1993 - Veto

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"...entendí al verlo colgado de un árbol:

que los actos más abominables pueden ser justificados,

y el egoísmo se vuelve virtud, y la virtud se pudre.

Así cae una sociedad:

con la virtud colgada de un árbol"

De Las memorias de Adryo


Habían corrido ya como agua entre las piedras, tres semanas desde la última cacería. Las noches se transfiguraban en una locura tan palpable que empezaba a invadir el terreno del día, confundiendo realidad y delirio en las mentes trastocadas del pacto de Alicante. Un amanecer anunciaba acercarse a poner un ápice de orden en el pandemonio. El ser que habita en Nero, desesperado y sediento, pasaba las noches en un rito insano: recostado en la ventana, fulminando a los transeúntes con la mirada mientras perversas fantasías poblaban su mente de escenas de ridícula e impensable violencia, donde su acero configuraba el terror en la carne andante que poblaba las calles.

«La carne» —pensaba—, «la carne no puede ser vida... debo matarlos a todos, antes que me maten a mí».

La nueva condena que se había cernido sobre ellos tenía un origen claro en la última reunión que tuvieron con Matin, las tinieblas perversas que son la mente de un nocturno difícilmente puedan hacer justicia a lo que transcurrió realmente en la conversación; pero en vista de que no había luz solar ni cordura ni calma, solo violencia y carne, el ser que habita en Nero recordaba los eventos como sigue:

Nero tenía en su cara de carne una sonrisa idiota para sorpresa de nadie, y buscaba instintivamente la aprobación del hijoputa de Matin... ese carroñero de mierda que también estaba hecho de carne. Nero le miro, y le dijo:

—Pues lo dicho, Helena y yo queremos tener un hijo.

Marido y mujer miraban al francés con esa cara estúpida, buscando en su rostro un atisbo de entusiasmo o empatía que nunca se produjo.

«Ese Matin es un bastardo sin corazón... casi puedo decir que me agrada» —pensó el ser que habita en Nero aquel día.

El francés en cambio respondió con su típica actitud indiferente, más propia de algún crio de instituto que de un nocturno entrado en medio siglo de vida.

—¿Y eso?... ¿en qué me concierne a mí? —dijo mezquino, remarcando y regocijándose en su indiferencia.

—Deberías... ¿estar feliz por nosotros? —contestó Nero.

El ser que habita en Nero en ese momento, desde el escondite que ocupaba en lo más profundo de su mente, deseó con todas sus fuerzas habitar un cuerpo distinto al de este imbécil, tan impaciente por participar de alguna clase de amor paternal.

—Necesitamos que seas tú el enlace con el Heraldo de ahora en adelante —respondió Helena, saltando de inmediato a la parte práctica del asunto.

«Cuidado con la mujer» —pensó el ser que habita, y la miró: estaba sentada en el sofá, esperando también la mañana—, «la mujer también es de carne, ¡Pero no puede ser vida la carne! Todos... todos quieren matarme» —decidió que: para evitar convertirse en presa de Helena, era mejor tenerla vigilada.

—¡Eso si es que quieres! —agrego Nero aquel día—, es una responsabilidad que no es tuya.

—¿Por qué no pueden ustedes seguir viendo al Heraldo? —preguntó Matin, esa vez con genuino interés.

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora