Capítulo 11

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Poco a poco comencé a ser lo que estaba destinada: una máquina de trabajo cuya energía era casi inagotable, bueno, eso creían. Los días eran tan monótonos que mi único escape era aquel bosque cuyas criaturas no dejaban de morir lentamente, pero era quizá aún más doloroso ver en ellas el reflejo de lo que ocurría con nosotros. Puedo asegurar con gran firmeza que todos, incluso los de rostros inconmovibles, habían cambiado con el tiempo. Alice me decía que era por mí, lo decía entre líneas.

Todos los trabajadores de Dandelion se notaban cada vez más débiles y agotados a pesar de que ni la comida, ni el orden parecían tener algo fuera de lo normal; la gente simplemente se resignaba a morir por un "accidente" o desvanecerse poco a poco por las largas jornadas de trabajo. Los pasillos seguían siendo fríos, blancos y hostiles. Incluso cuando me encerraba en mis cosas  para ignorar todo, no me abandonaba la sensación que algo aún más terrible se seguía escondiendo en las mentes de los veteranos del lugar, pero todos ellos se negaban a tener una plática con sus subordinados, incluso cuando llegaron a su mismo rango.

Cuando tenía qué abotonar mi bata, mis manos temblaban al igual que uno de mis párpados. Era una tremebunda sensación que me recorría hasta los huesos: el trabajo sucio comenzaba, o bueno, no era quizá tan sucio el modificar embriones durante meses hasta que morían por las fallidas mutaciones en sus genes, de los cuerpos se encargaba el equipo de limpieza y unas cuantas Azules hacían su magia para recuperar la calma. 

Me resignaba a forzar el olvido y a quedarme con notas de papel amarillento pegadas a la puerta de mi habitación. La primer nota que encontré fue del 29 de abril de 2047, aunque estoy segura de si lo fue o no. Las cosas aún son demasiado borrosas como para detallar en ellas algo de sentido, incluso aquello que parecía provenir de mi lado más racional, poco a poco iba corrompiéndose al punto de llegar a sentir un inmenso miedo al despertar, porque el olvido no era suficiente para calmar aquel terror que se iba acumulando lentamente en cada rincón de mi alma, de mi habitación y luego de cada lugar que recorría.

No mentiré. Nunca sabré exactamente desde cuando comenzaron las alucinaciones más fuertes, pero cuando comenzaron dejé de ser yo misma. Los rostros en las paredes y la sangre que usualmente solía ver en mis manos comenzó a entorpecer mi trabajo, aquel trabajo que poco a poco comenzaba a confundirme.

Mi cabeza aturdida por la falta de sueño iba perdiendo las palabras más comunes, al punto de entregar un informe de pésima calidad al director. Eso fue lo que encendió las alarmas, mas nunca lo fue el verme desorientada por los pasillos ni encontrarme llorando confundida en una esquina del restaurante. Todo el mundo era un engranaje frío.

A pesar de mis vagos intentos de mantener en orden las notas, siempre encontraba algo que parecía fallar y desesperar mi alma, frases como: «Hoy cayeron 25, usamos lo que quedó de ellos» o «Afuera es un infierno» eran inquietantes en toda forma, en especial porque las notas eran cada vez más cortas e incomprensibles.

ꕤ    ꕤ   ꕤ

—Payne, ¿acaso crees que es un motivo válido para tomar mi tiempo? —preguntó Custer de forma burlesca después de que casi entre lágrimas le dijera que mi salud se estaba deteriorando.

—Yo... ¡¿por qué carajos no puedes ver que todos aquí estamos muriendo?! —escupí las palabras con una furia que nunca había sentido, pero luego mis ojos se llenaron de lágrimas—. No puedo más con esto... Por favor... Renuncio... Quiero... Renun...

—¿Otra vez con lo mismo? Es la cuarta vez que me pides renunciar. —La monotonía con la que hablaba era inquietante—. ¿Qué quieres esta vez?, ¿otro aumento de sueldo?

—Si recuerdo o no, nunca pude haber pedido algo diferente a tener el derecho de irme —desafié—. Entiende que una hoja de papel se rompe por todas las veces que es borrada y cuando se escribe algo nuevo cada vez es más difícil escribir sobre ella... hoja de papel, el papel... ¿por qué hacemos documentos en papel si se dejó de fabricar hace una década?

Tal vez Johan comprendió lo que trataba de decirle, pero en lugar de ser la respuesta positiva que esperaba, sólo me encontré con una expresión autoritaria y un tanto vacía.

—¿Las Azules te están enfermando?, ¿es eso?

—Las Azules han evitado que caiga en la locura, lo que me está enfermando es que estas han dejado de hacer su efecto  —me sinceré—, cada vez me siento peor e incapaz de resistir.

Los ojos casi aguamarina del hombre se fijaron en los míos y después de meditar unos segundos se sentó.

—Eres lista, ¿verdad? Entonces debes suponer que de aquí sólo sales si el mismísimo presidente lo aprueba o saldrás muerta. —Sus facciones dejaron ver luego un gesto un poco más compasivo—. Habla esta tarde con Luyina, quizá ella tenga otro tipo de Azules que puedan servir.

¡HE VUELTO DE LA MUERTE! Espero escribir con más regularidad ahora sí.



Jardín de rosas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora