2008 - Máscara

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"El hombre llevará flores a su hermano,

con la condición de que se muera primero"

De Las memorias de Adryo


La oficial se había ido hace dos horas, Marta, aunque la convenció de que estaba más tranquila, sintió la casa venirse sobre ella apenas la mujer se hubo marchado. Por cualquier esquina de su casa en que se asomaba, en cualquier gaveta que abría, detrás de cada cortina que corría; encontraba de nuevo aquellos ojos temerosos, asesinos y ensangrentados, y volvía a experimentar el mismo terror. Tenía ese frio bobo en el cuerpo que no le permitía mover los brazos con soltura ni organizar sus pensamientos, una sensación inquietante de tener la carne ácida, producida por la certeza de que estuvo a punto de ser la víctima de Nero Navas.

«Estaba tan cerca de mi» —pensaba—, «habría bastado un zarpazo certero...»

En su mente, motivo de la bruma que se había cernido sobre el inquietante y fresquísimo recuerdo no podía precisarlo, pero le era imposible despojarse de la idea de que Nero parecía estar incluso más urgido de escapar de aquel encuentro que ella. No podía encajar la temeridad del hombre bestia que encontró en su descansillo con la languidez del hombre cubierto en sangre que parecía tratar de entender dónde estaba y qué estaba haciendo allí.

«Qué más da» —concluyó— «ha de estar loco, que le den».

De momento se armaba de valor para abrir la puerta del dormitorio donde había decidido encerrarse. Empuñaba como un arma el teléfono con el número de González en la pantalla, abrió la puerta, y estuvo a punto de hacer la llamada; pero los ojos ensangrentados que estaba viendo frente a sí, los entendió enseguida como otro producto de su imaginación, tenía toda la mañana viéndolos seguirla. No había nada de qué preocuparse, ni hombres ensangrentados ni nada tan aterrador, más allá de la ropa que tenía secando frente al radiador en un tendedero plegable y tenía dos días seca, esperando por ser recogida, le tocaría esperar un tanto más. Pasó a la cocina; el hombre ensangrentado no estaba ahí, solo dos platos en la mesa, con el desayuno servido.

«Iba a darle hasta el desayuno»

Lo había olvidado, antes de las doce del mediodía, caería en cuenta de haber olvidado un par de cosas más. Tuvo que botar la comida; solo la visión de ese pan estuvo a punto de provocarle una arcada, aunque no le puso ninguna, pudo oler la mayonesa sin acercarse, y por algún motivo recordó, como la mayonesa era en verdad una emulsión de aceite salado, lo que no hizo más que desraizar su inexistente apetito. Decidió hacerse una tila, la que le dieron en la comisaría al menos, fue capaz de calmar sus nervios que parecían empezar a descontrolarse de nuevo. Necesitaba sacar de su mente, aquellos ojos carmesí, aquella visión de espectro, y purgar de su cuerpo esa tensión acartonada que adormecía sus extremidades y embotaba su mente, necesitaba irse a la esquina, y dejar de pensar en el oso blanco.

Sorbió la infusión, y como le había pasado en la estación hace apenas momentos, sintió de inmediato su efecto, como el del cigarrillo, excepto que el sabor era mucho más agradable y dejaba en su boca una textura aterciopelada de flores de camomila. Bebió otro trago de calma, y un poco más lúcida trató de nuevo de entender los bizarros eventos que acontecieron, parecía todo tan absurdo que no podía descartar que estaba soñando, a Nero le conocía hace años, el padre de Elías había intentado atacarla, no le encontraba sentido... «¡Elías!».

El rostro del niño irrumpió en su conciencia por asalto, con la agitación se había olvidado por completo de Elías. Este fue el segundo olvido. El sentimiento de culpa se sentó a esperar en la salita de espera, donde la ira y el desamor leían revistas viejas, deberían esperar a ser atendidos todos, como la ropa del tendedero. Primero, Marta tenía que hacer una llamada. Le marcó a Elías, que nunca le atendió, y la culpa de pronto trató de colarse en la fila al desamor, ya sentía su puñal de arena en la garganta.

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora