20. Un Lugar Especial.

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Arlet y Charlet lloraban mientras se abrazaban. Nos estábamos despidiendo en el aeropuerto para irnos hacia Colombia.

—¿Por qué os vais tan pronto? —Preguntó mi hermana entre lágrimas.

—Es el mejor momento —contesté.

—No me parece bien —volvió a hablar —no quiero que os vayáis.

—Te extrañaré —dijo Arlet abrazándola con fuerza.

—También os extrañaremos —hablé abrazando a mi hermana.

—Volver pronto —escuchamos hablar a la pequeña.

Arlet y yo reímos y asentimos. Nos subimos al avión. Nos quedaba un largo camino hasta Colombia. Arlet y yo nos sentamos en los sofás que la azafata nos indicó.

—¿Nerviosa?

—¿Yo? Para nada.

Ambos reímos. Cogí la mano de Arlet y le dediqué un beso.

—No nos vamos a morir tranquila —intenté tranquilizarla.

—Ya, eso díselo a los accidentes de avión.

La miré con una sonrisa, ella miró hacia el suelo nerviosa.

—Cuando lleguemos a Medellín lo primero que veremos será ese lugar especial para mí.

Arlet me miró con una sonrisa.

—¿Siempre ibas a tu lugar especial?

Asentí con una sonrisa melancólica.

—Siempre, cuando estaba triste, cuando estaba enfadado, cuando estaba feliz —reí —ese lugar lo es todo para mí.

—¿Estás nervioso por volver?

—Si, demasiado, hace muchísimo tiempo que no pisaba Colombia, mucho menos ese lugar.

—Pues en nueve horas lo pisarás.

Sonreí mirándola.

—¿Sabes lo mejor? —Ella me miró —que volveré a pisar ese lugar con el amor de mi vida y con mi hijo.

Ella sonrió de oreja a oreja mirándome. Apoyó su cabeza en mi hombro.

—Jano —susurró mi nombre —te amo muchísimo.

—Yo también te amo, Arlet.

Nos quedamos en silencio escuchando lo que tenía que decir la azafata. Nos abrochamos los cinturones, nos explicó como usar las mascarillas o el chaleco salvavidas en caso de emergencia y el avión poco a poco despegó.

—Siento tus nervios —comenté divertido.

—Y yo tu plena tranquilidad, no lo entiendo.

Reí mirándola, cogí su mano.

—Tranquila, mi amor, no nos vamos a morir.

Ella me miró mal y yo sonreí.

—Háblame de algo —susurró.

Callé una carcajada mordiendo mi labio. Me puse a pensar de que hablar.

—¿Te llevas bien con tus padres? Se que os comunicáis y eso, ¿pero realmente te llevas bien con ellos?

Arlet me miró y asintió.

—A pesar de yo creerme que ellos eran mis verdaderos padres me siguieron enseñando pruebas —sonrió —durante esos años que estuve fuera, ellos iban casi todos los meses a verme, como sabían que yo no salía de casa ellos me llevaban comida para un mes entero y cuando tenían previsto no ir por mucho tiempo me llevaban comida para todo el tiempo que ellos estuvieran fuera. Con ellos me sentí parte de algo, de una familia como siempre quise, mi hermano y yo nos llevamos bien, no sé —, suspiró —es extraño.

—Por mucho amor que mis padres te dieran no es comparado con el amor que te pueden dar ellos.

—Yo estoy muy agradecida con tus padres y los amo como si realmente fueran los míos, pero saber que realmente tengo unos padres que me tratan bien y que no me esconden por una religión me hace sentir mucho más querida y creo que es lo que necesitaba todo este tiempo.

—¿Ellos saben que te has ido?

—Si, me despedí de ellos por la mañana antes de ir con tu hermana y Harry.

El viaje pasó divertido. En muchas ocasiones Arlet agarraba mi mano con fuerza por el miedo. Pero por fin el vuelo finalizó. Cogimos las maletas y nos fuimos a buscar un taxi.

Le dimos la dirección. Habíamos parado en un concesionario para alquilar un coche ya que nos saldría más barato, pues hasta donde teníamos que ir quedaba muy lejos. Arlet y yo metimos las maletas en la parte trasera del coche y yo comencé a conducir.

—¿Cuál es nuestra primera parada?

—La casa en la que vivía con mis padres, mi madre está de acuerdo en que nos quedemos ahí durante todo este tiempo.

—Amo a tu madre.

Sonreí mirándola. Ella apoyó la cabeza en el reposa cabezas. La miré con una sonrisa y desvié la mirada a la carretera. Fueron muchísimas horas las que estuvimos conduciendo, nos intercambiamos cada descansar, hasta que por fin divisé la casa de mis padres.

—Esta casa la compraron mis padres un mes después de cuando yo nací.

—¿En serio? —Preguntó mirándome con una sonrisa.

—Si, ante vivían en una casa pequeña, aunque sólo fuéramos cuatro esa casa ya se nos hacía pequeña.

—Es hermosa esta casa.

—Si, si que lo es.

Agarré su mano y comenzamos a caminar por ese pequeño camino que daba a la puerta. Metí la llave y abrí la puerta. Arlet pasó primero y miró a todo su alrededor asombrada.

—Vaya —me miró —es hermosa.

—Si que lo es, solo necesita una limpieza y está para vivir.

—Pues comencemos —dijo mirándome.

—No hemos dormido nada, nena, estoy cansado.

—Pues duerme y yo limpio —dijo acercándose a mí.

Yo negué rápidamente.

—No pienso dejar que limpies tú todo esto —comenté mirándola —si limpiamos, limpiamos juntos.

Ella asintió sonriendo.

—Pues ya me dirás donde dormidos porque está todo lleno de polvo.

Asentí dándole la razón.

—Pues limpiemos primero —susurré contra sus labios.

Sacamos los productos de limpieza y los calderos. Ambos comenzamos a limpiar primero la habitación en la que dormiríamos, luego pasamos a la cocina.

—Jano, me has mojado —se quedó mirándose la pierna.

—Fue sin... —No me dejó terminar de hablar. Me sacudió la bayeta en el cuerpo.

Abrí la boca sorprendido. Cogí un vaso y lo llené de agua. Ella comenzó a correr por toda la casa gritando que la dejara.

—Cualquiera que te escuche pensará cosas raras —comenté bebiendo un poco de agua.

—Pues respétame y no me tires agua.

—¿Qué te respete? —Reí —si yo te respeto.

Al verla distraída le lancé el agua a la cara haciendo que Arlet se me quedara mirando sorprendida. Sonreí y corrí hacia la cocina, me escondí debajo de la mesa.

—Tú eres imbécil.

Se asomó por debajo de la mesa y ambos estallamos en carcajadas. Salí de debajo de la mesa y me acerqué a ella, la cogí de la cintura y besé sus labios.

—¿Recogemos lo que nos queda?

Ella asintió. Terminamos de fregar el suelo de la cocina y recogimos los calderos y los productos de limpieza.

—¿No tienes hambre? —Preguntó tumbándose en la cama.

—Si, mucha, vamos a ver que hay.

—¿Pero aquí hay comida?

—Si, mi madre habló con una tía mía, y le mandó por favor que hiciera la compras y pues aquí están.

Salí de la casa hacia el cobertizo. Arlet caminó conmigo.

—Pero si eso es una segunda casa —dijo asombrada.

Reí y abrí los armarios.

—No los metió en la casa grande ya que no tenía llaves, pero pues de este cobertizo si.

—¿Y por qué tiene llaves de aquí?

—Hay un cuadro de mi padre que ella misma hizo —le enseñé el cuadro —mi padre y ella eran mejores amigos, siempre viene a cuidar el cuadro, a quitarle el polvo y eso —ella asintió acercándose al cuadro —eran inseparables mi tía y mi padre.

—¿A tu madre nunca le sentó mal eso?

—¿Qué fueran mejores amigos? —Arlet asintió —no, al revés, mi madre y su hermana se llevaban muy bien, y mi madre siempre quiso que ella y mi padre también se llevaran bien, durante un tiempo mi padre y mi tía solo hablaban de paso, un hola y un adiós, nada más, pero comenzaron a quedar los cuatro más a menudo y se forjó una relación de mejores amigos, mi tía siempre ayudaba a mi padre cuando estaba mal, le daba consejos, bueno, lo que hacíamos tú y yo —miré a Arlet y sonreí —luego mi tía se casó y perdieron el contacto por completo unos años después nos fuimos a New Orleans y no supimos de ella durante mucho tiempo.

—Lo de pintar viene de familia entonces.

—No, mi tía no tenía ni idea, pero mi padre le enseñó y pues su primer y último cuadro que ella hizo fue este.

—Pues le quedó increíble.

Asentí con una sonrisa mirando al cuadro. La verdad que si era hermoso.

—Bueno, ¿qué comemos?

—Unos fideos chinos —la miré —se me antojaron al verlos.

Se encogió de hombros y reí. Cogimos algo más y nos fuimos hacia la casa grande. Arlet fue calentando el agua mientras que yo iba echando los sobrecitos en el bote. Cuando todo ya estaba preparado nos pusimos a comer.

—Me he quemado —se quejó tocándose la punta de la lengua.

Reí mirándola.

—Mañana debería llamar a mi médica para explicarle que nos hemos ido de New Orleans.

—¿Para qué te den cita aquí?

Ella asintió mirándome.

—Si, porque en dos semanas debería verme la matrona.

—Por la mañana llamamos a ver qué te dicen.

Terminamos de comer y recogimos todo. Subimos a la habitación y nos tumbamos en la cama.

—¿Cómo crees que estará el bebé? —Preguntó en medio susurro.

—Espero que todo esté bien.

Arlet se giró para mirarme y pasó su brazo por encima de mi abdomen, acaricié su brazo y la miré con una sonrisa.

—Deseo que llegue el día en el que tenga a mi bebé en brazos —habló mirándome a los ojos.

—Yo también lo deseo, amor.

Se acercó a mí y besó mis labios. Se quedó apoyada en mi hombro. Ambos nos quedamos en silencio hasta que poco a poco nos quedamos dormidos. Desperté por sentir un peso encima de mí, entre abrí los ojos y sonreí al ver a Arlet sentada en mi abdomen, puse mis manos en su cadera y me levanté un poco para besar sus labios.

—¿Descansaste? —Pregunté mirándola.

—Bastante, ¿tú?

Asentí con una sonrisa.

—¿Qué hora es?

Ella cogió su móvil de encima de la cama y miró la hora.

—Las nueve de la noche —Respondió volviendo a dejar el móvil encima de la cama.

—Hora perfecta para ir a mi lugar especial.

Vi como sus ojos brillaron de felicidad. Se levantó de encima mío, cogí su mano y salimos de casa.

Arlet iba mirando a sus lados viendo todo lo que había a sus lados, había bastantes casas pero al finalizar la carretera y entrar en un camino lleno de baches el bosque comenzó a verse, Arlet se sorprendió.

—Da miedo todo esto —susurró.

—Un poco si —. Me miró con una sonrisa —. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga.

Arlet asintió nerviosa y se tapó los ojos con sus manos. Sonreí al verla. Aparqué el coche y salí para abrir su puerta, la ayudé a bajar.

—No los abras —susurré.

Ella negó.

—¿Hay agua? —Preguntó aún más nerviosa.

Me acerqué un poco más al borde del lago.

—Ya los puedes abrir.

Delante de nuestros ojos se encontraba una gran cascada, este lago era mucho más pequeño de lo que era el de New Orleans, el agua cristalina que caía de la cascada te dejaba embobado mirando hacia ella.

—No tengo palabras —susurró —esto es hermoso, Jano.

Asentí con una sonrisa.

—Siempre que venía aquí me sentaba en esa roca.

Señalé la roca a su lado izquierdo, ella caminó lentamente hacia la roca y se sentó en ella para luego mirarme.

—Ahora entiendo porque venías aquí, el ruido de la cascada y el olor del agua tranquiliza muchísimo.

—Si, pues aquí venía con cuatro años, siempre me regañaban mis padres.

Ella rió.

—Eras muy pequeño para venir solo a este lago.

—Si, pero no me importaba, me hacía sentir muy bien estar aquí —me arrodillé frente a ella y acaricié su mejilla —está tal cual lo recordaba —susurré.

—¿Cómo diste con él? —Preguntó mirándome.

Ella movió el cabello que caía por mi frente. Sonreí y besé sus labios.

—Un día rompí algo muy valioso de mi madre, era un jarrón que le había regalado mi padre, intenté arreglarlo pero era imposible —sonreí recordando ese momento —cuando mi madre lo vio...

El grito de mi madre me hizo gritar a mí también y comencé a llorar.

—¿Qué hiciste, Jano? —Preguntó muy enfadada.

—Mami, y-yo.

En cuanto vi la mirada de mi madre comencé a correr. Las lágrimas nublaban mis ojos por el miedo que me había dado el grito de mi madre. Estuve corriendo por unos veinte minutos hasta que caí por el cansancio, al levantar la mirada vi la cascada y ese lago cristalino. Limpié mis lágrimas levantándome y caminando hacia la roca para luego sentarme. La cara enfadada de mi madre al ver el jarrón no se iba de mi cabeza.

—¿Qué te hizo tu madre cuando volviste?

—Me abrazó con mucha fuerza porque pensó que me había perdido, tardé mucho en llegar a casa —sonreí —el castigo me lo llevé, estuve semanas sin salir de casa, solo iba al colegio y luego ya no hacía nada más.

—Con cuatro años y ya eras de lo peor.

Ambos reímos.

—Soy torpe de nacimiento, mi amor.

—¿Por qué saliste corriendo? Quiero decir podrías haberle explicado las cosas.

—Las miradas enfadadas de mi madre me hacían temblar, nunca me pego, eso sí, pero sus miradas me daban terror, siempre que me miraba así salía corriendo.

—Nunca he visto a tu madre muy enfadada.

—Espero que nunca lo veas —respondí y ambos reímos.

Desviamos la mirada hacia el lago y sonreímos. Me daba muchísima tranquilidad estar aquí con ella, era una sensación increíble.

Eternos. +18 #3 ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora