2008 - Abrazo (Epílogo)

167 24 15
                                    

"Las reglas del hombre están redactadas por dementes,

que la bondad guíe tus pasos; la bondad no tiene fallos"

De Las memorias de Adryo


Estaba sentada detrás del volante recomponiéndose, juntando suficiente cordura para abrir la puerta del coche. Sus labios todavía temblaban de miedo, y sus ojos eran dos pozos vacíos. Cuando la dejaron ver su cuerpo roto hace dos horas, con cien heridas de más y una pierna de menos, con una manguera de plástico trasparente saliendo de su boca deformada, perdió el conocimiento. Despertó deslumbrada por una luz que apuntaba un enfermero directo en sus pupilas.

—Se ha desmayado usted —le dijo el enfermero—, siéntese por favor.

—Elías —contestó ella poniéndose de pie—, ¿Dónde está Elías?

—¿Elías? Siéntese un momento —insistió el enfermero, sujetándola de los brazos.

Marta se libró de su agarre y besó la frente de Erick, que tenía más material de sutura que piel.

—Mañana vengo a verte mi niño —le dijo, y acarició su cara accidentada— vas a salir de esta, mi gigante hermoso —agregó.

Salió corriendo, huyendo del olor a alcohol y yodo del hospital, tan perdida y escapada como cuando escapó de Sevilla.

Un poco más recompuesta abrió por fin la puerta del coche, y la brisa helada la besó por todos lados. Se abrazó a su chaqueta, y lamentó no tener una mano caliente y deliciosa a la que prenderse en aquel claro helado, solo iluminado por estrellas lejanas, y se encontró extrañando el abrazo de un padre que estaba tres metros bajo el suelo.

«Este ha de ser el lugar» —pensó— «no hay otra casa en kilómetros a la redonda»

Empezó entonces a llamar el nombre del niño, y su voz reverberaba en todos los árboles del claro trasmitiendo el mensaje.

—¡Elías! —gritaba y daba rondas alrededor de la casa, y el rio de los sapos.

El crujir de unas hojas secas la puso en alerta, sonaba como si un animal corría en su dirección, al ver la cara de Elías corriendo hacia ella a toda velocidad, sintió una parte de su corazón recomponerse.

«Virgen de la macarena, está bien»

—¡Elías! —dijo y abrió los brazos, necesitaba más ella que él el abrazo.

El niño la embistió tan fuerte que los dos cayeron al suelo, en un abrazo de ojos rojos y lilas muertas.

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora