No me importaba irme de aquella casa, ya no me importaba lo más mínimo alejarme de mi familia, porque sabía que era imposible confiar. Alisté las maletas con cierta alegría, eso era lo que deseaba, ser libre del control. Lo irónico aquí es que acabé bajo un control peor, no he podido tomar mis maletas y escapar, pues la última vez que intenté hacerlo, terminé con los brazos vendados y una resaca terrible.
La mañana era tan pacífica que me sentí en los Buenos Tiempos. El sol salía e iluminaba todo, como los días normales, pero, de pronto, el cielo se comenzó a oscurecer, a oírse la desesperación, las puertas cerrándose y las gotas cayendo. Cuando iba a empacar todo, tomé las rosas y las envolví en un abrigo viejo, juré que al llegar les pondría agua para que no murieran. Prometí cuidarlas para siempre recordarlo y lo único que hice fue llenarlas de veneno.
No recuerdo nada importante del camino, sólo que una mujer de cabello negro y simpatía fingida me ayudó a llevar mis maletas hasta el segundo piso, me explicó dónde quedaba mi habitación, luego me entregó la llave con un desgastado número 42. Frente a la puerta se encontraban dos tipas discutiendo.
—¡Por favor, Jenny!, ¡tienes qué creerme! —rogaba una rubia con pecas hasta en los párpados.
—Es absurdo que creas que una habitación pueda estar maldita o algo parecido, ¡deja las películas!, ya habíamos hablado de esto. Hoy viene una nueva así que, compórtate. —Su acompañante, una mujer alta y de ojos azules, la tomó del brazo y continuó reprendiéndola.
Mientras su acalorado pleito no cesaba, decidí hablar para que me dejasen entrar. No podía perder el tiempo, mucho menos en algo que parecía ser un absurdo.
—¿Qué pasa con la habitación? —pregunté, causando sobresalto en las dos, en especial en la chica de cabellera dorada.
—Es que ella le tiene miedo todo. —Sonrió—. Dice que esa habitación tiene algo extraño porque alguien se suicidó.
—Eso no es tan extraño...—murmuré.
—No le prestes atención, a veces creo que ni siquiera está cuerda.
—¡Lo que digo es cierto! ¡Yo me siempre evito pasar frente a esa puerta! —continuó defendiéndose—. Ten cuidado, las cosas que quedaron de él son peligrosas.
—Esto es una broma, ¿verdad? —Tomé la llave y abrí.
—Déjala en paz —pidió la tal Jenny.
—¡Ten cuidado! —advirtió.
Guardé las maletas y cerré la puerta. El cuarto no tenía nada fuera de lo normal, lo que me tranquilizó bastante, siempre he tenido miedo de las historias sobre espíritus o muertos aterrorizando a los vivos. Una de las primeras cosas que hice fue sacar las rosas y buscar agua, así que salí, las muchachas se habían ido. Llegué al baño, sólo fue medio vaso, puse las flores al lado de mi cama. Todo parecía un lugar cálido, sin nada fuera de lo normal.
Debía estar a las once en la oficina del director para que me diera las indicaciones. Al sentarme, noté que su actitud no era la misma del día anterior, se veía desesperado. No se dio cuenta de mi presencia hasta que lo llamé y volteó a verme. Leía varios documentos viejos en papel, eso era extraño.
—Buen día, señorita Payne. —Me dio uno de esos papeles, empecé a leerlo con detenimiento—. Olvidé pedirle algunas firmas, las necesito con urgencia.
Estaba segura de que no había nada fuera de lo común con el contrato, pero sí que me equivocaba. No puedo juzgarme por eso, cualquier camino que yo hubiese escogido, siempre terminaría mal.
—Debe ir a la planta 1, donde el doctor William le explicará qué es lo que debe y no debe hacer.
—Está bien, pero, ¿qué es el proyecto 7? —indagué mientras firmaba con mi letra deforme, llevaba mucho tiempo sin escribir a mano.
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Jardín de rosas negras
Science FictionEn un mundo marchito por la contaminación, la frase "el fin justifica los medios" toma un mayor peso. Aunque la humanidad ha intentado llevar con calma esta etapa terminal de su existencia, algunos otros desearon cambiar su crudo destino sin importa...