabuesos infernales de Lucifer. No veía por qué no podría auxiliarme de ellos también en esta ocasión.
—Sam, tuve una idea —le comenté—. Me voy al infierno, avísame si encuentras alguna pista.
—¿Al infierno?
Sam se entusiasmó cuando le conté mi plan para localizar a Luna. Era lo mejor que podíamos hacer por lo pronto. Hasta que el efecto de la ambrosía no desapareciera del cuerpo de ella, no iba a encontrarla por mi cuenta.
Fijé mi mirada en el suelo tratando de localizar uno de los puntos de entrada al averno. Había muchos en todo el mundo, distribuidos para que pudiésemos acceder a ellos cuando fuese necesario. Sabía que había uno en alguna parte del jardín de Luna. Una vez lo encontré, estiré mi mano para que mi esencia de caído activase el portal. Ante mis ojos ya acostumbrados al fenómeno, la tierra comenzó a consumirse con un fuego oscuro, revelando la puerta que necesitaba. Bajé al infierno de inmediato. La oleada de calor no se hizo esperar, mezclada con un vaho maloliente. Como de costumbre, las almas condenadas vagaban de un lugar a otro sin un objetivo, o si lo tenían, era ya demasiado tarde para cumplirlo.
Caminé derecho a las propiedades personales de Satanás. El diablo mantenía bajo vigilancia sus habitaciones más íntimas, mas no tuve problemas para franquear esos obstáculos. A fin de cuentas, yo era un ángel. Esta por encima de aquella escoria demoníaca que guardaba la puerta de Lucifer. Escuché risas desde el pasillo externo al salón de entretenimiento del señor del infierno. Era una voz femenina y sonaba como si estuviese divirtiéndose de lo lindo. Fruncí el ceño, extrañado. Me contuve con la sorpresa, pero reanudé mi marcha. No podía detenerme ante nada en la búsqueda de Luna. Necesitaba los sabuesos del infierno.
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Un ángel en problemas [II]
Humor¿Qué es peor que una humana loca y un ángel caído, juntos? Esperen, no contesten eso. Ya me hago una idea. *** Si tres años atrás me hubiesen dicho que estaría viviendo con una humana y feliz con ello, me hubiera re...