27. Más. Final.

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Yacíamos tirados en el porche de la casa que Jano había alquilado frente a un lago. Estábamos encima de una manta completamente desnudos, otra manta nos cubría el cuerpo. Mi mirada estaba enfocada en el agua cristalina del lago, el ruido relajante del agua moverse, el canto de los grillos u otros insectos, el manto de estrellas sobre el cielo oscuro. Era una noche especial para nosotros dos, la primera noche casados, y había sido increíble, habíamos hecho el amor muchas veces, quedando cansados yo encima de él. 

Jano acariciaba mi espalda desnuda, y mi dedo índice trazaba círculos en su pecho.

Cerraba los ojos y disfrutaba de ese momento, los abría y seguía disfrutando de la compañía de Jano.

Él tenía sus ojos cerrados, respiraba con una tranquilidad que me hacía sonreír de alivio, de tranquilidad también. Llevé mi mano hacia su mejilla, acaricié cada parte de su lado derecho, cada línea de su cara, su nariz, su ceja, sus labios, la mandíbula. Él sonrió y abrió los ojos para mirarme. Ese color marrón de ojos que me llenaron el alma al chocar con los míos.

Ninguno habló, tan solo nos acariciábamos y nos mirábamos a los ojos sintiéndonos completos.

—Amor —susurré contra sus labios —te amo, mucho, mucho.

Él sonrió llevando su mano hacia mi cabello suelto y lo apartó de mi cara.

—Yo también te amo, mi vida, mucho, mucho.

Ambos reímos levemente.

Y había llegado ese momento. El momento donde parecía que íbamos a tener un final feliz, ese final que llevábamos esperando por años, porque lo necesitábamos. Necesitaba estar así junto a él, sin preocupaciones, sin malos sentimientos, sin miedo. Ahora éramos más fuertes, y sabíamos que si algo se nos venía encima los dos pondríamos toda nuestra fuerza para que no nos cayera encima todo el dolor.

Aunque sería inevitable no sentirlo...

—¿Te apetece que vayamos a dar una vuelta? —Pregunté con una sonrisa.

—¿Y separarme de ti? No, gracias.

Reí apoyando otra vez mi mejilla izquierda en su pecho.

—¿Sabes? Me siento como Adam y Eva —levanté la cabeza para mirarlo con una sonrisa —si, estamos solos, tú y yo, sin nadie que moleste, tenemos un lago para nosotros solos.

—Hay algo que nos diferencia, nosotros podemos comer la manzana.

Ambos reímos. Jano entrelazó la mano que tenía acariciando mi brazo con la mía sobre su pecho, la subió hacia encima de su cabeza y besó mis labios.

—Eres preciosa, monja —susurró.

—Tú también lo eres, puto.

Jano cogió el teléfono y miró la hora.

—¿Tienes hambre? —Preguntó mirándome.

Asentí levemente. Nos sentamos y comenzamos a vestirnos para luego recoger todo y entrar en casa. Jano y yo comenzamos a cocinar esos rollitos que a nosotros tanto nos gustan.

—También tengo una sorpresa —comentó mirándome —pero eso para luego.

Lo miré ceñuda y él rió.

Lo abracé por la espalda. Sentí como Jano giró un poco la cabeza para mirarme y luego volvió la mirada al frente. Metí mis manos por debajo de su camisa y acaricié sus abdominales.

—¿Cada día estás más fuerte o es impresión mía? —Pregunté en bajito.

—¿Con lo qué follamos te parece extraño?

Eternos. +18 #3 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora