1993 - Esperanza

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"El amor está más cerca a la constancia y la piedad,

que a la calentura de la pasión"

De Las memorias de Adryo


La panza de Helena acusaba ya cuatro meses de embarazo; su piel tersa brillaba como nunca, y aunque en la frente se había brotado de acné, y sus tobillos empezaban a hincharse, para Nero seguía siendo de manera indiscutida la mujer más bella sobre la faz de la tierra. En las mañanas daban un paseo en el que recogían la prensa y compraban el pan. Los mediodías comían en alguna terraza, orientados únicamente por el olfato de los antojos de Helena, que había desarrollado una manía obsesiva por las ensaladas con aceitunas y atún desde que estaba en cinta; tan recurrente era que en ocasiones los camareros no le pedían la orden; le llevaban la ensalada sin preguntar. Por las noches, aunque parezca increíble: dormían.

El origen de este pequeño milagro se remontaba a la reunión que hace unos meses tuvieran con el francés; en vista de que había luz de sol, y Nero estaba hasta las trancas de esa deliciosa droga que es el amor, lo recordaría como sigue:

Habían pasado 32 días desde la última cacería, Matin era el enlace y por alguna razón, no podía negociar una noche en el parque con el heraldo. Era un crío; estaba aprendiendo, Nero no le dio gran importancia. Pero el ser que habita... lo mismo los días que las noches, las albas que los ocasos, los miércoles que los viernes: se estaban haciendo insoportables. La maldición del lobo no dejaba de incitarlos, y de no ser por el rito del pacto, por la autoridad indiscutida de Adryo, una masacre hubiese tenido lugar, de eso no había un ápice de duda. El día 33 se obró el milagro; Nero sabía de su existencia, pero no lo sabía, no sabía al menos que era una realidad tan cercana como el alba del día siguiente. La primera vez que escuchó sobre esta nueva ventana de vida que se les abría, sería por los inicios del veto, una tarde que pasaron todos en el Tossal.

Habían decidido ir al territorio de caza a plena luz del día, como un intento de que solo estar en el sitio les brindase algún tipo de alivio —lo que nunca acabó ocurriendo—. Recordaba sin embargo que la tarde terminó en otra de las peleas que se hicieron marca de la casa de la nueva pareja, como siempre, parecía que aquellos dos no podían acabar una velada sin tener una discusión, usualmente por las razones más infantiles. Nero y Helena se habían echado al sol sobre una delgada sábana que apenas lograba aislarlos del césped recién cortado. Aunque empezaba a hacer frio, no había una nube en el cielo, por lo que el sol radiante les hacía arder la piel, sin embargo, la luz solar tenía un efecto analgésico sobre los dolores que, por aquellos días eran bastante severos, así que no rehuyeron de la luz ni por un instante, al contrario, la buscaban activamente.

Estaban hablando de todo y nada particularmente, simplemente pasando la tarde temprana bajo el sol, Akea, que había tomado una afición constante por diluir complejos de duque, le dijo a Matin:

—A ver Matin... vamos a ver cómo estamos de dicción.

—¿Qué dices mujer? —contestó el francés.

—Tienes que decir: Mi moto alpina derrapante.

A pesar de la cara de fastidio que adquirió con el reto, Matin lo dijo:

—Vale... mi moto alpina derrapante.

—Muy bien —dijo la mujer, que le encajó una sonrisa de complicidad a Nero, de esas sonrisas que dicen "mira lo que va a pasar a continuación"— ahora dilo solo con la "A", debes decir "Ma mata alpana darrapanta".

—Ma mata alpana darrapanta —dijo el francés, poniendo los ojos en blanco.

—Bien, muy bien —dijo Akea—, ahora tu solito, dilo con la "E"

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora