03. ¿Puedo Besarte?.

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Siento Que Debo Pedirte Permiso Para Besarte.

El rubor en sus mejillas no ha desaparecido desde que abrió la puerta de su casa.

Se despidió de Renata solo con un beso en la frente y salió de casa, siendo recibido por un hombre enfundado en un traje negro, sosteniendo la puerta trasera del auto para mantenerla abierta, fue tal sorpresa del hombre al verle que la mandíbula parecía tocar el asfalto.

Sostuvo la mano que le ofreció y entró al elegante Mercedes Benz negro, el aroma dentro era masculino sin llegar a ser irritable.

Su mirada seguía el camino que tomaba el conductor, presta atención a las calles, las personas que disfrutan del inicio del fin de semana, el trayecto le pareció tan corto que pronto estuvieron frente al restaurante al que Renata le llevó a cenar cuando puso un pie en Nueva York.

En aquel restaurante donde vió por primera vez a Emilio.

Hugo, el nombre que el chófer mencionó durante el camino, salió del auto e inmediatamente fue hasta su puerta, abriéndola con calma y ofreciéndole una vez más du mano para ayudarle a salir.

El nerviosismo regresó tan fuerte a su cuerpo que las piernas le flaquean al momento que Hugo le escolta hasta la entrada al restaurante, donde una camarera le espera con una sonrisa amable.

- ¿Joaquín Bondoni? - Preguntó sin borrar la sonrisa de sus labios.

- Sí, soy yo - Se impresionó al escuchar que su voz no salió titubeante.

- Acompáñeme por aquí, por favor - Dió media vuelta y empezó a caminar.

Hugo le dejó libre de su agarre y solo le sonrió en respuesta.

Joaquín caminaba detrás de la mujer, pasando por la recepción hasta llegar a la sala principal, donde todas las mesas se encontraban desocupadas a excepción de una en el centro.

Donde un candelabro de oro resalta en el centro de la mesa, dos platos, dos juegos de cubiertos, dos copas y una botella de champagne Moët & Chandon.

Y claro, Emilio Geller esperándole a un lado de la mesa, con un traje de color blanco, una camisa de popelina negra con los primeros botones abiertos, zapatos de piel negra y una colonia embriagante que asalta sus narices con delicadeza.

Emilio tenía el alma alborotada, ver a Joaquín ahí, con todo su esplendor a la luz tenue de las velas, cubierto por unos pantalones de popelina negra, un suéter de lana blanca de cuello alto, botines negros y una gabardina del mismo color.

Lentamente dejó su posición y empezó a caminar hacia Joaquín, pasos firmes sobre la losa, sin despegar su mirada de aquel rostro que luce tan divino, con sus rizos bien definidos y ese aroma tan adictivo a castaña.

- Eres tan hermoso, Joaquín - Habló sin pensar, sorprendiéndose de sí mismo.

Se quedó sin palabras una vez más, se le empezaba a hacer costumbre que todos sus sentidos se desconectaran.

- Deja que tome tu gabardina - Fue lo primero que se le ocurrió, si no actuaba antes no sabría que hacer si seguía mirando a Joaquín, precisamente sus labios.

Se colocó tras él, todos los aromas le llegaron de golpe, el aroma del shampoo a miel, la crema humectante de aroma a ciruela y flor de vainilla, no podía pasar desaparecido el aroma a castaña que le eleva.

Latidos | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora