Alice llegó también, se miraron de reojo. Me preguntaron si podía enseñarles a cerrar la boca de William. No respondía nada más que una leve risa mientras acababa mi bebida y tomaba el suplemento. El comedor era diferente al resto del laboratorio, sus paredes, pintadas de un color azulado, me traían tranquilidad después de ver tantos pasillos blancos y puertas negras, es diferente aún, se trata del único lugar en el que no ocurrió nada grave.
La primera semana fue perfecta para recibir una gran cantidad de miradas extrañadas de mis colegas y el odio de William, me siento feliz de saber que era mutuo. Comencé a hablar más con las mismas muchachas, también a quedarme dormida, porque se había vuelto como una de esas clases aburridas, en la cual Johan era el profesor al que debía rendir cuentas. En el fondo me sentía decepcionada porque no había nada que rompiera el ciclo que siempre me encerró, la ciencia prometía ser aquella salvación ¡Vaya salvación! Rogaba por que algo bueno o malo ocurriera, cosa que nunca hacía, supongo que la falta de verdaderos problemas es a veces la causa de muchos.
Es un buen momento para recordar que eso es lo que dicen acerca de mí.
Un día envié un informe, pero Johan me mandó llamar. Caminando hacia su oficina noté que habían guardias en todas partes. Me preguntaba el porqué, aunque no quería meter las narices en un lugar incorrecto. No hice ninguna pregunta al entrar, ni siquiera saludé.
—Señorita Payne, ¡Qué bueno que ya está aquí! —El hombre tenía unas notables ojeras acompañando su típica desesperación—. ¿Le gustaría tomar un café conmigo?
No tomaba cafeína, porque sabía que era mala para la salud, pero no quería rechazar algún sabor distinto al de los batidos, realmente los he odiado toda la vida.
—Considero que le ha de parecer muy extraño que la haya citado, pero hoy noté que su grupo está cerca de finalizar las primeras pruebas de su investigación en un tiempo increíblemente corto.
¿Era una buena noticia o algo malo? Mientras me quedé a pensar en las dos opciones, él ya había preparado el café, algo diferente por fin: era cálido, dulce y amargo al mismo tiempo. Se trataba de una bebida costosa, debido a que, en la mayoría de países que solían producirlo comenzaron a cultivar lo que el mundo necesita ahora, dejando de sembrar lo que antes solían dar aquellas tierras. Por aquel detalle, supuse que quizá era para bien.
—Me siento muy feliz de que una recién llegada haya cambiado de una forma tan radical el proyecto. —Estrechó su mano con la mía—. Muchas gracias.
—Muchas gracias a usted por permitirme estar aquí —dije muy tímida.
—¿Le ha parecido interesante? —indagó. La expresión desesperada en su rostro parecía haber desaparecido por completo.
—Sí.
—Y dígame entonces, ¿qué haría si le dijera que tiene un ascenso?
—Sólo soy una ayudante más. No le haría caso. Este chiste es muy malo señor.
—Así que no soy el único que cree que no todos han perdido el sentido del humor —afirmó sirviéndome otra taza de café.
—Aún hay personas, pero muy pocas.
—Lo que estoy diciendo no es un mal chiste. Lo digo en serio. —Intenté buscar algo de sarcasmo en la forma en la que habló, pero no lo logré—. Ahora ya no es una ayudante, es la líder del proyecto 9.
Fue una gran sorpresa, así que me decidí por darle un apretón de manos. Creí que iba a ser otro gran. logro, uno que me volvería una mejor persona, pero, desde el día que modificaron mi identificación para poder acceder a la planta 2, tuve un mal presentimiento al abrir a puerta. La presencia de cada vez más soldados era muy incómodo, aunque lo más incómodo llegó al saber de qué trataba: modificar seres humanos para que se adaptaran a los cambios. Es verdad, ya estaba preparada para hacer eso, el lugar en el que quise estar. El problema llegó tan pronto leí el primer archivo porque comenzó a crecer un maldito presentimiento que no escuché.
Trabajé en teorías y fórmulas durante dos meses. Recuerdo cada número, procedimiento planteado y horas sin dormir. Me empezaba a quitar la vida lentamente, pero era de esas personas que vivía ilusionada con crear algo prometedor, algo que les devolviera la esperanza perdida a todos. A veces preguntaba por los procedimientos, pero, jamás me dieron respuestas, sólo resultados.
Sé que la cuestión con el fármaco se hizo una noticia muy importante para las revistas de divulgación, pero mi nombre nunca apareció. Yo era la niña de las indicaciones, como una computadora de bata blanca. Un día, Jenny entró a nuestra división, la hora era hermosa para intercambiar documentos: ocho de la noche en punto. Era hora de que yo me fuera de ese lugar, quería darme una ducha e ir a dormir, pero una mano en mi hombro me lo impidió.
—Julieth. Por favor, ¿Podrías ayudarme? —me pidió la de ojos azules.
—Aún te debo una por deshacerte del batido de lechuga por mí —agradecí.
—¿Podrías acompañarme a la planta 3? Aún debo tomar muestras de sangre de un animal. Las luces están fallando en los pisos de abajo y necesito alguien que me ayude con la linterna.
—Los pisos de abajo están cerrados desde hace quince días. Detectaron un peligro biológico o algo así —afirmé preocupada.
—El director mismo me dio autorización.
—¿Por qué te daría autorización si hay algo grave?
—Porque esas muestras son para acabar la amenaza —contestó impaciente. Cosa que me pareció poco normal de ella.
—Oh, entiendo. ¿Sólo es eso?
—Sí. Luego podremos irnos.
—Vamos por el equipo de protección —pedí, pero ella no me escuchó.
—Debemos ir rápido. Reitero, ya no hay un verdadero peligro, no deberías escuchar a Ryan, los guardias son muy escandalosos.
Bajamos las escaleras, y conforme avanzábamos, un olor horrible se hacía presente, un olor a carne descompuesta. Al llegar frente a una puerta marcada con el numero 29 los guardias nos dejaron pasar. Nunca esperé conocer los pisos inferiores de esa forma. Había sangre de animales desmembrados en todas partes, estaban llenos de moscas. Iba a vomitar, pero contuve el aliento. En el fondo había una jaula cuyos barrotes fueron destrozados. La cosa que debió romperla tenía una fuerza increíble.
—¡Mierda! —gritó al notar lo mismo que yo—. ¡Ha escapado!
—¿Qué ha escapado?
—Ella. —Señaló nerviosa un bulto blanco frente a la jaula. Se oyó un crujido, devoraba algo.
De pronto, se irguió, un brillo aterrador se notaba en sus ojos, tenía una rara apariencia humana, con la boca llena de rojo vivo. Luego me percaté de que en el suelo había un tigre degollado, la pelinegra lloraba, yo simplemente me quedé en blanco. Mis manos temblaban y el hedor a muerte segura me había invadido.
La criatura se acercaba a nosotras dejando un rastro de sangre animal, sonrió un poco. Los guardias llegaron para disparar en su contra, pero las balas no le afectaban para nada. Comencé a correr, tomé a la chica del brazo y nos fuimos del lugar. Nada de eso era una pesadilla, era parte de la asquerosa realidad.
Entramos a otra habitación en donde había algo aún más siniestro: la sangre seca de un soldado pintaba el suelo, su pecho estaba abierto, como si lo hubieran apuñalado cientos de veces; su cuerpo parecía llevar semanas ahí, los insectos parecían disfrutar el estar dentro de su boca.
No lo pude contener, lo que había comido se había devuelto. Cuando terminé volví a contener la respiración, permanecimos, oímos los últimos gritos que dieron y las alarmas encendidas. Apareció otro pelotón, que rápidamente perdió la batalla. El silencio reinaba todo, un silencio que no traía paz. De pronto llegó olfateando cual perro enojado, golpeó la puerta derribando la débil madera.
Nos escondimos tras unas cajas. Me sentía agradecida de que estuvieran ahí, como si de un mensaje divino se tratara. Comenzó a devorar el cadáver putrefacto. Jenny sollozó lo que hizo que notara nuestra presencia y de un sólo zarpazo destruyó nuestro refugio.
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Jardín de rosas negras
Science FictionEn un mundo marchito por la contaminación, la frase "el fin justifica los medios" toma un mayor peso. Aunque la humanidad ha intentado llevar con calma esta etapa terminal de su existencia, algunos otros desearon cambiar su crudo destino sin importa...