2008 - Mártir

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"Cualquiera que mata sin contemplación,

es a la vez desalmado y tonto.

Desalmado por motivos obvios,

y tonto por no entender la utilidad latente

de una muerte oportuna"

De Las memorias de Adryo


—Solo mira a la cámara por un momento —insistió González.

Estaba terriblemente avergonzado, se sentía, y en su mente debía llevar la misma expresión que llevaba en el rostro Marcos; un niñito con quien compartió en segundo grado, que, pese a tener 7 años se mojaba los pantalones en clase, y pasaba el día con los ojos alertas, tratando de esquivar las miradas que con vergüenza ajena los compañeros le dedicaban. Hoy él era Marcos; llevaba los pantalones mancillados con la marca de una venganza pueril que pudo dominarlo, y le precipitó a tomar decisiones estúpidas, a anotarse en un plan ridículo que no tenía rescoldos de honor por ningún lado, y que, para su pesar, estaba de paso saliendo muy bien.

La ira sofocante que recorría sus venas, coagulando su sangre pastosa y emponzoñada, se había transformado en vergüenza. El polvorín ardiente de su mente era ahora empatía. Era muy tarde ya para remordimientos, lo único que debía hacer era tragarse su orgullo, esperar unas horas, cuando mucho, un par de días, y entonces podría por fin ejercer la venganza que tenía jurada sobre quien debía. Solo esperaba para ese entonces, tener todavía suficiente valía para cobrar la deuda que, en verdad, le adeudaban a un González más digno y menos cobarde, que nunca habría accedido a detener a un niño y ofrecerlo en rescate a cambio de su padre.

—Niño... para ya de llorar —le dijo a Elías, él también estaba al borde.

«A saber que le ha dicho el monstruo de mierda ese de Valladolid a acá».

» Niño... Elías, cálmate... todo va a estar bien.

Decidió que la última foto tendría que valer, el niño aparecía con la mirada al suelo, y la cara contorsionada tratando de contener el llanto, pero sus rasgos quedaron claramente plasmados, nadie podría dudar que era él, y ya el escudo de Zamora no estaba con ánimos de continuar la sesión.

—Espera aquí sentado —le dijo al niño señalándole la silla y dejó el cuarto.

En la estación solo quedaba Mallora; era su hombre de confianza. Para los otros oficiales el secretismo que rodeaba el caso de Nero era como la miel para las abejas. Habían llegado a oídos de González preguntas tan descabelladas que, en ocasiones no había manera de saber si le estaban tomando el pelo o iban en serio. Martínez le preguntó una vez si Nero era hijo de alguna personalidad política, o de la realeza incluso, y se lo habían encomendado a él para ocultar sus tropelías y aberraciones, lo coló a modo de chiste removiendo el café una mañana. Navarro le preguntó una tarde si era algún refugiado de la guerra del 45. González ese día respondió que sí, asumiendo que era una broma, puesto que no tendría Nero suficiente edad para haber estado vivo durante la guerra del 45, al menos no en apariencia. Unos días después interrumpió a dos oficiales que, entre ellos comentaban que el misterio estaba resuelto, el sujeto que Postigo vigilaba, y que había heredado González, era un superviviente de la guerra del 45. Suarez, la más avispada de la comisaría, dijo el mismo día que González llegó a Zamora, en una reunión casual que tuvieron en la salita de café: "Bienvenido González, el que va a capturar por fin al asesino en serie que vive en la colina" lo dijo levantando la taza, fue un brindis que González por un momento se tomó muy en serio, y solo suavizó el gesto cuando los oficiales presentes empezaron a reír.

NeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora