Parte 10 Comer postre es algo serio

51 8 6
                                    




—Os voy a echar de menos chicas.

Las tres nos juntamos en un abrazo de oso que nos deja sin respiración. Coco se echa a llorar, porque, aunque se hace la dura, al final es la más sentimental. Es la primera que se adelanta para meterse en el coche, adivino que para ponerse en el lado del copiloto y reproducir alguno de sus famosos podcast, porque si fuera por Mery pondría Rosalía a todo trapo haciendo que Coco refunfuñe durante el viaje.

—Sé fuerte.

—Lo seré.

—Lo sé, pero me preocupa que te hundas con todo el tema del trabajo. Hasta ahora no has tenido mucho tiempo para pensarlo.

—Sabes que siempre me las arreglo.

Mery hecha una rápida mirada que no me pasa desapercibida a la casa de los Mencía.

—Llámanos.

El vacío que me dejan después de estos días acompañándome es indescriptible. Pero intento sacar el lado bueno a las cosas y llenar mi mente de frases positivas al puro estilo Mister Wonderful; Aprender a pasar tiempo conmigo misma, y demás mierdas que todos aconsejamos a los demás, pero no sabemos realmente extrapolarlo a nuestra realidad, porque consejos vendo, pero para mí no tengo.

Soy una experta en ocupar mi tiempo para no pensar. Por eso me he pasado dos horas preparando una tarta de manzana, receta de mi madre, para llevársela a Leo. Creo que, si vamos a ser vecinos de nuevo, a partir de ahora podríamos llevarnos como antes. Además, sospecho que no come nada casero desde hace mucho.

Me detengo por el camino, mirando mi reflejo en el cristal de un coche aparcado junto a la acera para comprobar que no me ha quedado harina en el pelo. Respiro hondo y reanudo el paso, pero me detienen los ruidos provenientes de su casa.

Leo está gritando improperios como un loco, poniendo la casa patas arriba, al parecer. Tal vez, no le he pillado en el mejor momento, pero ya que estoy aquí toco el timbre. Se hace el silencio.

La puerta principal se abre mínimamente con el cerrojo echado por dentro.

—Lina ¿Qué haces aquí?

—Te he hecho tarta. —Dios...ha sonado absurdo. A él también se lo ha debido parecer, porque me mira como si no supiera lo que es una tarta. La alzo para que pueda verla.

—No es un buen momento.

—¿Qué tal si abres la puerta y me cuentas?

Se lo piensa un segundo para acto seguido darme paso a una estancia totalmente destruida.

—¿Pero qué ha pasado aquí? ¿Este destrozo lo has hecho tú?

—He perdido una cosa —Le miro sin llegar a entender—. Una cosa importante. —continúa explicándose.

—¿Y tenías que destrozar tu salón para encontrarla?

—Sí —. Ha cambiado ese aire receloso que tenía al abrir la puerta, para dar paso a su habitual gesto de diversión. Me fijo en su torso desnudo y desvío la mirada hacia todas partes y ninguna a la vez.

—¿Es que no tienes camisetas?

—¿Por qué? ¿Te molesta? —. El muy engreído sabe perfectamente lo que estoy pensando. Con ese tono de machirulo me dan ganas de estamparle la tarta contra la cara, pero respiro hondo y cambio de idea. Se acerca hasta uno de los sofás volcados en el suelo y recoge la camiseta para ponérsela de la forma más jodidamente sensual que he visto en años. ¿No será stripper y yo aún no me he enterado?

—He pensado que empezamos con mal pie, y que si vamos a ser vecinos esta es la bienvenida que debería haberte dado.

—Si esa bienvenida implica la famosa tarta de manzanas de tu madre, puedes dármela tantas veces como quieras.

Cuando me recuerdes (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora