Recuerdo cuando de pequeña mis oídos se llenaban con historias de princesas que vestían de rosa y príncipes que las querían y adoraban. Lo comparaba con la realidad y jamás vi a ninguna princesa de rosa amada por un príncipe azul. Eso solo pasaba en los cuentos de hadas que mamá me leía al irme a dormir. O en las telenovelas, esas que tanto le gustaban a ella y a mi me resultaban odiosas, sobre todo cuando los protagonistas se besaban en la boca. "Agg, que asco", pensaba yo.
Nunca me gustaron esos cuentos, y la gente siempre me decía que era "rara", no me gustaba que me leyeran esos cuentos, al contrario que el resto de niñas de mi edad.
Fui creciendo y cada vez estaba más segura de que esos cuentos eran farsas sobre la vida diaria. Hasta que inevitablemente, lo conocí.
Tenía los ojos de un color claro, tan claro como cielo en un día de verano, de un azul tan intenso como lo es el mar. Su cabello era del color del oro, reluciente, resplandecía a millas de distancia. Y que decir de aquella sonrisa, con todos los dientes blancos como la nieve y unos labios tan suaves que nadie sería capaz de controlarse los impulsos de comerle la boca a besos. Todo él era irresistible ante cualquier ser.
En aquel mismo momento en que me miro, supe que mi príncipe azul había llegado a mi vida y el cual hoy, días después, sigue consintiéndome como a una niña pequeña, mimándome como quien mima a un bebé recién nacido, cuidándome como quien cuida de una persona enferma con todo el cariño del mundo.
Y claro que sé que las cosas no son fáciles en el amor: nunca lo han sido. Pero teniendo a tu lado a alguien con quien compartir los mejores y peores momentos de tu vida, merece la pena empezar a sufrir por amor y complicarse la vida. Eso si, solo con él, con nadie más. No quiero con nadie lo que tengo con él.