Capítulo 10

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Inocencia de idiota, podría decir. Tanto la ignorancia como el saber más de lo permitido causan el mismo nivel de sufrimiento, entonces, lo único que me consuela, es que de cualquier forma, las cosas iban a terminar mal. Ese día llegó a ser borrado por las Azules. Creo que llegué a golpear a alguien porque me llamó asesina sin justificación, pero cuando intento volver a su rostro, sólo puedo encontrarme con unas facciones vacías e inexpresivas que no logro reconocer. Es una pena, porque estaría muy feliz de saber que ha muerto ya, pero no hay certeza. No hay certeza de nada.

Lo único que quedó, fue la explicación de Alice acerca del bosque: era el único sitio que los altos mandos del laboratorio no podían observar, pero además de eso, era un cementerio improvisado para todos los fallecidos, debido a que en el contrato estaba estipulado que en caso de morir, nuestro cuerpo se mantendría en las instalaciones por motivos de bioseguridad. No había entendido por qué hasta que volvió a mi mente la historia del hombre suicida.

Me había hartado tanto Alice con sus advertencias que, en mi afán por buscar una explicación lógica terminé preguntándole a Jenny, pero lo que me contó me dejó con muchas dudas y nunca volví a hablar del tema. Me hizo cerrar la boca definitivamente, y de cierta forma hizo que un extraño miedo a lo que vendría después de la muerte despertara.

Una historia llena de confusión e imprecisiones me hizo mantener el silencio, pero presenciar hechos aún más abrumadores iban a quitarme el habla por completo. El no poder entender todo de un primer vistazo era imperdonable y lo único que sabía hacer ante lo que no comprendía era ignorarlo hasta que llegase una idea, pero esa ignorancia de cierta forma me atormentaba. Así empezó el infierno, justo cuando mi solicitud de renuncia fue denegada por primera vez.

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El tiempo pasó y aunque parece haber sido sacado de una de esas viejas películas surreales, todos olvidamos aquel inconveniente en menos del tiempo que uno esperaría que durase el duelo por tantas víctimas, pero como todo transcurre de esa forma, sólo nos quedaba seguir adelante para ser los siguientes en la fila del matadero. No me causaba nada de aflicción el saberlo, puesto que al menos no iba a estar en aquella hórrida ciudad con el firmamento de colores sofocantes. 

Mi fecha de muerte de un modo u otro era pronta según mis pensamientos. Así pues, al conocer la verdad y salir cada noche para escuchar y contar penurias del día a día laboral, todas las cosas de cierta forma empezaron a darme igual como la recurrente falta de sueño o la inmensa carga con la que tenía que lidiar. Me atrevo a decir que estábamos creando un nuevo artículo por semana, pero que, al pasar a manos de nuestro Director, éstos perdían la validez y el significado, siempre quedando archivados en una habitación en los pisos de abajo. Y el ciclo se repetía cada vez que mostrábamos los resultados. 

Así transcurrieron los seis primeros meses, con incertidumbres y con uno o dos incidentes de por medio. Ya eran cuestión normal, hasta cierto punto. Me enteré de la existencia de más bestias junto a nosotros, pero cuya naturaleza sólo estaba en conocimiento de Custer. Anhelaba su muerte, pero no precisamente por el inmenso odio que adquirió, sino por mi aflicción, esa maldita aflicción por saber acerca de lo que se ocultaba y por qué sólo trabajábamos para agregar más papel para ser quemado por el olvido. Para ser parte de una fosa común de trabajo, pero, ¿qué era lo que estaba esperando si todo estaba encaminado a impedir el cambio?

Pensaba cada día en los anuncios en las pantallas de los edificios y en los noticieros que muchas veces veíamos en la madrugada. Los grupos insurgentes seguían haciendo de las suyas asaltando morgues y lanzando horribles panfletos con citas literarias. El presidente hablaba y sus expresivos ojos podían gritarme para hacerme sentir avergonzada por mi gusto por los libros con historias ficticias. Era un pecado con el que podía vivir, pero al ver esos ojos, decepcionados por todo el daño que llegaban a causar y al mismo tiempo enojados con aquellos terroristas salvajes, sentía cómo mis rodillas se doblaban, mi garganta ansiaba suplicar por perdón y mis ojos y mente querían borrar esas letras y a aquel maldito bibliotecario que me llevó a tal tentación. Por su culpa leí Ligeia, que se convirtió en la primer dosis de esa droga hecha con tinta. 

Sabía que estaba involucrado. El muy desgraciado posiblemente les permitió tomar aquellas frases para que las esparciera. Yo era quien quería quedar con la vista manchada, mas no los civiles inocentes que ya sentían suficiente placer con la programación diaria. Vamos, no es un secreto que me gusta vomitar odios injustificados.

Debo admitir que este capítulo es demasiado corto y sin diálogos porque es el inicio de una nueva parte de la historia. Posiblemente en un futuro se fusione con otro capítulo. Estos días he tenido un poco más de motivación y espero poder seguir trayendo un nuevo avance. Es probable que algunas cosas del inicio tengan modificaciones notorias, cuando las haya finalizado les comentaré. Disfruten de todos los detalles que dejé expuestos aquí, pues tendrán peso en próximos capítulos. Por cierto, ¡FELIZ DIEZVERSARIO! Sí, aquí se celebra por llegar al capítulo 10. Muchas gracias a todos por seguir leyendo hasta aquí, incluso a pesar de mi inactividad.

Jardín de rosas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora