2008 - González

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"El puñal más certero será el de un amigo"

De Las memorias de Adryo


Marta salió un momento a fumar un cigarrillo; no había fumado en años, para ser precisos desde el funesto desenlace del diagnóstico de su padre. Fumar le hacía sentir culpable después de aquellos hechos, como si cada calada era una nueva afrenta a la memoria de su Dado, a quien aquel mismo humo maldito que habría de entumecer su mente, le había quitado el aire. Le costó un poco encenderlo; el cigarro bailaba en su mano al ritmo errático de sus propios nervios rotos; todavía tenía aquella imagen grabada a miedo en su mente, de ese hombre, más bestia que hombre, con el rostro hecho sangre en el descansillo de la escalera. El humo fue desagradable en principio, sintió un fuerte ardor en la garganta al hacer la primera calada, y un sabor en boca de cenizas horrible, pero el efecto no tardó en llegar y fue el deseado, casi de inmediato su frente se adormeció, sus brazos se sintieron cansados de pronto, y le costaba mantener la mano allí, donde la tenía, sosteniendo el cigarro frente a su cara. El temblor cesó, de súbito sintió claridad y calma, entendió que ya no estaba en peligro.

«González» —se decía—, «en lo que llegue el tal González tomará mi declaración».

Decir que la mañana fue extraña sería por mucho minimizar los eventos. Mas allá de haber sobrevivido a lo que está segura fue un intento de asesinato, cuando llegó a la estación de policía, la actitud de la oficial que la recibió no fue la que esperaba, al menos después de haber dado el nombre de su agresor, ahora, ya despojada de la frenética angustia del escape, la profesora recapacitaba sobre la actitud de la oficial.

Después de preguntar su nombre, dirección y número de identificación, ofreció una tila a la mujer que jadeaba al otro lado de su escritorio, tratando de confortarla. Marta aceptó la infusión y continuó con el proceso normal de la denuncia, hasta ahora, desconocía como iban estas cosas; pues era la primera vez que en efecto denunciaba actividad criminal alguna, lo raro vino después, cuando reveló el nombre de su agresor:

—Nero Navas —dijo con voz clara y acusadora, como si el tono de voz, por ser más decidido hiciera más grave la denuncia.

«La oficial soltó el expediente como si era un carbón ardiente» —recordaba Marta botando el humo.

La policía se retiró del cuartito apurada, como queriendo dejar atrás aquel nombre, entró unos minutos después anunciando que ya venía de camino el Oficial González, y le previno al mismo tiempo, de que no podía hablar de su caso con nadie más en la estación, aunque las razones de aquello no supo exponerlas, parecía que la misma oficial no las tenía claras. En más de una ocasión trató de indagar un poco, haciéndose la que no quería saber nada, pero tirando de cuando en cuando el anzuelo, Marta fue lo suficientemente cauta para seguir la instrucción, y la dejo con las ganas.

La profesora pidió salir un momento a fumar, ambas dejaron el cuarto juntas. La oficial no fumaba, pero el compañero, que la había visto llegar como una tempestad hace un momento gritando histérica que alguien había tratado de matarla; y se había parado de paso, sin saber muy bien que pasaba con la mano en el arma listo para disparar al supuesto agresor, ya que asumía que alguien venia detrás de la mujer; le regalo una cajetilla donde quedaban tres cigarrillos armados a mano.

Un coche se detuvo justo frente a ella, que estaba otra vez llenando sus pulmones de cenizas de muerte. Un oficial salió del mismo, caminaba con paso firme, llevaba la cara afeitada al ras y el cabello negro y corto bien pegado a la cabeza con gomina, sus cejas también eran negras y simétricas, y su rostro llevaba una expresión grave, como si estaba a punto de desenmascarar a algún estafador. El hombre entró a la comisaría, parecía que tan siquiera notó la presencia de Marta que botaba el cacho de cigarro en el basurero, por la puerta que entró salió de pronto.

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