PREFACIO.

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Con olor a pino y jengibre, una noche de diciembre como todas, Santa salió a dar su recorrido como todos los años, mientras sus elfos adornaban su nuevo trineo, él salió con dos renos y su viejo trineo.

Recorrió de Rusia hasta Suecia, al pasar por Edimburgo tuvo problemas con las nubes espesas, pasadas las 3am., decidió parar en Paris para disfrutar las luces, no podía decir que era su ciudad favorita, pero sin duda nunca lo decepcionaban.

La última ciudad donde dio retorno para volver; fue un pequeño pueblo de Leeds, se detuvo para darles de beber a los renos y descansar un poco, por lo alto de una casona podía ver el parque con un quiosco en el centro, muchos árboles le impedían ver a los vagabundos reunidos en una esquina, entre ellos se compartían cajas de cartón y una que otra bolsa con lo que parecía comida.

Sacó del trineo una pequeña libreta y anotó las coordenadas exactas del parque con los vagabundos, esta Navidad les dejaría algunas galletas y té rojo que los elfos hacían para el baile de Navidad.

A su derecha estaba una calle solitaria, lo único que se escuchaba eran unos villancicos suaves que venían de la iglesia a una cuadra de él, en el jardín las madres habían puesto un nacimiento; un poco grande ya que las figuras eran de gran tamaño y con pocas luces de colores.

Como lo hizo con los vagabundos, volvió a escribir la dirección de la iglesia, este año recibirían muchas luces de colores. Después de que los renos bebieron, se dispuso a subir y volver a casa.

Lo hubiera hecho de no ser por una pequeña sombra que caminaba sola, sobre la calle de la iglesia, al llegar ahí, Santa se dio cuenta de que era una mujer y no estaba sola, tenía un pequeño bulto en sus brazos que aferraba al pecho.

A paso lento se acercó al jardín de la iglesia y depositó al pequeño bulto en el nacimiento, junto a un burro y una vaca. Trató de envolverlo muy bien por el frío con unas desgastadas mantas, le dio un beso al bebé y corrió calle abajo.

Santa jamás juzgaría la decisión que una madre al parecer joven tomaría, pero ¿Cómo una madre dejaría a su hijo en vísperas de Navidad? Sin pensar mucho Santa bajó del techo de la casona, sin hacer mucho ruido se acercó al nacimiento iluminado.

No se sabía con certeza lo que Santa estaba pensando, pero era claro que no dejaría a ese bebé solo ahí. Al descubrirle la cara, se dio cuenta de que era un niño, con nariz de botón y color rojo como Rodolfo.

Alzó la mirada al viejo reno que estaba a su derecha, esperando órdenes para irse a casa.

- Mira eh, igual a ti Rod.

Bajó la vista al pequeño que se empezó a mover, acarició suavemente su frente y mejilla, lentamente abrió sus ojitos y mostró una gran sonrisa de encías.

Santa quedó hipnotizado con el color de sus ojos, un azul poderoso, brilloso y con mucha luz en su interior, sin pensarlo dos veces lo llevó al trineo y lo envolvió en una cobija.

Se escuchó un sonido desaprobatorio por parte del reno, quien observaba al pequeño en el asiento del trineo. Santa soltó una carcajada, se movió todo su cuerpo, la panza le revotó, sus mejillas se pusieron rojas y le salió una lagrima de la esquina del ojo.

- O por favor Rod, no seas así, recuerda que a ti también te rescaté en una tormenta, estabas igual de pequeño que él, anda, vamos a casa.

Y era cierto, hace unas décadas, Santa cambió de ruta y quiso ir primero con los niños rusos, pero el clima no mejoro y se detuvo a las afueras del bosque Chernyayevsky, ahí fue donde escuchó una manada de lobos, pasaron a su derecha sin siquiera verlo. Cuando la nieve dejó de caer y solo quedaba el viento escuchó algo llorar.

Los renos por instinto quisieron ir, pero Santa no se podría permitir que a sus renos fuertes les pasara algo y que se quedaran los niños sin Navidad, pero tampoco podía ignorar el llanto de lo que estuviera ahí.

Entre los renos que iban con él, había una hembra, se llamaba Cereza, fue hasta ella y la soltó del trineo, después fue con la pajera de ella, Russ.

- Vamos Cereza, ve con Russ, pero regresen.

Fuera lo que fuera Santa estaba nervioso porque regresaran, sin ellos podría hacer el viaje de Navidad, pero sería más difícil para los demás y quizá no lograrían todo.

Unos minutos después Russ salió de entre las sombras, asustado Santa llegó hasta él.

- ¿Qué pasó Russ? ¿Dónde está Cereza?

El reno se acercó al pecho de Santa y vibró, para después volver a toma su puesto entre los demás renos. Santa volvió la mirada al bosque, nunca fue un hombre de cazar ni de armas, agarró su bastón del trineo y al emprender su camino al bosque, vio una sombra, era Cereza. Pero no venía sola, entre sus patas traía un reno bebé, temblaba y traía las patas manchadas de sangre.

- Pero mira que tenemos aquí Cereza, buen trabajo. Gracias por volver.

Santa se acercó lentamente, estiro su mano sin guante y dejó que el pequeño reno se acercara a él. Cereza lamió su ojera y fue cuando el pequeño quien se llamaría Rodolfo se dejó acariciar por el hombre que le daría una vida llena de alegría.

Esa noche, Rodolfo pudo ver por primera vez las luces de Navidad cuando recorriendo todo el mundo desde arriba, con el gorro de Santa en su cabeza y en brazos del hombre más bondadoso del mundo.

Aunque los animales son eso, animales, no les quita el que ellos si tienen memorias y los recuerdan. De regreso a casa Rodolfo recordó cuando fue brazado por Santa, al igual que recordaría la llegada de ese pequeño humanito en brazos de su amo.

Polaris 💫°Larry S° [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora