2008 - Francés

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"Mas que existir, el alma es un estado del hombre,

cuando alguien da pan a un hambriento,

eso es alma"

De Las memorias de Adryo.


Salía del auditorio donde dos policías, hombre y mujer, acompañados de un profesor, dieron una charla sobre seguridad ciudadana. La tertulia terminó en tono burlesco, después de la pantomima del oficial masculino que estaba empeñado en hacer una demostración de defensa personal, y terminó batido contra el suelo por uno de los alumnos del instituto, un niñito acuerpado de último año, que practicaba judo; y estaba más entendido en el asunto de lo que el oficial podía intuir. Después de recoger su insignia que rodó por la tarima junto con su orgullo, el hombre dio la sesión por terminada con voz trémula; esperaría que los chicos salieran todos, antes de buscar la confianza que había mostrado durante toda la charla, que tal vez había rodado detrás de la cortina. El hallazgo del Duero estaba en boca de todos, como un rebaño saliendo del corral, transcurrían los jóvenes por la puerta; Elías ya estaba afuera, filtrando las caras, esperando por alguna conocida, la de su amigo Erick, o la de Verona, una mano lo sujetó del hombro.

—¡Elías! ¿Cómo estás? ¿Como lo llevas? —dijo la profesora Marta.

Después de afirmarle que todo estaba bien y asegurarle que había prestado atención a las indicaciones de la policía, Marta le pidió informe sobre el pequeño proyecto que habían emprendido en conjunto: estaban confabulados para hacer que Nero fuese al picnic con el niño. Marta le había jurado por la Virgen de la Macarena, por la Virgen de la Esperanza, y la Virgen de los Reyes; que iba a llevar a Nero así fuera a rastras desde la casa hasta el parque. Aunque obviamente exageraba su entusiasmo y convicción, Elías temió decepcionarla, por lo que se dispuso a torcer los hechos del desencuentro de la mañana reciente, sorteando su propia sensación de desamparo.

—Creo que hemos triunfado —dijo, con fingido entusiasmo—, esta mañana lo vi con más ánimo.

—¡Mi niño! —exclamó la profesora en un júbilo sin sustento y lo abrazó para felicitarlo.

Elías aceptó el contacto y se estremeció, el cuerpo de la profesora era caliente, y su blusa color lila olía en verdad a aceite de lilas; pero fue su ternura la que, por un momento, iluminó como una centella los abismos de su pedregosa soledad.

» Que te he dicho —dijo ella—, ¡que las virgencitas a mí no me fallan nunca! Lo próximo que les pida, si lo permite su grandeza —susurró—, va a ser que Verona se enamore de ti.

Elías enrojeció en el acto, en un instante como un ave de presa su cara giró con una rapidez sobrenatural buscando algún cotilla que pudo haber escuchado aquella indiscreción. Marta se despidió, no sin antes pellizcarle una mejilla y Elías siguió su camino. Pensando en Verona, en el picnic del jueves, en si Verona estaría en el picnic del jueves, y en si Verona iba a estar con él de alguna forma en el picnic del jueves; flotaba sobre los otros niños que en el pasillo hablaban de cosas mucho más prosaicas y menos sublimes que la sonrisa de la niña que de noche, lo mantenía en vela ideando algún plan para llamar su atención. Por lo general a golpe de dos de la madrugada encontraba uno que tenía algo de sentido, el último que había ideado era unirse al equipo de futbol por recomendación de su amigo Erick, que le había dicho que las niñas se sentían naturalmente atraídas a los deportistas por una fuerza desconocida que ni ellas mismas entendían. Después de inscribirse en el equipo, y sobrevivir a la decepción de tener dos pies izquierdos y no ser zurdo ni de cerca, esperó el día del primer juego con gran expectativa, sabiendo que había llegado el momento de lucirse ante la chica de sus sueños, y recoger los frutos de las tardes de entrenamiento con aquellos bárbaros que le pateaban los píes cada vez que recibía el balón. La noche anterior al gran juego, no pudo dormir. Cada vez que medio conciliaba el sueño, despertaba segundos después por una pesadilla horrible en la que cada balón que tocaba terminaba en gol en propia puerta. Fue innecesaria la tortura e injustificado el insomnio; pues, aunque se presentó y pagó la contribución al uniforme, estuvo sentado en la banca todo el partido.

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora