Parte 1 Lina

268 14 0
                                    


Había perdido la cuenta de las veces que Coco había sacudido su toalla de arena. Era de esas personas que prefieren las playas de piedras, y no eran difíciles de encontrar en Asturias, pero Mery y yo preferíamos no pasar nuestro último día de playa desincrustando las incordiosas piedrecitas de nuestros respectivos traseros.

Dicen que las amigas que duran toda la vida son aquellas que haces en la Universidad, o eso me decían mis padres cuando era una pequeña incomprendida en un pueblo en el que había cuatro gatos y ninguna niña de mi edad con la que hacer buenas migas, por lo que siempre se mantuvieron firmes en que cuando saliera del pueblo encontraría a mis medias naranjas en el ámbito de la amistad. Y ahí estábamos Coco, Mery y yo, en el Norte de España, pasando mis últimos días de retiro.

Las tres éramos unas dramas, pero yo, definitivamente, era la reina de los dramas. Tras años de estudio universitario y un arduo posgrado, empecé a trabajar gracias a una beca en una de las más prestigiosas firmas de moda parisinas. Me había volcado en cuerpo y alma en mi trabajo durante años, reduciendo mi vida sentimental a algún que otro ligue que nunca terminó de cuajar por mi absoluta entrega laboral. ¿Habéis visto "El Diablo viste de Prada"?, pues mis primeros años en Paris fueron mucho peores que los de Anne Hathaway a las órdenes de una imperiosa Meryl Streep interpretando a Miranda Priestly. Las cosas que hice por escalar peldaños son humillantes, así que omitiré algunos detalles. ¿Y para qué? Para que me plantaran de patitas en la calle con treinta y dos años desechada como un trapo.

París no fue como yo me esperaba. Es una urbe que te escupe si no eres parisino ni turista. Si no encajas en ninguna de esas dos tipologías de habitantes, ¡agárrate que hay curva!. El coste de vida es una exageración, sin mencionar los de las viviendas.

No tardé mucho en darme cuenta de que mis ahorros no me servirían de mucho y tendría que volver a España. En un arrebato de ira me deshice de todas mis pertenencias y con una pequeña maleta, bueno tal vez no era tan pequeña, y con mi gata Rosita, pagué con mis últimos ahorros unas pequeñas vacaciones en las heladas pero paradisíacas playas de Llanes. No tardaron en apuntarse Coco y Mery, el verano se terminaba y ante mí alarmante estado emocional acudieron en mi ayuda al oír mi desesperado grito de socorro a través de una larga conversación de Facetime, con vinito y llantos incluidos.

—No desesperes Lina. Coco y yo te llevaremos hasta el pueblo y te ayudaremos a instalarte.

Mery era la fuerte del grupo, se había independizado con veinte años de unos padres tradicionales y adinerados que controlaban hasta el más mínimo detalle de su vida. Con varios trabajos a tiempo parcial y una predisposición para los estudios que yo admiraba, había sacado un triple grado en economía, derecho y ciencias políticas. Nunca nos quedó demasiado claro de en qué consistía su trabajo pero podría decirse que sería la próxima Simone de Beauvoir de nuestra era. Sentimentalmente era un bloque de hielo, pero con nosotras sacaba su lado bondadoso. 

—Y podemos quedarnos contigo unos cuantos días si quisieras–Coco siempre tan atenta, tan soñadora e inocente—¿A alguien le apetece una cerveza? Me está entrando una sed horrible.

Tal vez no tan inocente, ya llevábamos tres cervezas. Era la que nos incitaba a beber del grupo, aún puedo recordar la última borrachera de nuestra época universitaria, no sé como terminamos tiradas en una carretera perdida de la mano de dios, sin gasolina, sin cobertura, y con tres chicos erasmus que no entendían nada de lo que estaba pasando. Aquello parecía el chiste de "iban en un coche un alemán, un inglés y un español". Coco siempre fue la experta en idiomas, la idealista, a la que siempre le entusiasmaba vivir en el extranjero, y acababa trayéndonos a la residencia del campus algún erasmus con el que estaba saliendo.  A Coco nunca la faltaban pretendientes, era el encanto Español, morena, bajita, risueña y con mucha labia. 

—Si tienes sed bebe agua. —Dijo Mery, la voz de la razón.

—El agua para los peces.

Solo me quedaba un día, un solo día de libertad y luego tendría que regresar al pueblo. Mi jaula particular de la adolescencia. 

Puede que mi corazón se acelerase por un pequeño detalle más, no es gran cosa. Una Nimiedad. Un dolor punzante que hacía tiempo no me atravesaba el pecho.

Mencía.

Mario Mencía, vecinos desde la infancia, nuestros jardines colindantes fueron testigo de muchas escapadas nocturnas veraniegas y de las innumerables veces que se colaba por los setos traseros para encontrarnos en la caseta del árbol. Al principio era algo platónico. Yo le perseguía a todas partes, y él, que estaba acostumbrado ya que no era hijo único, me acogía como una hermana más con la que jugar. Era dos años mayor que yo, pero poco a poco dejó de verme como a una hermana y derivó en una relación avocada al fracaso, con un final bastante traumático. Aún recuerdo el rencor en su mirada cuando se enteró de que llevaba meses sabiendo que me habían concedido una beca para estudiar en París. No sé porqué no se lo conté. Debí hacerlo.

—Atención, guiri de metro ochenta a las seis en punto— Mery y yo dirigimos la mirada al imponente Inglés que se mete en las gélidas aguas del cantábrico como si fueran las del Caribe, de cabeza y sin frenos—¿Me dais el Okey chicas?.

—Okey concedido. Y ahora, no nos molestes más, entre la puñetera arena de las narices y la sed, nos estás dando el día—Mery carecía de tacto, era directa y extremadamente sincera. Estábamos acostumbradas a su carácter y conocíamos sus gestos, el tono, todo aquello que indicaba si realmente estaba de mal humor o si, por el contrario, era un día como otro cualquiera de ser la cotidiana mujer con brazo de hierro, un papel que venía desempeñando desde hacía años. Desde que tuvo que probar a su familia que podía valerse por ella misma. 

—Os quiero, ¡Chao!—Coco nos guiña un ojo y se aleja lentamente con ese balanceo de caderas tan característico de ella cuando quería conseguir que todos a su alrededor quedasen hipnotizados. Pocas veces utilizaba los andares a lo 'Marilyn' como ella lo llamaba. Y cuando lo hacía, como esta vez, era porque había tomado una clara decisión.

—Corre, esconde las llaves de la habitación Lina. No me fío un pelo y además, fue idea tuya lo de coger una sola habitación para las tres.

Miro angustiada a Mery, porque sabe perfectamente que mi presupuesto era limitado, y a pesar de su insistencia yo las hice coger las vacaciones adelantadas para que me hiciesen compañía, no iba a hacer que pagasen el viaje. 

Cuando me recuerdes (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora