Capítulo 14

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Ah, una reunión fuera de lo habitual en una mesa de cerdos. Era tétrico en cierta medida, pero mi desprecio menguaba al conocer de buena mano que también era uno de ellos.

Habían interrumpido mi faena nocturna y ni siquiera me dieron tiempo para saludar de forma cordial. No estaba presentable, de ninguna manera.

―Payne, ¿en dónde carajos estabas metida? ―ladró con violencia Milroy. 

Su cabello encanecido se encontraba despeinado y al intentar hacer contacto visual me encontraba con unos ojos desesperados, rodeados por unas inmensas ojeras como las mías, pero lo que más destacaba era un corte recién hecho justo sobre la ceja.

―Hombre, estaban trabajando, son cosas delicadas que no pueden dejarse de repente ―mandó a callar Kendrick, un químico veterano que se encargaba de mantener a raya las criaturas en la planta baja. Era uno de los más conocedores del lugar, pero al mismo tiempo era muy extraño verlo en un momento distinto a un incidente.

―Diez minutos de retraso son diez minutos. ―Custer por fin dio la cara y continuó hablando con un tono más hostil―. Tienes varios ayudantes que se pueden encargar por ti.

―Además, vi que de hecho estaban charlando ―volvió a intervenir la secretaria, por no llamarlo interrumpir de forma abrupta―. Payne estaba tomando café y la otra, que ya no recuerdo cómo se llama, también estaba con ella.

Extrañamente no me hervía la sangre ni me parecía insoportable. En otro momento le habría respondido con dos piedras en cada mano o quizá habría ideado un insulto para que se callara, pero en ese punto, no quería pelearme con nadie, ¿tenía sentido de todos modos? La chica sólo hacía su trabajo, yo sólo hacía el mío.

―Alice, se llama Alice. Tomábamos un descanso después de poner a incubar un cerebro. No había tenido tiempo para comer nada desde el desayuno ―dije con un poco más de calma.

―¿No comiste nada? Imposible. ―Meneó la cabeza, haciendo que sus bucles bailaran al son de su incredulidad.

―No perdamos más el tiempo ―El veterano desvió el tema de forma áspera. Tomó el viejo reloj de cuerda que adornaba su cuello―. Vamos perdiendo doce minutos.

―Tienes razón, no hay qué perder la paciencia ―afirmó el director con una sonrisa pedante―. La reunión tenía como fin decidir qué hacer con algunas situaciones de alarma que ha vivido el laboratorio durante el último mes, pero recibimos una petición muy importante. 

»Lowell quiere nuestra ayuda para crear una epidemia, o como él llamó, una medida para volver a tener un mejor orden social. Los actos de los insurgentes son cada vez más notorios y cada vez más gente está perdiendo el miedo a la autoridad. Dejaron en nuestras manos una tarea importante, pero para nosotros es sencilla de cumplir.

―Me pregunto qué habrán hecho los esbirros de Gibson esta vez... ―murmuró el más viejo de la sala―. ¿Han matado a alguien?, ¿han hecho más de sus ridículos panfletos con frases de libros?

―Las dos cosas ―contestó Custer―. Asesinaron al ministro de propaganda la semana pasada,  al de comercio el domingo y al canciller ayer. 

―¿Cómo pasó eso? ―preguntó Milroy mientras limpiaba la sangre de su herida―. Ya sabes, el aislamiento.

―Apenas me enteré. Tengo miedo de que vengan por mi cabeza, en especial porque las víctimas fueron torturadas de formas brutales.

―¿Nada más? ―preguntó―. No puedo dejar descuidada esa reja por más de una hora, así que si no es mucha molestia...

―Es necesario escoger al virus más rentable. Tenemos tres opciones. ―Tomó uno de mis informes―. El prototipo 32, 74 y 198. 

―El 32 puede salirse de nuestras manos ―afirmó Milroy―. Es muy propenso a mutar. Me quedo con el 74. 

―Es muy complejo de esparcir, muy pocas personas van a ser contagiadas y no podremos sacar tan buen beneficio de ello ―opinó el veterano―. ¿Quieres que sea rentable? Bien, creo que sería el 32.

―No creo que sea rentable una enfermedad respiratoria. No van a pagar por un resfriado, la gente ama los remedios caseros para esas cosas. Prefiero que se alarmen por su sangre, por su debilidad, no por algo progresivo. ―Sacó un pañuelo teñido por el vibrante rojo para volver a limpiar su ceja―. Oye Kendrick, ¿tienes un pañuelo? Creo que esto necesitará sutura.

―Será más rentable, créeme. ―Sacó un pañuelo limpio, con un bordado azul, no noté cuándo lo tomó, pero en un parpadeo estaba manchado―.  Vamos Willy, los medios pueden convertir una hormiga en un monstruo colosal si logran convencerlos. Pueden aterrar a la gente de un simple resfriado sin hacerles sangrar. Podremos ganar dinero y respeto sin tantos riesgos.

―Hablando de no sangrar y el miedo, ¿por qué no usamos el prototipo 198? ―preguntó Custer.

―¡Johan, no somos unos putos genocidas! ―gritó con tanto frenesí que volvió a brotar aquel líquido carmesí de su corte. ― No vamos a poder sacarle dinero si nos termina matando a nosotros también, no quiero ver a la gente enloquecer.

Una risa baja surgió de mí, gané las miradas de los presentes.

―Payne, tú que los creaste, ¿por qué te ríes?, ¿el gato te comió la lengua? Anda, di algo.

jupa, un capítulo en menos de un mes... eso es raro 

Jardín de rosas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora