Sano Shin'ichiro

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Hermoso vestido blanco adornado con piedras brillantes caía hasta sus tobillos, a veces arrastrando la tela en el suelo por la desaparición intencional de sus tacones.

Aquel corset se veía tan bien, haciendo lucir estrecha su cintura a su vez que acentuaba sus linda caderas, pero era horriblemente incómodo así que lo dejó tirado unas cuantas calles atrás.

El peinado perfecto se encontraba ausente, mejor llevar el cabello suelto y sin ningún pasador incomodando su delicado cuero cabelludo, le importaba mucha mierda parecer una salvaje con aquel cabello indomable saliendo a relucir ante la mirada curiosa de todos.

¿Accesorios? ¿Quien necesita eso para ser feliz?. Al parecer aquellos muchachos que no pensaron dos veces en querer robarlos, vaya grande fue la sorpresa de ellos cuando ella simplemente se los dió sin porner resistencia y siguió su camino.

Novia fugada del altar caminaba tranquila por las calles de Tokyo, recibiendo miradas tras miradas.

Sus pintas desordenadas no dejaban de ser elegantes y atractivas ante los ojos de cualquiera, aunque el borde de su vestido haya perdido aquel blanco perfecto, sus pies carecieran de calzado y su cabello pidiera a gritos un cepillo.

El recorrido desde la iglesia hasta el bar fue exitante, ocurrieron tantas cosas que jamás le habían pasado en los veinte años que tenía de vida.

— Aquí tiene, señorita — el bartender llegó con una botella en mano y un vaso que seguramente ella no utilizaría.

— Llámeme como usted quiera menos señorita, le acepto hasta insultos, créame, estoy realmente cansada de que me llamen así — abrió la botella y le dió un buen trago, sonrió ampliamente aunque el líquido le haya quemado toda la garganta — me llamo (N)... ¿Sabe? Durante toda mi vida he escuchado el señorita seguido del apellido que me otorgó mi padre... Siento como si no tuviera identidad propia — suspiró pesadamente y le dió otro trago a la botella — llámeme por mi nombre si lo desea —.

— Cómo usted lo quiera, (N)... ¿Necesita algo más? —.

Aquel joven bartender pudo subir aún más sus ánimos de la noche, siempre lo llevaría en su corazón, sobre todo porque su sonrisa era sincera y no como todos los hombres de traje que vio a lo largo de su vida, con sus caras largas y sonrisa tan falsas cómo muchas de las cosas que lucían para aparentar.

Nadie poseía la certeza de saber a dónde la dirigían sus ebrios y descalzos pasos ahora.

Saliendo del bar se topó con la helada brisa de la media noche y el sonido de motos acercándose.

Muchas motos.

Incontables por su mareada visión.

Pasaron a su alrededor gracias a que caminaba en medio de la calle.

Quedó hipnotizada con el rugir de los motores, hasta que uno en especial se detuvo a un lado de ella.

— Hola — saludó sonriendo tranquilo.

El cabello negro engelado hacia un lado llamó su atención, a la misma vez que le dió risa y soltó lindas carcajadas a los oídos del muchacho que no se preocupó por ocultar.

— Hola — respondió el saludo aún riendo.


Guardó silencio un rato, quedando embelesa con la mirada del chico desconocido. Él también la miraba, se veía tan jodidamente hermosa aunque todo aquel maquillaje estaba resbalando por su rostro gracias a las pequeñas gotas de lluvia que comenzaron a caer.

— ¿Me puedo subir sobre tu cosa? — preguntó de la nada, sin dejar de ver al chico.

El rostro del pelinegro en un instante se volvió rojo y sus ojos se mostraron agrandados, a la misma vez que las risas de sus amigos se escucharon por su estado de shock.

ONE SHOTS • Tokyo RevengersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora