Capítulo VIII

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Pasaron dos horas y ahí seguíamos, sin saber qué estaba pasando dentro y el cansancio ya estaba empezando a hacer estragos en mí. Poco a poco me quede dormida sobre el hombro del catalán.

-¿Familia de Leo García?- Oí la voz de la médica y yo me levanté de un salto, miré el reloj y ya eran las seis de la mañana.

-Sí, somos nosotros.- Eric se levantó.

-Vamos a pasarle a planta, hemos conseguido estabilizar la temperatura corporal y ya nos han llegado los resultados de las analíticas.- Miró sus papeles.- Se trata de una neumonía, ese es el motivo de que le cueste respirar.- Miré a Eric y tenía la cara desencajada, como yo.- Solo necesitamos que esté con la vía y un poco de antibiótico para ver cómo reacciona.

-¿Podemos pasar a verle?- Me adelanté para preguntarle.

-En cuanto lo suban a la habitación, podréis estar con él.- Asentimos y agradecimos a la doctora todo lo que estaba haciendo.

Suspiré pesadamente y chasqueé mi lengua, no podía más con esto, ¿Y cómo estaba yo? pues buena pregunta. Hace mucho ya que mis sentimientos pasaron a un segundo plano, porque cuando eres madre ya no buscas tu bienestar, sino el de esa criaturita que tú misma has sido capaz de traer al mundo.

Y cuando ese bienestar no está, tu mundo se viene abajo.

-No estoy bien, Eric.- Mis ojos empezaron a aguarse y el catalán rompió la distancia para fundirse en un abrazo conmigo.- Si le pasa algo yo... yo no sé qué haría.

-Todo va a estar bien, Leo va a superar esto.

-¿Me lo prometes?- Acariciaba mi pelo en un intento de calmarme.

-Te lo prometo Sar.

"Sar" hacía tanto que no me llamaba así que ya ni me acordaba que un día me puso ese mote. Siempre decía que llamarme Sara era algo muy formal y que necesitaba encontrar un diminutivo para darle un toque más personal. Porque entendía que mi nombre completo solo debía ser mencionado cuando mi madre me castigara, pero no de su boca.

Una señal de la médica nos dio a entender que el niño ya estaba arriba, así que preguntamos en qué cuarto estaría y fuimos hasta allí rápidamente.

Cuando abrí la puerta y lo vi tranquilito, dormido sobre esa camilla me sentí aliviada, estaba bien y eso era suficiente para mí.

Me senté en el borde de la cama para acariciarle la carita y taparle bien con la sábana.

-Eres un campeón, enano.- Eric se había sentado en el otro lado de la cama y estaba acariciando el bracito de Leo.

Una vez estuvimos allí, decidimos darle espacio para que descansara, así que nos sentamos en el sofá del cuarto.

-¿Ves? Antes de lo que esperas estará en casa correteando otra vez.- Eric pasó su brazo por mi hombro acercándome a él.

-Eso espero, aunque también me duele verle así.- Miré a Eric.- Y siento que es mi culpa.

-No te tortures por esto, no sabemos cómo ha cogido esta neumonía, y aunque lo supiéramos, tampoco podríamos culparnos por ello.- Me miró por debajo de esas gafas negras.- Ha pasado y ya está, ahora tiene solución, está bien y con los medicamentos va a mejorar.

Miré a Eric y mi vista se centró en el que por mucho tiempo fue mi punto favorito de su cara, esos labios que tanto bien me hicieron, que eran capaces de sanar tanto dolor e instintivamente me acerqué a él para juntarlos con los míos.

Fue un beso lento, que dejaba una postura mía débil, frágil, sin ninguna fuerza, con la finalidad de buscar apoyo en los labios ajenos. Y Eric no pareció enfadado por ello, parecía necesitar ese contacto tanto como yo.

NUESTRO PEQUEÑO SECRETO/ Eric GarcíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora