El sitio huele a alcohol y mar. Coco y yo intentamos llegar a la barra, atravesando un ejército de personas bailando. Al final me decanté por ponerme un vestido de satén negro, palabra de honor con el escote en cascada, que me llega por los muslos y con la espalda al descubierto. Me había colocado el pelo de lado para acentuar esa parte que el vestido mostraba hasta prácticamente la cadera. Era uno de los vestidos que hice con mi primera máquina de coser. Ya sabéis lo que dicen, algunas nos vestimos según el estado de ánimo, yo hoy me siento empoderada y con ganas de ser empotrada. Sí habéis oído bien. No era muy fan de las grandes fiestas, ni de llevar tacones, pero lo necesitaba. Necesitaba esto, antes de volver al silencio, a estar sola con mis pensamientos, a enfrentar mi pasado.
Coco nos había convencido, tras una larga discusión acerca de unas llaves de la habitación del hotel, de las cuales el esfuerzo de Mery por esconderlas fue en vano, y del guiri de metro ochenta de la playa que nos encontramos en el baño de la habitación como dios le trajo al mundo. Es decir, rojo como un tomate por el sol y profiriendo unos sonidos un tanto extraños para estar haciendo lo que estaba haciendo con nuestra amiga.
—¡Tres chupitos de Tequila, dos Manhattans y un mojito!.
Las combinaciones de Coco no siempre eran las mejores. El camarero la miró elevando una ceja con una sonrisa de medio lado. Es un chico muy joven, pelo oscuro, con unos ojos grises que se acentuaban con las luces de la discoteca. Un guapazo veinteañero vamos. En un tiempo record nos había preparado las bebidas.
—Paga tú que acabo de hacer Match con un chico de por aquí.— Coco se refería a la aplicación de citas que mantenía abierta en el móvil desde que nos habíamos levantado de nuestros sitios para acercarnos a la barra.
Pongo los ojos en blanco y me sitúo delante de ella para sacar la tarjeta de crédito y pagar al camarero. Le tiendo la tarjeta en un intento fallido por que me la coja, ya que mi mano se queda en el aire a a la espera . La sonrisa ladeada de suficiencia que antes enmarcaba su rostro, ahora había desparecido tras una mirada intensa que empiezo a sentir en el cuerpo como lava ardiendo; lenta y calcínate por toda mi piel. Aunque sus ojos mostraran algo parecido al reconocimiento y la sorpresa al ver mi rostro, finalmente su atención se distrajo hacia el escote de mi vestido de una manera seria y penetrante, como si fuera todo un reto intentar apartar la mirada.
Ahora era yo la que intentaba ocultar una sonrisa mientras me inclinaba descaradamente sobre el mostrador. ¿Era eso lo que me apetecía hoy?, ¿este joven?. Tras una rápida evaluación me doy cuenta de que la noche es larga y de que hay demasiadas opciones en esta discoteca como para desperdiciarlas en él. Aunque...debo reconocer que es tremendamente atractivo. De una forma casi dolorosa.
—¿Me cobras por favor?— Tarda un rato más en reaccionar haciendo que termine por impacientarme. Por fin, trae el datáfono para poder cobrarme y sin decir una sola palabra vuelve a recobrar su sonrisa canalla para seguir atendiendo a otros clientes.
La noche pasa entre copas, risas, y mucho reggaetón. Coco ya había rechazado a un par de tíos con una elegancia increíble, al puro estilo lo siento hoy es noche de chicas. Y yo Siento como si un millón de agujas me estuvieran perforando las plantas de los pies. Dejo a mis amigas en la pista de baile para ir a los baños y poder quitarme los tacones. La cola para entrar es demasiado larga y yo no aguanto más, así que me deslizo por un pasillo, en el que la música suena amortiguada y parece conducir al almacén de la discoteca. El suelo no está tan pegajoso y sucio como en el resto del local, así que no me lo pienso dos veces y me descalzo. Empiezo a perder el equilibrio cuando alguien me sujeta del brazo.
—No deberías andar descalza en un bar. Hay cristales rotos y esas cosas.
La voz del camarero buenorro de antes resuena detrás de mi oreja. Vale, puede que vaya un poco pedo, porque no me he dado cuenta de que había alguien detrás de mí observándome, pero sí que he captado su tono de idiota irónico. Posee el típico engreimiento de su edad.
Pero qué guapo es el cabrón.
—¿No me digas?, toma sujeta esto. —Le paso los tacones y me quedo con las manos libres al fin para poder sacar las manoletinas de rigor que siempre llevo "por si acaso" en el bolso. De esas que te dan en las bodas de regalo y que es lo único que me llevo siempre, estas últimas de la boda de mi prima. Nunca me cae el ramo así que por qué no llevarme algo útil, además el ramo lo único que da son esperanzas y de eso no se vive.
—Vaya eso sí que no me lo esperaba. —Le miro con una ceja levantada y observo que salía del alamacén con una caja que ha debido de dejar en el suelo para ayudarme.
—Gracias. Ya me puedes devolver los tacones.
—¿Eres de por aquí?
—¿Me ves con pinta de ser de por aquí?
—No lo sé, yo no lo soy, estoy de paso. Un trabajillo de verano.
No entiendo por qué este chaval le ha dado por sacarme conversación. No me interesa de dónde es. Con las luces del almacén iluminando más que las de la discoteca, me fijo un poco más en él. Tiene un perfil muy masculino, con una mandíbula de infarto y unos pequeños hoyuelos que se le forman al poner esa sonrisa de medio lado. El pelo le cae revuelto sobre la frente. Toda la masculinidad que desprende contrasta con su rostro imberbe. Un guapazo de metro ochenta recién salido de la universidad vaya.
No le ha pasado desapercibido el repaso que le he dado con la mirada y eso hace que su sonrisa se ensanche más, dándole un aire aún más aniñado del que ya tenía en su expresión...
—Mis amigas y yo estamos de paso, somos...Australianas.— Le dedico una sonrisa falsa. No sé de dónde me ha salido esa mentira, pero me está gustando esto de ser alguien diferente. Ya veo cómo su sonrisa se ensancha.
—¿A si?, pues habláis muy bien el español, sin apenas acento.
—Ya ves, muchos años de veraneo por aquí.
—Ya veo. Y ¿de dónde exactamente sois?.
—mmm... de Melbourne.— Es la primera ciudad que se me viene a la mente.
—Buenas playas en Melbourne. Se surfea bien. La playa de Wategeos es perfecta.
—Sí perfecta.
—Bueno y dime, experta mentirosa, ¿también sabes surfear?.–Fuck, me ha pillado.– Porque sólo se oye ese nombre en Bayron Bay, no en Melbourne...
Tierra trágame. Justo tenía que dar con el tío surfero que ha estado en Australia. Bueno creo que ya es hora de hacer de tripas corazón admitirlo y pirarme.
—Sí mira, es que no tengo mucho tiempo, mis amigas me están esperando y ¡uy! justo la canción que estaba esperando.— Salgo pitando en cuanto escucho la canción de 'Con altura' de Rosalía. Mi diosa.
De camino otra vez a la pista me giro pensando que me le voy a encontrar mirándome, pero ya ha recogido la caja que dejó en el suelo y se encamina hacia la puerta que yo le estaba bloqueando.
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Cuando me recuerdes (I)
RomansaLina regresa al pueblo de su infanciaacompañada de sus locas pero adoradas amigas, donde se reencontrará con su pasado. Lo que no se esperaba es que ese pasado de ojos grises fuera un crío arrogante con mucho que ocultar. Los hermanos Mencía son má...