La curiosidad mato al gato.
Seth lo sabía.
Su hermana lo sabía.
Ellos lo sabían.
Los habitantes de Greyfalls nunca vieron el peligro hasta que fue muy tarde.
Jamás pensaron que su locura llegaría a tanto.
No tenían control, ni remordimiento, ni sens...
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Ser oveja o ser depredador.
Las palabras no salían de mi cabeza.
Volvían una y otra vez, al igual que una imagen de Toryan patinando sobre el estanque.
¿Cómo alguien tan hermosa podía ser tan peligrosa?
Pero lo sabía, el ser hermosa no la había salvado de vivir el infierno del desierto.
A ninguno de los Kincaid los había salvado.
Mire la acera por la que caminaba usando la capucha de mi sudadera. Me detenía varias veces para limpiar los cristales de mis anteojos. Apreté más los brazos a mis lados por el frio y mis manos se cerraron fuertemente en el celular que guardaba desde hace dos días.
Dos días desde que había salido con ellos.
Desde que los vi volver a matar.
La última vez que la vi cubierta de sangre.
Un auto paso cerca muy rápido haciendo que algo de nieve cayera encima de mis zapatos, levante la vista verlo alejarse pero también como bajaba la velocidad. Me detuve frunciendo el ceño, el auto se detuvo a unos cinco metros de mí.
Mi respiración corría lentamente pero un escalofrió nacía en mi espalda y mi corazón comenzaba a latir rápido. Los farros traseros del auto se apagaron y note como comenzaba a dar marcha atrás lentamente.
Podría ser que los encuentros con los Kincaid me estaban poniendo paranoico pero mis ganas de dar media vuelta y correr a la escuela era lo que la razón me gritaba. Justo cuando decidía dar marcha atrás el auto se detuvo y acelero perdiéndose. Mire ceñudo mientras se iba rápido y desaparecía en la lejanía.
Escuche como se acercaba un auto y luego una corneta me hizo apartar la vista de donde había desaparecido el auto y me gire viendo una camioneta Chevrolet silverado doble cabina hasta detenerse a mi lado. La ventanilla bajo y observé a un pelinegro con lentes de sol con el rostro girado hacia mí.
— ¿Te llevamos? —justo cuando iba a preguntar quién más estaba con él, un brazo salió entre los asientos levantando su dedo pulgar.
—No quiero congelarme. — murmuré abriendo la puerta del copiloto y subiendo mientras Silas volvía a poner en marcha la camioneta. —Gracias.
—Gracia tienen los monos del circo. — murmuraron con odiosidad desde atrás y me gire para encontrarme con un pelinegro acostado en los asientos traseros viéndome con sus ojos ámbares cansado y molestos.
Mire confundido a quien conducía y note como se quitaba los lentes de sol mostrando sus ojos celestes. Suspire dejándome caer en el asiento.
—Págame, imbécil. — Silas se estiro golpeando a Sailor en el brazo. —Te dije que nos confundiría.
— ¿Podríamos culparlo? — soltó sereno mientras buscaba su cartera y la lazaba a los asientos de atrás.
—Son muy parecidos físicamente, excepto por los ojos. —dije mirando el camino y como entrabamos a la calle de nuestras casas.