"El que más tiene para ofrecerte
suele pasar desapercibido ante tus ojos;
es propio del hombre adular chafarotes"
De Las memorias de Adryo
El autobús le dejo en Valladolid, tuvo suerte de que el conductor estuviese distraído, al menos eso asumía. Aunque no tenía muy claro qué clase de castigo podía conllevar andar de polizón, tampoco se sentía particularmente ansioso de descubrirlo. Apenas el autobús paró el conductor bajó a estirar sus carnes engarrotadas, era exactamente el momento que estaba esperando para escapar; se puso en pie y salió apurado, como si sus piernas funcionasen por alguna fuerza automática y ajena a su propia cabeza, que ocupaba su capacidad completamente en el recuerdo fresco de ese cuchillo putrefacto y sus implicaciones que no podía entender, o prefería evitar hacerlo. El chofer estaba al pie de la escalera, hablando con otro señor que vestía el mismo uniforme y en consecuencia sería otro chofer. Juraría que el hombre le atenazaba con la mirada; "te he visto chaval, se en que andas" —parecían decir sus ojos. Elías evitó hacer mayor contacto visual y desapareció raudo en el bullicio de la estación.
«Mi padre ha tenido un brote psicótico» —se repetía, ensayando lo que le diría a la policía en la llamada que estaba a punto de hacer—, «no tengo razones para pensar que ha atacado a nadie...» —seguía.
Pero la imagen de ese cuchillo irrumpía de nuevo en sus pensamientos como una prueba irrefutable, el olor que tenía era idéntico al del perro muerto que encontraron la otra vez cerca del huerto, y precisamente por eso, no podía descartarse que la sangre en el cuchillo pertenecía a algún animal, Elías el menos, hubiese preferido que así fuese. Pedía a las virgencitas de Marta, de cuyo nombre no se acordaba, pero que según la profesora nunca les fallaban, que la sangre de ese acero fuese de cualquier cosa menos de hombre. Esta posibilidad si cabe el termino, "tranquilizaba" su atribulada conciencia; si su padre estaba mal de la cabeza y estaba viendo cosas, bien podría haberle dado caza a algún animal salvaje y haberse inventado aquella bizarra historia en sus delirios.
«Pero... el cuerpo del Duero».
Era otra desafortunada casualidad, de esas que tan casuales son que dejan de ser casuales. Le había dado otra vuelta al pensamiento circular que le torturaba desde que se escapó de Nero en aquel autobús que le servía de cobertura en la estación de servicio, otra vez sintió una gigante y pesada piedra en el estómago al llegar de nuevo a la inevitable conclusión:
«Mi padre... mi padre ha matado a ese hombre en el rio».
Trataba de encontrar alguna forma de despojarse de aquellos pensamientos perturbadores; parecían muy grandes para su mente juvenil, como el cubo maldito de los sueños de anoche, y se encontró añorando aquella época aparentemente lejana de hace apenas dos días, en que la mayor de sus preocupaciones era cómo entregar el regalo a Verona para que supiera que le gustaba, no caer en la "zona de amigos" y convencer a su padre de acompañarle al picnic.
Verona invadió entonces el foro de su mente, siempre vestida tan elegante; mucho más que las niñas de la escuela, cualquiera creería que saldría de clases directo a narrar el noticiero junto a Amaya Moreno, con esos ojos negros azabache, con un fuerte contraste con el blanco inmaculado que rodeaba sus pupilas, aquellas pestañas y cejas negras y gráciles que decoran su rostro pintado en acuarela, con la piel del color de la canela. Aquel día en el picnic, requirió tanto valor para acercarse a ella que pensó que no sería capaz, llegó a pensar incluso, que más fácil era el futbol que el amor. Pero Erick le iba empujando, al principio en broma, y después lo empujó en serio, con toda su fuerza paquidérmica. Verona se habría dado cuenta, puesto que se estaba riendo; y Elías, al ver que su rostro no era de fastidio ni de ninguna otra categoría de expresiones odiosas, se dejó llevar por el último empujón del gigante. Recompuso el cuerpo que llegó tambaleante frente a la niña y le dijo, con recatada expectación:
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Nero
Horor**Ganadora de los Wattys 2022, categoría Horror** A las afueras de Zamora, una pequeña ciudad al norte de España, Nero Navas vive con su hijo Elías lo que a la distancia parece ser una vida idílica de tranquilidad, huerto y noches abovedadas de estr...