Capítulo 4

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¿Tan rápido avanzan los días? Un poco más de tiempo pudo haberlo cambiado todo, sólo un poco y tantas cosas se pudieron evitar, pero ya es muy tarde para pensar en ello. Sólo un loco podría repasar sus horribles errores y su origen para tratar de castigarse por no haber cambiado aquello.

El día de la reunión con Johan Custer, Dennisse me detuvo al salir, se quedó viendo mi abrigo de rayas, pero yo sospechaba que se sentía enojada porque era de la abuela Tamara.

―¡Oye, tú!, ¿piensas salir con esa ropa?

―Sí... Yo pensé que se vería bien, pensaba que... ―Su gesto de "cállate Julieth" fue evidente.

―De aquí no sales así, entiende, eres una intelectual y deberías verte como una. En lugar de eso te ves como una vagabunda de esas que ves cada día en las calles. ―Puso una mano en su frente―. ¿Por qué siempre me debo encargar de todo?

No la soportaba más, por eso siempre quise irme lo más pronto posible; me libraría por fin de ella y me realizaría como persona, bueno, eso era lo que prometían. Puede que suene como una desagradecida, a fin de cuentas, ella me había prestado su mejor vestido de color azul marino.

Su propósito era tan extraño que me molesté y no hice nada, como siempre. Guardé el libro de poesía entre mis cosas, no había llegado a la mitad. Al dejar caer mi espalda sobre el asiento trasero del carro, supe que estaba a solas junto a líneas oscuras acerca de muerte y castillos abandonados.

El viaje fue largo, y durante el camino comencé recordar lo que había pasado en días anteriores. El lunes Newel estaba muy triste, se veía en sus ojos algo que quería gritar desde sus entrañas, pero no salió a la luz. Apenas logró saludarme, solo continuó con su trabajo en silencio, pero podía sentir en cada uno de sus movimientos esa incomodidad y dolor interno que sentía. Paraba de limpiar con frecuencia y evitaba mostrar el rostro mientras llevaba sus manos temblorosas al siguiente libro, definitivamente me había causado una profunda preocupación, una que nunca había llegado a sentir.

Cuando regresé con los libros que había tomado prestados la semana anterior, el martes se tornó aún más extraño. Ni siquiera volteó a mirarme, cosa que me hizo volver a preguntarme si él me había comenzado a odiar, o se había hartado de mí. Entonces me acerqué a él de la forma más tranquila posible para que me diera razones, porque aquello no me hacía sentir bien.

―¿Qué te pasa? ―pregunté. Siempre debía ir al grano. Era la única forma.

―Hola ―respondió sin energía secándose las lágrimas.

―¿Estás bien? ―volví a preguntar. No tuve éxito.

―Sí, no pasa nada...

―Entonces ¿por qué estabas llorando? ―Me senté a su lado.

―No es nada ―contestó.

―¿Nada? ―Me acerqué más.

―Mi mamá está muy enferma ―soltó―. Parece que las toxinas le comenzaron a dañar la vista, los médicos nos dijeron que no había nada por hacer.

―Tal vez sí ―dije para animarlo. Era imposible no sentir dolor de verlo así. Le di un abrazo.

Aún no puedo creer que, aunque perdí la esperanza, le dije a Newel aquel día, que se aferrara a ella, lo que hacemos por los amigos a veces es más que absurdo, pero como siempre lo ha dicho él, antes fui otra persona. Unos cuantos días para hacerlo sentir mejor, unos cuantos días para acabar con esa alegría, eso me hizo sentir miserable. Abrí el libro, pero no podía mantenerme concentrada aún, tenía una preocupación aún más grande que todas las cuestiones académicas juntas.

Jardín de rosas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora