Capítulo 22. Sospecha

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—¿A dónde vas Franco? —pregunto al ver que mi marido se pone un poco de perfume ya en el portal de la casa.

—¿Necesito informarte sobre todo lo que hago Maitena?

Su tono altanero me hace querer darle una cachetada, pero yo solo me tranquilizo, hay demasiados empleados en la casa como para ponerme a gritar.

—Solo preguntaba, y no es necesario, pero no estaría de más...

—Yo no ando con preguntas infantiles Maitena, cuando sales con tus amigas o en tus misiones de juego que te da Cariem. Voy por unos tragos y ya ¿Ok?

—¿Salir con amigas? ¿Misiones de juegos? ¿te estas escuchando? Es obvio que no Franco, porque de ser así sabrías que yo no estoy de fiesta en fiesta, estoy buscando al asesino de nuestra hija y de mi mejor amiga... ¿y tienes el descaro de decirme que lo que yo hago no importa?

Franco se cruza de brazos y me ofrece una mirada de desprecio, sus ojos se ven llenos de altanería, siempre menospreciando mis esfuerzos, haciendo que parezca obvio que mi trabajo es una tontería a lado de lo que él hace.

—¿Y conseguiste algo Maitena? A parte de caer en el último ataque... yo no veo que tus acciones sean de productividad. Deja que las perdonas competentes se encarguen de esto.

—¿Competentes? ¿Quién? A caso piensas que Orkias me da misiones solo porque tengo una cara bonita? Soy la protegida del segundo, tengo el poder del paye corriendo por mis venas, soy descendiente de los Golix, primeros en trabajar con la magia del pohã ñaná, crié a una purificadora y la misma princesa guerrera... no te permito.

—¡Calla! —grita y yo reacciono Golpeando la puerta que tengo a mi derecha con un puñetazo.

—No me vas a hacer callar Franco, ya no más —gritó más fuerte y ya me da igual el personal de servicio que está aquí—. ¿Sabes? Vete de una vez, ya no quiero ver tu cara de guapo mártir, cuando tengas mejores pistas que yo sobre la muerte de tu hija  y te vengas de los mata abejas, ese día tendrás derecho a juzgarme, mientras... ni se te ocurra volver a elevarme la voz.

Franco farfulla algo, pero ya no lo comprendo, porque me alejo de él a pasos agigantados en dirección a mi oficina. Me cruzo con alguna que otra trabajadora, nadie me pregunta ni dice nada, y más vale que no lo hagan.

Al llegar a la habitación, ingreso en ella y cierro de un portazo para luego tirarme en mi sillón tras el escritorio. Tengo un montón de papeleo que hacer, los negocios están descuidados, y el dinero no entra como debería entrar a la casa, todo por que me he centrado más en vengarme de la muerte de Irina y descubrir quien tiene el alma de Solei.

Franco no ha hecho más que juzgarme, no me ha ayudado en nada, y para más se atreve a cargar sobre mis hombros más peso. No veo la hora de que Ira termine el colegio para al fin divorciarme, porque ya no soporto esto.

Escucho unos golpes en la puerta, mientras yo tomo un cigarro y lo enciendo.

—Adelante —digo, luego doy una profunda calada.

Mi corazón da un vuelco al ver a Edara ingresar por la puerta, el traje rojo, con tacones del mismo color al igual que los labios, el cabello en un rodete perfecto y una sonrisa pícara

—¿No estabas intentando dejar esos? —pregunta ingresando a mi oficina.

—Pues fíjate que ya no tengo ganas de dejarlo, me ayuda a sostener el día a día —respondo de mala gana—. ¿A qué se debe tu visita?

El mal humor se me escapa por todos los poros, por supuesto que ella no tiene la culpa de lo que me pasa, pero me molesta más absolutamente todo, porque me gustaría estar besándola ahora, a tener mi cabeza trabajando en tanta realidad.

El justiciero del Panal [Libro 3] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora